La velocidad relativa
Los libros ya no caben en mis estantes así que ayer recogí algunos y los llevé a la desechería. Nada que lamentar: eran libros que llegaron a casa sin que yo se lo pidiera, libros que nunca pude leer o, sencillamente, libros que me negué a abrir. Mientras hacía la selección de los descartados tuve en mis manos Paradiso, de José Lezama Lima. Me di cuenta de que ya hace casi 20 años que lo compré –el 25 de octubre de 1994, para ser exactos- y que durante todo este tiempo se me ha resistido tenazmente. Sé que empecé a leerlo en ese lejano octubre, nada más comprarlo, y no pasé de las primeras cuarenta páginas; luego, periódicamente, he insistido en su lectura varias veces y siempre he fracasado.
A Paradiso, en cualquier caso, siempre lo he relacionado con la velocidad o, para ser exactos, con la velocidad relativa, un concepto físico que intentaré exponer en unas breves palabras. Pocos meses después de abandonar por primera vez la lectura de Paradiso devoré La vuelta al día en ochenta mundos, de mi querido Julio Cortázar que, casualmente, dedica ahí un capítulo al libro de Lezama Lima. Cortázar se muestra asombrado por la novela y cuenta que “en diez días, interrumpiéndome para respirar y darle su leche a mi gato Teodoro W. Adorno, he leído Paradiso”. ¡Diez días, pensé yo! ¡Eso es un récord! Yo llevaba, por aquel entonces, ya casi cuatro meses con la novela del cubano y seguía atascado. Me confortó, eso sí, que Cortázar admitiera que “leer a Lezama es una de las tareas más arduas y con frecuencia más irritante que puedan darse”.
En fin, que siguieron pasando los meses, como ya sabéis, y en 1997 cayó en mis manos el Dietari de Pere Gimferrer. Casi se me salieron los ojos de sus órbitas –bueno, miento, no les ocurrió nada a mis ojos- al leer lo que sigue, en un párrafo de su anotación llamada Un cartel turístico: “Siempre recordaré que en un viaje en tren Madrid-Barcelona leí, entera, la primera edición cubana de Paradiso, de Lezama Lima”. ¡Dios mío! Aún suponiendo que la RENFE funcionara tan mal como acostumbra –la anécdota de Gimferrer sucedió, se deduce, a finales de los 60- el viaje de Madrid a Barcelona no podría haber durado más de 10 horas, tirando a largo, sumando apagones, huelgas y descarrilamientos. ¡Leer Paradiso en horas! ¡Increíble! Da la casualidad de que, en esa época en la que yo me torturaba con Paradiso, a Pere Gimferrer solía verle pasear por la barcelonesa calle Provença, los viernes al mediodía, mientras yo esperaba a unos amigos con los que solía almorzar ese día de la semana. Durante meses, viernes tras viernes, quise armarme de valor y detener a Gimferrer y espetarle a la cara: “Eso de que leyó Paradiso en un viaje en tren, ¿se lo inventó, no? ¿O fue en el Orient Express?”. Nunca me atreví: no sé si visteis nunca a Gimferrer pasear por la calle, lo cierto es que daba un poco de miedo.
¿Vosotros habéis leído Paradiso? ¿En cuánto tiempo? ¿Más que mis veinte años, veinte años que siguen contando? Porque Paradiso, por supuesto, sigue en su estante, le salvé de la desechería, y no pienso morirme sin vencerle.
Etichette: Julio Cortázar
7 Comments:
Lo tengo en la edición de bruguera pero no lo he leído, ni intentarlo. Eso sí, viste mucho.
Movido exactamente por la misma frase de Cortázar que citas, emprendí animoso la lectura de Paradiso allá por el año 87 u 88. No sé si llegué a tanto como la página 40, lo dudo. No tuve siquiera que tomar la decisión de dejar de leerlo, simplemente tras cerrarlo la primera vez no lo volví a abrir nunca. Siempre había otra cosa que leer antes, y ha seguido habiéndola hasta ahora. Anda ahí por algún estante, mezclado entre tomos anónimos, probablemente esperando el pobre que reemprenda la lectura algún día. No digo que no vaya a hacerlo, pero de momento no me veo mucha cara.
Una vez lo abrí. Y después lo cerré. Y lo dejé en su sitio. Y después me fui a mi casa, tan feliz.
Yo, igual que Vanbrugh, pero en el 98.
Me siento bastante confortado por vuestros comentarios. Como cuando, de pequeño, descubría de repente que yo no era el único zoquete de la clase que no entendía algún problema matemático.
Lo mío fue y es peor, pues ni pude y casi ni puedo compartirlo con nadie conocido: tal día hará unos bastantes años abrí y cerré tras leer dos pavorosas líneas un libro regalado llamado "Aquell estiu color de vent" de una tal Pilar Rahola, de la cual ahora periodistas muy indocumentados anuncian un "debut" novelesco. La misma novia me regaló luego "Temblor" de Rosa Montero, que me duró media página y me incapacitó para ser una persona normal y decente.
Denle una oportunidad a Lezama Lima, por favor.
De Gimferrer solo conozco su lado maleducado de Filmoteca. Iba con unas bolsas ruidosas y se levantó al empezar la peli y se fue con gran barullo, no sé bien por qué. Quizás fue porque los subtítulos estaban algo bajos y no se veían, quizás tenía razón y el resto fuimos borregos. Pero lo que me ha quedado es esto: lo que hizo aquel día no lo hubiera hecho sin ser quien era. Mal hecho por ser alguien de esa manera. Yo prefiero a Mina, y no soy nadie. Al fin y al cabo el ser humano, desde Copérnico e incluso antes, es lo que es a nivel cósmico: una mierdecilla.
Pero nos queda Mina.
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