Ubeda y sus bellos cerros
Capítulo 22 de “La Vida del Cuerdas”, obra inédita de Mr. Rodríguez y un servidor
El Cuerdas no era muy hablador, pero a veces le daba por entornar los ojos, pespuntearse la nariz y contar ricas anécdotas de su pasado. Me viene ahora a la memoria un día en el que él y yo formábamos la barrera y esperábamos a que el equipo rival lanzara una falta directa, en una de nuestras matinales de fútbol sala.
-Así como en las culturas árabes -me dijo el Cuerdas sin venir a cuento y con un estilo algo bíblico- los invitados eruptan al finalizar una buena comida para agradecer al anfitrión su hospitalidad, en ciertas zonas del Benelux de difícil acceso es costumbre en los restaurantes que, en homenaje al cocinero, los comensales se golpeen salvajemente entre ellos con barras de hierro hasta descoyuntarse los hombros. Quedarse todos los comensales con los hombros descoyuntados se considera el mayor honor que puede recibir un cocinero, pero en contrapartida éste no cobrará ni un céntimo del importe de la comida, auque no se sabe si es por educación o porque, al no poder mover los brazos, los comensales están incapacitados para hacer el típico gesto de firmar al aire para pedir la cuenta.
La erudición del Cuerdas me dejó turulato, el equipo rival lo aprovechó para lanzar la falta, que me pilló desprevenido y nos metieron un gol. El Cuerdas me miró con rabia:
-Si cada vez que te cuento un rica anécdota me lo pagas haciendo el estaquirote en las barreras, mejor me callo.
Así nos quedamos sin ricas anécdotas del Cuerdas, pero a cambio nuestros promedios de goles encajados mejoró mucho. Aparte de eso, no sé por qué el título de este capítulo se llama “Ubeda y sus bellos cerros”. No sé dónde está Ubeda, no sé por qué “los cerros de Ubeda” se ha añadido al acervo de frases populares, y no sabría definir qué es un cerro. De pequeño tenía un compañero de clase que se llamaba Ubeda, y era de esos tíos raros que a la hora del patio, en lugar de jugar al fútbol, jugaba a perseguirse con otros tíos raros. Seguro que si en el patio de mi escuela hubiera habido árboles, Ubeda se habría subido a ellos.
El Cuerdas no era muy hablador, pero a veces le daba por entornar los ojos, pespuntearse la nariz y contar ricas anécdotas de su pasado. Me viene ahora a la memoria un día en el que él y yo formábamos la barrera y esperábamos a que el equipo rival lanzara una falta directa, en una de nuestras matinales de fútbol sala.
-Así como en las culturas árabes -me dijo el Cuerdas sin venir a cuento y con un estilo algo bíblico- los invitados eruptan al finalizar una buena comida para agradecer al anfitrión su hospitalidad, en ciertas zonas del Benelux de difícil acceso es costumbre en los restaurantes que, en homenaje al cocinero, los comensales se golpeen salvajemente entre ellos con barras de hierro hasta descoyuntarse los hombros. Quedarse todos los comensales con los hombros descoyuntados se considera el mayor honor que puede recibir un cocinero, pero en contrapartida éste no cobrará ni un céntimo del importe de la comida, auque no se sabe si es por educación o porque, al no poder mover los brazos, los comensales están incapacitados para hacer el típico gesto de firmar al aire para pedir la cuenta.
La erudición del Cuerdas me dejó turulato, el equipo rival lo aprovechó para lanzar la falta, que me pilló desprevenido y nos metieron un gol. El Cuerdas me miró con rabia:
-Si cada vez que te cuento un rica anécdota me lo pagas haciendo el estaquirote en las barreras, mejor me callo.
Así nos quedamos sin ricas anécdotas del Cuerdas, pero a cambio nuestros promedios de goles encajados mejoró mucho. Aparte de eso, no sé por qué el título de este capítulo se llama “Ubeda y sus bellos cerros”. No sé dónde está Ubeda, no sé por qué “los cerros de Ubeda” se ha añadido al acervo de frases populares, y no sabría definir qué es un cerro. De pequeño tenía un compañero de clase que se llamaba Ubeda, y era de esos tíos raros que a la hora del patio, en lugar de jugar al fútbol, jugaba a perseguirse con otros tíos raros. Seguro que si en el patio de mi escuela hubiera habido árboles, Ubeda se habría subido a ellos.
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