giovedì, novembre 29, 2007

Yo quiero ver duendes a mi alrededor

Anoche, siguiendo el extravagante consejo de un amigo tomé a ciegas un libro de la estantería. Se trataba de Así hablaba Zaratustra, de Nietzsche, libro que ni he leído ni puedo explicar cómo llegó a mi poder. El consejo tenía una segunda parte: abrirlo al azar y leer la primera frase en la que se posaran mis ojos. Así que leí:

“Yo quiero ver duendes a mi alrededor”.

Según mi amigo, si se cumplen exactamente las instrucciones del consejo uno consigue, a las pocas horas, vivir una experiencia similar a la descrita en la frase leída. Estupendo, pensé. Voy a ver duendes.
Pero anoche no vi ninguno y esta mañana, al levantarme, tampoco, aunque he estado un buen rato viendo cosas raras porque no encontraba mis gafas. Al final he pensado: burro de mí, ¿cómo puedo ser tan cretino? ¿En verdad espero que den resultado unas instrucciones tan absurdas? He intentado olvidarme del tema y de los duendes leyendo el periódico hasta que, de repente, me he dado cuenta de que, como me anunció mi amigo, el sistema funciona a la perfección. Como decía la frase de Nietzche, llevo horas esperando ver duendes alrededor. La frase no me prometía ver duendes, sino el deseo de verlos.
He repetido la experiencia y he tomado otro libro al azar. La nueva frase me ha parecido al principio muy prometedora, pero cada vez que la repito me parece más misteriosa y enigmática :

“No espero otra cosa, Borderas”.

giovedì, novembre 22, 2007

Anticipación

Bioy Casares recoge en no recuerdo qué libro el comentario que una vez le oyó decir a una señora:

“Ahora se están muriendo personas que nunca se murieron”.

Pensaba yo en esto cuando, esta mañana, me enteré de la muerte de un veterano actor español. Como me ha ocurrido en otras ocasiones, mi sorpresa al conocer una defunción ha sido enorme, no tanta por la noticia en sí sino por la certidumbre que tenía yo de que el fallecimiento se había producido hace años.

-¿Se ha muerto Fulanito? -pienso, al enterarme del óbito- ¿Pero no estaba muerto?

Esta inclinación mía a matar gente con anticipación se produce en todos los ámbitos, incluso en el familiar. Me acuerdo del día en que mi madre me comunicó la muerte del tío Baldomero, un lejano pariente que en mi infancia frecuentó mucho nuestra casa llevando siempre juguetes y bombones para mí.

-¿¿Que se ha muerto?? -dije, sorprendido y hasta cierto punto alarmado, pues yo le daba por muerto y enterrado desde hacía por lo menos un lustro.
-Sí, hijo mío -dijo mi madre, sorprendida ella por lo mucho que, al parecer, me había afectado la noticia.

Dado que mi relación con el tío Baldomero era más que escasa, y en realidad yo ya le tenía enterrado desde al menos cinco años, no asistí a las exequias alegando ciertos compromisos ineludibles. Me contaron que, durante la ceremonia fúnebre, mi madre justificó mi ausencia contándole a la viuda lo mal que había reaccionado yo al conocer el deceso de su marido y lo mucho que, al parecer, me sentía yo unido al tío Baldomero. Desde entonces, cada año, por mi cumpleaños, la viuda del tío Baldomero me manda bombones y esa es una señal infalible que me advierte de que la buena mujer sigue en el mundo de los vivos.

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lunedì, novembre 12, 2007

Paseos

Ya dije alguna que otra vez que en las paredes de casa cuelgan hasta 17 relojes. Me encanta ver pasar el tiempo y comprobar que, debido a la inexactitud de esos artefactos, en el dormitorio soy unos minutos más joven que en la cocina, pero algo más viejo que en el baño. A veces me preocupo un poco cuando recuerdo esa cita de un cuento de Antonio Pereira:

“En un parque de Londres hay un reloj con esta inscripción terrible: It´s later than you think”.

Entonces dejo de observar los relojes y me dedico a otras cosas. Pero siempre acabo cediendo y vuelvo a entretenerme con ellos.... hasta que me acuerdo de otra cita, ésta inscrita sobre el reloj de pared que preside el comedor de la casa del protagonista de una novela de Vila-Matas:

“Quien demasiado me mira pierde su tiempo”.

Es cuando le digo a la Nueva que se nos hace tarde, que vamos, que se levante, que ya, que tenemos prisa, que se arregle pero rápido, rápido, rápido. Y al final consigo que salgamos a la calle y entonces paseamos lentamente, muy lentamente, durante horas.

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venerdì, novembre 09, 2007

Enlace Paraguas-Nueva

Y, al final, nos casamos. Lo hicimos ante un juez que nos preguntó si queríamos leer algún texto. Estuve tentado de decirle que sí, que deseaba leer algún fragmento al azar de mi bella obra “Mónica había explotado y yo tenía entre mis manos restos de su páncreas y un misterio por resolver”, pero tuve un ataque de seriedad, desistí y dejé que el magistrado se limitara a recitar algunos capítulos de la Constitución. Al acabar, me preguntó si estaba de acuerdo. Yo me había distraído bastante durante la ceremonia pensando en mis cosas e ignoraba a qué se refería exactamente el juez, pero como hubiera quedado mal pedirle que repitiera la pregunta dije “sí”. A la Nueva le sucedió algo similar, pero también dijo “sí”, tras lo cual el juez nos declaró marido y mujer. Y, contra todo pronóstico, nuestro padrino, Flash, no había perdido los anillos. Así que nos los pusimos, nos dimos un beso bastante protocolario, tipo “bueno, nos vemos luego” y el elegido público que asistió a nuestro enlace aplaudió fervorosamente, no sé si a nosotros o al juez, como agradeciéndole su brevedad.
Luego nos atracamos como cerdos en un exquisito banquete tras el cual prometimos no volver a comer en un par de días, pero por la noche cenamos un huevo frito y un donut mientras contemplábamos con cariño nuestro recién estrenado Libro de Familia, según el cual podemos tener seis hijos -muchos más de los que preveíamos-, morirnos una vez y perder la patria potestad otra. Una vida por delante, en fin.