Crónicas del miércoles noche
Anoche tomamos un taxi. Fue algo bastante improvisado, porque Flash detuvo el vehículo y al mismo tiempo me preguntó: “¿A dónde vamos?”. Sin esperar respuesta se metió en el taxi y a su lado se sentaron Ponyboy y la Chocholoco. Yo, como soy mayor y por tanto más lento de reflejos, tuve que sentarme al lado del taxista, que es algo que me suele suceder a menudo y que nunca deja de avergonzarme un poco, porque me hace sentir como si fuera amigo del taxista y además responsable de quienes viajan detrás y, la verdad, me aterraría tener que responder por Flash, por Ponyboy o por la Chocholoco. Esta última es mi adorada hermana menor, pero como hermano mayor soy bastante irresponsable, quizá debido a mi creciente sordera.
En fin, que los cuatro nos acomodamos en el taxi, ellos atrás y yo delante, y entonces llegaron esos dos o tres segundos siempre tan largos y tan embarazosos, en los que el taxista no pregunta nada y nosotros no decimos nada, y yo estuve tentado de romper el horrendo hechizo y decir algo, algo como por ejemplo “a Balmes-Mitre”, que es una dirección que me viene siempre a la mente porque tuve un amigo que vivía allí, aunque no sé qué coño podríamos hacer los cuatro a esas horas de la noche en Balmes-Mitre, no sé qué hay en Balmes-Mitre, no he estado jamás en Balmes-Mitre, nunca visité a mi amigo en su casa de Balmes-Mitre.
Pero Ponyboy vino en mi ayuda para sacarme del apuro, aunque por supuesto no creo que Ponyboy pudiera imaginar que yo en esos momentos me encontrara en ninguna clase de apuro. En todo caso lo que hizo Ponyboy fue preguntar en voz alta: “Vamos a Córcega-Diagonal, ¿vale?”, y yo dije que sí, que vale, y la Chocholoco dijo que sí, que vale, y Flash dijo que sí, que vale, y por unos instantes temí que el taxista dijera que sí, que por él vale, y que se uniera a nuestra tan poco organizada noche de juerga. Pero el taxista, profesional, sólo dijo “A Córcega-Diagonal, vamos allá”, y allí supe por su acento que ese hombre era sudamericano, aunque el detalle carece de interés, creo, pero me hizo recordar que una vez conocí a un hombre al que durante meses creí sudamericano hasta que un día descubrí con asombro que en realidad era canario.
Durante el trayecto la Chocholoco se reía de no sé qué con Ponyboy y Flash hablaba de no sé qué con Ponyboy, que por lo visto en los viajes en taxi se multiplica para departir con todos sus amigos, aunque a mí me dejó algo abandonado, completamente abandonado en realidad, así que yo me concentré en estudiar el estilo de conducción del taxista, del que nada malo puedo decir, me pareció una conducción sobria y prudente, sin confundir la prudencia con el pisar huevos al volante. También oía la risa de la Chocholoco, aunque no llegué a establecer de qué se reía, puesto que sus palabras, si es que hubo alguna, me llegaban directamente a mi oído derecho, que es el que tengo casi por completo inutilizado. A Flash y a Ponyboy sí les oía con notable claridad y pude entender que ambos hablaban de ciertos problemas técnicos que su dedicación a la música les causaba. Hablaban de no sé qué canción que minutos antes habían interpretado ante un enfervorizado público, minoritario pero cariñoso, Ponyboy y Flash arrastran minorías enfervorizadas y cariñosas, hablaban de no sé qué canción suya, decía, y Flash dijo:
-Este estribillo ha viajado ya por tres canciones.
