venerdì, febbraio 22, 2013

La velocidad relativa

Los libros ya no caben en mis estantes así que ayer recogí algunos y los llevé a la desechería. Nada que lamentar: eran libros que llegaron a casa sin que yo se lo pidiera, libros que nunca pude leer o, sencillamente, libros que me negué a abrir. Mientras hacía la selección de los descartados tuve en mis manos Paradiso, de José Lezama Lima. Me di cuenta de que ya hace casi 20 años que lo compré –el 25 de octubre de 1994, para ser exactos- y que durante todo este tiempo se me ha resistido tenazmente. Sé que empecé a leerlo en ese lejano octubre, nada más comprarlo, y no pasé de las primeras cuarenta páginas; luego, periódicamente, he insistido en su lectura varias veces y siempre he fracasado.
A Paradiso, en cualquier caso, siempre lo he relacionado con la velocidad o, para ser exactos, con la velocidad relativa, un concepto físico que intentaré exponer en unas breves palabras. Pocos meses después de abandonar por primera vez la lectura de Paradiso devoré La vuelta al día en ochenta mundos, de mi querido Julio Cortázar que, casualmente, dedica ahí un capítulo al libro de Lezama Lima. Cortázar se muestra asombrado por la novela y cuenta que “en diez días, interrumpiéndome para respirar y darle su leche a mi gato Teodoro W. Adorno, he leído Paradiso”. ¡Diez días, pensé yo! ¡Eso es un récord! Yo llevaba, por aquel entonces, ya casi cuatro meses con la novela del cubano y seguía atascado. Me confortó, eso sí, que Cortázar admitiera que “leer a Lezama es una de las tareas más arduas y con frecuencia más irritante que puedan darse”.
En fin, que siguieron pasando los meses, como ya sabéis, y en 1997 cayó en mis manos el Dietari de Pere Gimferrer. Casi se me salieron los ojos de sus órbitas –bueno, miento, no les ocurrió nada a mis ojos- al leer lo que sigue, en un párrafo de su anotación llamada Un cartel turístico: “Siempre recordaré que en un viaje en tren Madrid-Barcelona leí, entera, la primera edición cubana de Paradiso, de Lezama Lima”. ¡Dios mío! Aún suponiendo que la RENFE funcionara tan mal como acostumbra –la anécdota de Gimferrer sucedió, se deduce, a finales de los 60- el viaje de Madrid a Barcelona no podría haber durado más de 10 horas, tirando a largo, sumando apagones, huelgas y descarrilamientos. ¡Leer Paradiso en horas! ¡Increíble! Da la casualidad de que, en esa época en la que yo me torturaba con Paradiso, a Pere Gimferrer solía verle pasear por la barcelonesa calle Provença, los viernes al mediodía, mientras yo esperaba a unos amigos con los que solía almorzar ese día de la semana. Durante meses, viernes tras viernes, quise armarme de valor y detener a Gimferrer y espetarle a la cara: “Eso de que leyó Paradiso en un viaje en tren, ¿se lo inventó, no? ¿O fue en el Orient Express?”. Nunca me atreví: no sé si visteis nunca a Gimferrer pasear por la calle, lo cierto es que daba un poco de miedo.    
¿Vosotros habéis leído Paradiso? ¿En cuánto tiempo? ¿Más que mis veinte años, veinte años que siguen contando? Porque Paradiso, por supuesto, sigue en su estante, le salvé de la desechería, y no pienso morirme sin vencerle.

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venerdì, febbraio 15, 2013

Poemas ¿atroces?

En una frase de su Noticia de un secuestro Gabriel García Márquez se parece a Borges, al decir de un personaje que en su juventud "cometió poemas".

