giovedì, novembre 04, 2010

Violencia

Me encanta la violencia extrema y gratuita. Estoy hablando de cine, por supuesto y no de la vida real. En ésta, cualquier acto violento me indigna y repugna y me dan ganas de propinar una educativa somanta de palos al culpable. En el cine, sin embargo, disfruto con las escenas de degollamientos y tortazos, disparos, decapitaciones y ahorcamientos. Donde haya una buena cuchillada que se quiten las escenas de baile, y nada mejor que un empalamiento para despertar de la modorra que me provocan los besos entre enamorados. No entiendo que un ojo no salga de su cuenca ni que una tapa de los sesos no acabe volando. Para gozar de una película exijo atropellos continuos y latrocinios a troche y moche y me río a carcajada limpia cuando las indefensas víctimas intentan escapar sin sentido escaleras arribas: para ellas espero un despellejamiento ejemplar, con sangre, sudor y lágrimas.
Para mi desgracia, a la Nueva no le gusta este tipo de cine. Más bien la pone enferma y ya con ver los títulos de crédito insiste en que cambie de canal, recurriendo a veces al sobado argumento de que los niños, Umbrello y Fratello, están presentes. Así ocurrió ayer, cuando me disponía yo a presenciar una buena película de vísceras y y destripamientos.

-¿No vas a poner eso con los niños delante, verdad? -me dijo.
-Grññsss -respondí yo, buscando con el mando a distancia el canal infantil y levantándome ya del sofá para encerrarme en mi despacho para leer enfurruñado la biografía del Marqués de Sade. Aún tuve tiempo de ver por el rabillo del ojo como un ratón despellejaba sádicamente a un pobre gato ante las risas de Umbrello, Fratello e incluso de la Nueva. Nunca he sabido quién es el ratón y quién es el gato, pero se llaman Tom y Jerry.