“Extraña y tranquila”, con un epílogo
Primera parte:
M ha ensayado veintitrés mil veces el movimiento y esta noche parece que, por fin, ha tenido suerte. La muchacha acaba de salir del edificio y M ha conseguido simular que coincidían. En realidad, él hace ya más de media hora que ha terminado su jornada, pero ha estado perdiendo tiempo todo ese rato para coincidir con ella, como ha intentado hacer muchos días sin éxito durante las últimas semanas.
—¡Hola! ¿Ya te vas? —ha dicho él.
—Sí —ha dicho la muchacha extraña y tranquila.
—¿Quieres que te acompañe? —se ofrece M, enseñando las llaves del coche.
—¿A dónde vas?
—¿A dónde vas tú?
—Yo voy a X. ¿Por dónde vas tú?
—Bueno, yo no voy tan lejos, la verdad. Pero no me importa acompañarte.
—Hombre, no…
—Insisto. Por favor.
— (…)
—Venga, va, que no me importa, de verdad.
—Bueno, vale.
La muchacha que M ha estado observando durante días —y sabe que ella sabe— sube al coche.
—Bueno, yo te acompaño… —dice él— Pero para llegar a X tendrás que indicarme. ¿Qué hago? Cojo la calle H hasta el final, ¿no?
—Sí.
Es realmente, M lo ha sabido siempre, incluso sin haber hablado nunca seriamente con ella, una muchacha extraña y tranquila. ¿Cómo hacer que hable? ¿Cómo hablarle?
—¡Vaya día hemos tenido hoy! —intenta— Estoy tan cansado que me siento como un paralítico.
—Ajá —responde ella—
No le ha hecho gracia el comentario. Quizá tiene un hermano paralítico. Qué cagada. Quizá todos los de su familia son paralíticos. Ella tiene a su cargo a una familia entera de paralíticos, y quizá a eso se debe su carácter extraño. ¡Qué estupideces!
—Ya me avisarás cuando tenga que coger el desvío, ¿eh? —dice ahora M—
—Sí, aún falta un poco.
—No me gustaría equivocarme. Con la mala suerte que tengo seguro que vamos a parar a un suburbio abandonado, y nos atacaría un grupo de delincuentes. A mí me violarían como un perro antes de asesinarme salvajemente, y a ti te llevarían secuestrada para prostituirte.
— (…)—sonríe ella, callada.
Tampoco ha sido un comentario demasiado acertado, piensa M. O quizá sí, porque ella no parece escandalizada y, aunque no ha dicho nada, ha sonreído la broma.
—Ahora por aquí a la izquierda. Y me dejas ahí, ahí vivo.
—Muy bien… ¿aquí va bien?
—Sí, perfecto. Oye, pues muchas gracias –dice ella, ya apeándose.
—Oye… Quería decirte que...
— (…)
—Supongo que te habrás dado cuenta de que…
—Pues sí.
—¿Y?
—No.
—¿Qué quieres decir?
—Que lo siento. Adiós. Gracias por llevarme.
— (…)—ahora es M quien calla.
Segunda parte:
—Otra cerveza, por favor —dice M, acodado en la barra, una hora después.
Bebe cerveza y piensa en la conversación. Peor no pudo ir. Qué absurda ha sido todo. Pasea la vista por el bar, casi vacío. De repente, cuatro hombrecitos minúsculos, del tamaño de un pitufo, aparecen andando por la barra y empiezan a cavar un agujero justo al lado de su cerveza. Los diminutos obreros trabajan con picos y palas y van horadando la barra como si la madera fuera arena. En un momento han excavado un hoyo de unos cinco centímetros de profundidad en el que cabría su vaso. Los hombrecitos miran el reloj, se secan el sudor de su frente y se van paseando por donde vinieron, por encima de la barra, dándose la vuelta de vez en cuando, le sonríen burlonamente y le saludan con la mano. M les observa perplejo y después ve cómo se acerca el camarero, que aparentemente no se ha dado cuenta de la increíble aparición. De hecho, parece indignado:
—¿De dónde ha salido este agujero? ¿Qué coño has hecho aquí, cabrón? —le grita.
M pasa el dedo por el agujero, cada vez más perplejo.
Tercera parte y epílogo:
“Extraña y tranquila” es mi “cuento fundacional”, el primero que escribí escribiendo lo que deseaba escribir (pero no de la manera en que lo deseaba, pero ese es otro problema). La primera versión (1998) era bilingüe (el narrador hablaba en catalán y los personajes en castellano, aún ahora no sé por qué) y era uno de los cuentos que formaban “Els contes de Colfax” (2000). La segunda versión, íntegramente en castellano, aparece en la segunda parte de “El día que me quieras” (2003) aunque, como se explica en una nota a pie de página (p.65), la muchacha extraña y tranquila no es la misma Abril cuyas ausencias protagonizan ese libro.
Contrariamente a lo que suelen suponer sus escasos lectores, la historia de la primer parte del cuento (es decir, la conversación entre M y la muchacha) es absolutamente imaginaria y nunca se produjo en la vida real (afortunadamente). Sin embargo, por increíble que parezca, la segunda parte (la aparición de los pitufitos en el bar) sí es una historia real. En la barra de un pequeño bar del barrio de Gràcia se halla aún el hoyo que los pitufitos cavaron esa noche delante de mí (bueno, de M), aunque el dueño del establecimiento lo oculta con un aparatoso objeto publicitario de no recuerdo qué bebida alcohólica, justo delante del tirador de cerveza. Si encuentran ese bar y ese agujero y le preguntan al camarero, les explicará que una noche un imbécil medio borracho agujereó la barra, no se sabe cómo. Pues les aseguro que no fui yo; fueron los pitufitos. Aún recuerdo con dolor la sonrisa burlona con la que se despidieron de mí.
