giovedì, giugno 02, 2005

Extra Caballos: ¿Por qué piafan los caballos?

Hacia las cuatro de la madrugada, mi caballo Ramón empezó a piafar. Aquellos que jamás hayan visto un caballo si no es en las fotos de Jennifer Capriati quizá no sabrán que “piafar” es aquello que hacen los caballos cuando, según me explicó el indio Espasa Calpe, levantan una pata y luego la otra y la dejan caer con fuerza sin moverse del sitio, váya usted a saber por qué. El caso es que Ramón piafaba nervioso y por supuesto eso nos alarmó. Corrimos hacia él.

–¿Qué te ocurre, chaval? –dije yo, tan preocupado que no tuve en cuenta no sólo que los caballos no hablan sino que, en el caso de Ramón, también son sordos.
–Brffffffff –dijo Ramón, sin dejar de piafar.
–¿Qué? –dije yo.
–Creo que ha dicho no sé qué de Leonard Cohen –dijo Cantavella, que a veces parecía tan sordo como Ramón.

En esas estábamos cuando de repente Ramón dejó de piafar y de hacer comentarios y se derrumbó con estrépito.

–¡Aún no está muerto! –dijo Mr.Rodríguez, como si alguien hubiera dicho: “Ya está muerto”.
–Nadie ha dicho que ya esté muerto –dije yo, abundando en lo anterior.

Ramón nos observaba tumbado sobre un costado. Le costaba respirar y tenía en su mirada una tristeza infinita. Le dimos agua, porque en las películas a los moribundos siempre se les da agua (lo que a Woody Allen le hizo observar una vez que morirse no da sed, a menos que uno se muera después de haber comido arenques) y Ramón lo agradeció. Quizá había comido arenques, pero me extrañaría porque desde hace días sólo comíamos fríjoles y ahora ya ni eso.
Estuvimos toda la noche velando a nuestro fiel compañero. A parte de sus piafadas iniciales, no se quejó en ningún momento. Quizá alguna lágrima cayó de sus enormes y tristes ojos, pero no podría decirlo con certeza por que también los míos se anegaron varias veces durante esa larga espera y diría que también los de Cantavella y Mr.Rodríguez. Cuando el sol del nuevo día apuntó en el horizonte, Ramón respiró profundamente un par de veces, nos miró con lo que diría que fue un intento de sonreír por última vez, y murió.
No sabría decir cuánto tiempo permanecimos al lado de su cuerpo exánime. Al final pensé que Ramón merecía lo mejor y decidí celebrar unas exequias como es debido. Dado que desconocía la confesión religiosa de nuestro caballo, me incliné por una celebración laica. Dije unas palabras improvisadas y emocionadas, Cantavella pasó el plato y Mr.Rodríguez interpretó a la guitarra canciones que le pareció que podrían haberle gustado a Ramón de no ser sordo, como “Caballo viejo”, “Mi novia se llamaba Ramón” y “Dale Ramón (Chuta más fuerte para ver si metes gol)”.
Luego decidí que no podíamos dejar allí tirado aquel noble animal que nos había acompañado desde Abilene, hacía ya no sé cuánto tiempo. Con las manos empecé a cavar una fosa para enterrar dignamente a Ramón y Mr.Rodríguez y Cantavella no dudaron en ayudarme con gritos de ánimo. Al cabo de un par de horas de duro trabajo, sin embargo, comprobé que cavar una tumba en el desierto es una empresa de titanes. En ese tiempo sólo conseguí excavar un pequeño espacio en el que, con apuros, sólo cabía la cabezota de Ramón. Así que decidí enterrar sólo la cabeza. De lejos parecía un caballo con complejo de avestruz. En fin, qué triste final.

(capítulo 4 de “Yo estoy aquí para algo”, 2002)

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