giovedì, febbraio 28, 2008

Our mutual friend



Our mutual friend, de The Divine Comedy. Porque eso es lo que me apetecía esta mañana. Eso y un vermouth Yzaguirre, que es a lo que ahora voy.

Etichette:

mercoledì, febbraio 27, 2008

Razones

Me acordé de una maestra que tuve en mi infancia, una mujer muy mayor. Un día empezó a enseñarnos los principales países de Europa y sus respectivas capitales, un asunto que yo creía dominar ya gracias a mi precoz amor por los mapas. La maestra trazó en la pizarra el contorno del continente y empezó a poner letreritos en su interior: Francia-París, Italia-Roma, Rumanía-Bucarest, etcétera.
Mi sorpresa llegó cuando al este de Europa aparecieron tres países de los que yo nunca había oído hablar hasta entonces: Lituania, Letonia y Estonia. Esos nombres me parecieron maravillosos, tan tintinescos ellos, que los dibujé con entusiasmo en mi libreta, destacando con reverencial rojolápiz el nombre de sus extrañas capitales: Vilna, Riga, Tallin. Llegué a casa y pregunté a mi padre por esos misteriosos países: “Ya no existen”, fue su respuesta. Eso ocurría a principios de los años 70 y mi padre tenía razón. Años más tarde resultó que la maestra sí tuvo razón y que mi padre se equivocaba.
Me acordé de eso releyendo el otro día a mi querido Le Carré, con su impenetrable telón de acero, sus espías soviéticos y ese movimiento por la independencia del Báltico que defiende el desgraciado Vladimir. “Una causa perdida, desde luego”, escribió Le Carré. Entonces tenía razón. Y ahora ya no.

Etichette:

venerdì, febbraio 08, 2008

Por si llaman a la puerta

Fiel a su costumbre de no utilizar jamás los timbres, otra más de sus muchas excentricidades, Borderas, supongo, empezó golpeando suavemente la puerta con sus nudillos y al cabo de un rato debió de pasar de la suavidad al franco y directo aporreamiento con sus puños. Y como yo no le abría decidió gritar, primero mi nombre, imagino, y después mi nombre y algún insulto y luego se olvidaría de mi nombre y de su boca saldrían sólo insultos y más insultos, cada vez más imaginativos e irreproducibles. Borderas jamás tuvo mucha paciencia y creo que tras los insultos debió de pasar a las patadas a la puerta, a las embestidas con todo su cuerpo como si de un ariete se tratara y ya por entonces todo él sería una fuerza bruta descontrolada, le veo con su cara enrojecida, con esa gigantesca vena que se le marcaba en el cuello en sus momentos de más furia y cuyo estrepitoso reventón imaginé tantas veces. Y afirma la autopsia que al final atacó la puerta de mi casa con salvajes trompazos de su propia cabeza, tan sólida que parecía sobre ese cuello de jugador de rugby y que al final no debió de ser tan sólida como imaginábamos porque como todos sabéis acabó fracturándose el cráneo y los derrames internos fueron incontrolables. Estoy seguro de que su último pensamiento antes de derrumbarse en la acera fue el de maldecirme por no abrirle la puerta, sin pensar, siempre impetuoso Borderas, que quizá yo no estuviera en casa.
Cuando llegué aún vivía o mejor sería decir que aún se estaba muriendo entre sanitarios, ambulancias, policías y curiosos que admiraban sin recato la gran mancha de sangre todavía fresca estampada en mi puerta y la ya deforme cabeza de Borderas agonizante. Me vio aún y en su último esfuerzo se llevó la mano al bolsillo para entregarme unos papeles.

-Te llevaba esto. ¿Dónde estabas? -silabeó con inhumana dificultad.
-Fui al médico -dije.

No dijo más. Miró al cielo y se murió. Tomé los papeles de Borderas y vi que se trataba de un par de folios mecanografiados con un sugerente título: “Toda la verdad de mis excentricidades”. Un sanitario pidió que me apartara, otro me empujó si querer, un policía me tomó de un brazo para hacerme unas preguntas, vi un flash y luego otro y otro y supuse que los chicos de la prensa ya habían llegado al lugar del suceso y entre una cosa y otra me di cuenta de que ya no tenía en mis manos los papeles de Borderas y que jamás podría saber el por qué de sus excentricidades, ni siquiera de la última, la que le llevó a la muerte delante de mi casa. Desde entonces jamás voy al médico, no sea que un amigo vuelva a llamar a la puerta. Otra de mis excentricidades, supongo.