M ha ensayado veintitrés mil veces el movimiento y esta noche parece que, por fin, ha tenido suerte. La muchacha acaba de salir del edificio y M ha conseguido simular que coincidían. En realidad, él hace ya más de media hora que ha terminado su jornada, pero ha estado perdiendo tiempo todo ese rato para coincidir con ella, como ha intentado hacer muchos días sin éxito durante las últimas semanas.
—¡Hola! ¿Ya te vas? —ha dicho él.
—Sí —ha dicho la muchacha extraña y tranquila.
—¿Quieres que te acompañe? —se ofrece M, enseñando las llaves del coche.
—¿A dónde vas?
—¿A dónde vas tú?
—Yo voy a X. ¿Por dónde vas tú?
—Bueno, yo no voy tan lejos, la verdad. Pero no me importa acompañarte.
—Hombre, no…
—Insisto. Por favor.
— (…)
—Venga, va, que no me importa, de verdad.
—Bueno, vale.
La muchacha que M ha estado observando durante días —y sabe que ella sabe— sube al coche.
—Bueno, yo te acompaño… —dice él— Pero para llegar a X tendrás que indicarme. ¿Qué hago? Cojo la calle H hasta el final, ¿no?
—Sí.
Es realmente, M lo ha sabido siempre, incluso sin haber hablado nunca seriamente con ella, una muchacha extraña y tranquila. ¿Cómo hacer que hable? ¿Cómo hablarle?
—¡Vaya día hemos tenido hoy! —intenta— Estoy tan cansado que me siento como un paralítico.
—Ajá —responde ella—
No le ha hecho gracia el comentario. Quizá tiene un hermano paralítico. Qué cagada. Quizá todos los de su familia son paralíticos. Ella tiene a su cargo a una familia entera de paralíticos, y quizá a eso se debe su carácter extraño. ¡Qué estupideces!
—Ya me avisarás cuando tenga que coger el desvío, ¿eh? —dice ahora M—
—Sí, aún falta un poco.
—No me gustaría equivocarme. Con la mala suerte que tengo seguro que vamos a parar a un suburbio abandonado, y nos atacaría un grupo de delincuentes. A mí me violarían como un perro antes de asesinarme salvajemente, y a ti te llevarían secuestrada para prostituirte.
— (…)—sonríe ella, callada.
Tampoco ha sido un comentario demasiado acertado, piensa M. O quizá sí, porque ella no parece escandalizada y, aunque no ha dicho nada, ha sonreído la broma.
—Ahora por aquí a la izquierda. Y me dejas ahí, ahí vivo.
—Muy bien… ¿aquí va bien?
—Sí, perfecto. Oye, pues muchas gracias –dice ella, ya apeándose.
—Oye… Quería decirte que...
— (…)
—Supongo que te habrás dado cuenta de que…
—Pues sí.
—¿Y?
—No.
—¿Qué quieres decir?
—Que lo siento. Adiós. Gracias por llevarme.
— (…)—ahora es M quien calla.
Segunda parte:
—Otra cerveza, por favor —dice M, acodado en la barra, una hora después.
Bebe cerveza y piensa en la conversación. Peor no pudo ir. Qué absurda ha sido todo. Pasea la vista por el bar, casi vacío. De repente, cuatro hombrecitos minúsculos, del tamaño de un pitufo, aparecen andando por la barra y empiezan a cavar un agujero justo al lado de su cerveza. Los diminutos obreros trabajan con picos y palas y van horadando la barra como si la madera fuera arena. En un momento han excavado un hoyo de unos cinco centímetros de profundidad en el que cabría su vaso. Los hombrecitos miran el reloj, se secan el sudor de su frente y se van paseando por donde vinieron, por encima de la barra, dándose la vuelta de vez en cuando, le sonríen burlonamente y le saludan con la mano. M les observa perplejo y después ve cómo se acerca el camarero, que aparentemente no se ha dado cuenta de la increíble aparición. De hecho, parece indignado:
—¿De dónde ha salido este agujero? ¿Qué coño has hecho aquí, cabrón? —le grita.
M pasa el dedo por el agujero, cada vez más perplejo.
Tercera parte y epílogo:
“Extraña y tranquila” es mi “cuento fundacional”, el primero que escribí escribiendo lo que deseaba escribir (pero no de la manera en que lo deseaba, pero ese es otro problema). La primera versión (1998) era bilingüe (el narrador hablaba en catalán y los personajes en castellano, aún ahora no sé por qué) y era uno de los cuentos que formaban “Els contes de Colfax” (2000). La segunda versión, íntegramente en castellano, aparece en la segunda parte de “El día que me quieras” (2003) aunque, como se explica en una nota a pie de página (p.65), la muchacha extraña y tranquila no es la misma Abril cuyas ausencias protagonizan ese libro.
Contrariamente a lo que suelen suponer sus escasos lectores, la historia de la primer parte del cuento (es decir, la conversación entre M y la muchacha) es absolutamente imaginaria y nunca se produjo en la vida real (afortunadamente). Sin embargo, por increíble que parezca, la segunda parte (la aparición de los pitufitos en el bar) sí es una historia real. En la barra de un pequeño bar del barrio de Gràcia se halla aún el hoyo que los pitufitos cavaron esa noche delante de mí (bueno, de M), aunque el dueño del establecimiento lo oculta con un aparatoso objeto publicitario de no recuerdo qué bebida alcohólica, justo delante del tirador de cerveza. Si encuentran ese bar y ese agujero y le preguntan al camarero, les explicará que una noche un imbécil medio borracho agujereó la barra, no se sabe cómo. Pues les aseguro que no fui yo; fueron los pitufitos. Aún recuerdo con dolor la sonrisa burlona con la que se despidieron de mí.
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