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lunedì, febbraio 11, 2013

La eficiencia nunca fue mi lema

Yo acaba de salir de una larga adolescencia y, contra todo pronóstico, una empresa contrató mis servicios como auxiliar de secretaría, o algo así. Mi puesto carecía de nombre exacto en el organigrama de la empresa (me llamaban “el chico”, “el chaval”, “ese” y, en las últimas semanas, “el atontado ese”) y el propio organigrama carecía de méritos para ostentar dicho nombre, pues solo éramos cuatro: el jefe, el señor Esmarats; su anciano padre, la señorita Flora y yo. Flora llevaba el peso de la empresa, más bien leve, mientras el señor Esmarats iba de un lado para otro molestando bastante y produciendo nada, la verdad, y su padre dormitaba todo el día en un rincón. Dormitaba tanto que, en ocasiones, Flora y yo llegamos a temer que hubiera muerto. “Voy a ir buscando el teléfono de Pompas Fúnebres”, llegó a decir un día Flora, cuyo lema era la eficiencia.
Mis ocupaciones eran varias: la primera de todos fue acercarme al estanco en busca de un paquete de Marlboro para el señor Esmarats. A veces, cuando Flora se iba a desayunar, incluso me ocupaba del teléfono. Digo a veces, porque muchos días cuando Flora se ausentaba yo dejaba sonar el teléfono, seguro como estaba de que la llamada –cualquier llamada- me acarrearía graves problemas. Esa actitud poco profesional pero muy práctica se acentuó desde la mañana en que llamó nuestro mayor cliente, el señor Tramullas y yo, ante la ausencia de Flora y del señor Esmarats, descolgué el teléfono con una inconsciencia solo explicablepor mi juventud. Para resumir, diré que Tramullas pretendía hacernos llegar, inmediatamente, unos importantes documentos.
-¿Tenéis fax? –dijo autoritario.
-¿Eh? –dije yo.
Bueno, creeréis que soy estúpido y muy lejos de la verdad no andáis, pero en mi disculpa diré que esta rica anécdota ocurrió hace ya décadas. La informática solo aparecía en las más novedosas películas americanas y algo tan simple como el fax acaba de desembarcar en las oficinas españolas. No en la del señor Esmarats, por supuesto. Y yo no sabía de qué me hablaba Tramullas. En mi joven mente atontada –hoy sería un fan del Facebook- fax solo sonaba a personaje de Vickie el Vikingo. Fax y Snorre. Hoy, buscando información sobre esa serie de dibujos animados, he descubierto que Fax ni siquiera se llamaba así. Faxe es su nombre exacto. Bueno, para mí siempre se llamará Fax y el caso es que el señor Tramullas pretendía imperiosamente mandarme sus documentos y, mientras le oía hablar –o gritar y maldecirme- al otro lado de la línea telefónica, yo pensaba en Vikie el Vikingo, en su padre Alvar, en Fax y Snorre. La llegada de Flora salvó la situación.
-El señor Tramullas, que no sé qué quiere –le dije a Flora, escabulléndome a ver si el viejo Esmarats seguía dormitando o, finalmente, nos había abandonado.
Me acordé de todo esto esta mañana, cuando con Umbrello y Fratello veíamos la tele a horas intempestivas. En TV3 han emprendido con la reposición (o deposición) de Vickie el Vikingo. Su estreno, según compruebo en la vikipedia la vikinga, ja ja ja, se produjo en 1975. Eran duros años, recuerdo, en los que solo existían dos canales de televisión. Cualquier estreno, así, era un éxito asegurado y únicamente eso explica que personajes como el propio Vickie, Heidi, Marco, Orzowei o el Algarrobo se convirtieran inmediatamente en trending topics ja jaja, que sembrado estoy hoy, en la España franquista o postfranquista cuando, en realidad, solo habrían merecido, como el propio Franco, un tiro en la nuca. Me acuerdo de otros personajes incomprensiblemente célebres de la televisión de la época (aquí admito que no todos merecían la ejecución): el doctor Jiménez del Oso, el árbitro Ortiz de Mendíbibil, el doctor Rosado o la periodista taurina Mariví Romero. Esta última siempre me hacía pensar en mi propia abuela con treinta años menos. Nunca se lo dije (a mi abuela), por si acaso se esfumaba una herencia que, finalmente, se reveló inexistente.