martedì, aprile 30, 2013

Cielo amarillo

Durante muchos años la gente daba por hecho que por abril aguas mil y que hasta el cuarenta de mayo no había que quitarse el sayo. En el diario, la información del tiempo era una breve nota no mayor que el jeroglífico o el chiste de la página de los pasatiempos y en la tele se ocupaban del tema amables señores que, convencidos de la levedad de su tarea, llegaban a jugarse el bigote por si erraban con su pronóstico de lluvia para el día siguiente. Lo perdían, claro. El tiempo era el Tiempo, a secas, pero con los años la cosa se complicó: los medios apostaron por darle a esta paraciencia más minutos y más páginas, y más minutos y más páginas, y los simpáticos Hombres del Tiempo se convirtieron en meteorólogos. La gente, que durante siglos había vivido sin necesidad de informarse del tiempo del día anterior –porque ya lo había sufrido-, del presente –bastaba con salir a la calle para enterarse- y del de mañana –para eso disponía de un puñado de refranes y de la observación del vuelo del grajo- acabó convenciéndose de que toda esa papanatada de isobaras, satélites, humedades relativas, máximas, mínimas y precipitaciones aportaba realmente algún valor, olvidando que en los viejos y serios periódicos de antaño esa charlatanería había convivido, sin que nadie se indignara por ello, con los pronósticos del astrólogo, de la quiniela o el problema de ajedrez.

La insistencia de los meteorólogos en errar en sus predicciones no ha hecho mella en la fe del populacho: recuerdo que, hace unos pocos años, nadie se tomó la molestia de embadurnar en plumas y alquitrán al charlatán que se ocupaba del tiempo en una televisión de por aquí cuando parloteó incesamente durante veinte minutos, mostrando soleados mapas y calurosas imágenes por satélite obviando que en ese preciso momento caía una bíblica tromba de agua sobre la ciudad que incluso dejó muertos en alguna vía urbana.

Pienso en todo esto a menudo. A la Nueva, que es una convencida creyente de las bondades de la meteorología la tengo harta con mis incendiarios discursos. Pero es que día tras día hallo nuevos argumentos con los que combatir a esa paraciencia. El de ayer fue hasta curioso: yo estaba leyendo una novela (Mr. Witt en el Cantón, de Ramón J. Sender) y di con una frase que me llamó la atención, más que nada por el año que en ella se menciona: “Era un mayo éste de 1873 amarillo como un octubre”. Media hora después, mientras ganduleaba en el sofá, en la tele interrumpieron precipitadamente la imprescindible información deportiva para anunciar… ¡que llovía abundantemente! Supongo que para darle empaque a esta absurda noticia, que cualquiera que no viva en un búnker ya conocía, la meteoróloga explicó que no debíamos sorprendernos mucho si veíamos que el cielo tenía un color amarillento, pues la borrasca provenía de norte de África y ese tono lo daban las partículas en suspensión provenientes del desierto. O algo así. En cualquier caso, di un salto del sofá, recordé el amarillento mayo de 1873 de Sender y me emocioné por poder vivir, en 2013, otro mayo (bueno, casi) amarillo. Salí al balcón desafiando a los elementos y miré al cielo y vi… el gris de siempre de los días de lluvia de siempre. Otra vuelta a la tuerca, pensé. Que vuelvan ya el grajo que vuela bajo y el Hombre del Tiempo y sus bigotes.

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giovedì, aprile 04, 2013

Téngame informado

En el diario de hoy afirman que Corea del Norte amenaza a Estados Unidos con un ataque nuclear, que uno de cada cuatro estadounidenses cree que Obama podría ser el Anticristo y que los hombres que pierden pelo en la coronilla tienen más probabilidades de sufrir problemas coronarios. ¡Hasta en un 32 por ciento! Luego leo en una novela de John le Carré a un personaje exigiendo, sabiamente: “Téngame informado, pero no muy informado”.

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