Coño, pensé yo. Es posible que esté borracho, pensé, pero esta frase me parece estupenda. Pero como quizá estoy borracho, quizá ya no me acuerde mañana. Y si me acuerdo quizá ya no me parezca tan estupenda mañana. Porque quizá estoy borracho. Pero como no puedo estar borracho porque sólo he bebido un zumo de melocotón, quizá la frase aún será estupenda mañana. Pero quizá no me acuerde. Y entonces recordé que suelo llevar encima un pequeñito bloc de notas para apuntar buenas ideas para no olvidarlas, y que casi nunca apunto nada en él porque no suelo acordarme de que lo lleva encima. Pero anoche sí me acordé de que lo llevaba, así que busqué la libretita y empecé a apuntar eso del estribillo que ha viajado por tres canciones. Y en esas que el taxista se fijó en lo que hacía y encendió la luz en un alarde de amabilidad, una amabilidad que me hizo sospechar que quizá era un taxista canario. Apunté rápidamente la frase y dije que gracias y sonreí al amable taxista y entonces él, como si se hubiera roto un hielo inexistente, acarició con sus dedos los mandos de su radiocasette, hasta entonces silencioso, y dijo que dado que los señores parecían entendidos en música quizá supieran cómo coño poner en marcha el aparato, que aquella noche se negaba a emitir sonido alguno, y ante el silencio de Ponyboy y de Flash y las risas ya más apagadas de la Chocholoco, yo emití un juicio poco juicioso sobre el estado del radiocasette afirmando que se encontraba en estado de bloqueo y que lo que requería el taxista para ponerlo en marcha de nuevo era el código númerico, como si yo tuviera la más mínima idea sobre el mundo del radiocasette. Un código, repitió con admiración y cierto temor reverencial el taxista, Sí, dije yo, y Flash afirmó que si él fuera fabricante de radiocasettes establecería el cero-cero-cero-cero como código universal, a lo que el taxista opinó mentalmente que quizá no era mala idea y que quizá con el cero-cero-cero-cero su radiocasette volvería a funcionar, para descubrir con sorpresa al instante que su radiocasette carecía de cero, cosa que anunció con una mezcla de tristeza y alegría: “Pues no hay cero, amigo”. Y a mí eso me extrañó así que comprobé que, en efecto, el aparato carecía de cero, y de nueve y de ocho y de siete, y que sus números se limitaban a los comprendidos entre el uno y el seis, ambos inclusive, y entonces la Chocholoco que entiende más que nosotros todos juntos de cosas eléctricas y electrónicas, categorías en las que sin duda se hallaba el radiocasette del taxista, al menos cuando funcionaba, empezó a explicar su idea sobre la situación pero para entonces llegamos a Córcega-Diagonal.
Y pagamos y nos apeamos dejando al taxista sin radiocasette, como antes, pero con algunos euros más, y ya apeados hice saber a mis amigos mis sospechas de que el taxista era en realidad un falso taxista, lo que explicaba su amabilidad y su desconocimiento del código para poner en marcha el radiocasette, y que probablemente el verdadero taxista se hallaba en el maletero del coche, posiblemente muerto, y atado después de muerto, apuntó Flash, y contemplamos la posibilidad de denunciar los hechos a los Mossos d´Esquadra pero para entonces ya nos hallábamos en el bar de Kika donde la propia Kika nos contaba no sé qué acerca precisamente de los Mossos d´Esquadra y los horarios de apertura y ya nos distraímos con nuestras cervezas, mi zumo de melocotón y los ganchitos de la Chocholoco.
En fin, que los cuatro nos acomodamos en el taxi, ellos atrás y yo delante, y entonces llegaron esos dos o tres segundos siempre tan largos y tan embarazosos, en los que el taxista no pregunta nada y nosotros no decimos nada, y yo estuve tentado de romper el horrendo hechizo y decir algo, algo como por ejemplo “a Balmes-Mitre”, que es una dirección que me viene siempre a la mente porque tuve un amigo que vivía allí, aunque no sé qué coño podríamos hacer los cuatro a esas horas de la noche en Balmes-Mitre, no sé qué hay en Balmes-Mitre, no he estado jamás en Balmes-Mitre, nunca visité a mi amigo en su casa de Balmes-Mitre.
Pero Ponyboy vino en mi ayuda para sacarme del apuro, aunque por supuesto no creo que Ponyboy pudiera imaginar que yo en esos momentos me encontrara en ninguna clase de apuro. En todo caso lo que hizo Ponyboy fue preguntar en voz alta: “Vamos a Córcega-Diagonal, ¿vale?”, y yo dije que sí, que vale, y la Chocholoco dijo que sí, que vale, y Flash dijo que sí, que vale, y por unos instantes temí que el taxista dijera que sí, que por él vale, y que se uniera a nuestra tan poco organizada noche de juerga. Pero el taxista, profesional, sólo dijo “A Córcega-Diagonal, vamos allá”, y allí supe por su acento que ese hombre era sudamericano, aunque el detalle carece de interés, creo, pero me hizo recordar que una vez conocí a un hombre al que durante meses creí sudamericano hasta que un día descubrí con asombro que en realidad era canario.
Durante el trayecto la Chocholoco se reía de no sé qué con Ponyboy y Flash hablaba de no sé qué con Ponyboy, que por lo visto en los viajes en taxi se multiplica para departir con todos sus amigos, aunque a mí me dejó algo abandonado, completamente abandonado en realidad, así que yo me concentré en estudiar el estilo de conducción del taxista, del que nada malo puedo decir, me pareció una conducción sobria y prudente, sin confundir la prudencia con el pisar huevos al volante. También oía la risa de la Chocholoco, aunque no llegué a establecer de qué se reía, puesto que sus palabras, si es que hubo alguna, me llegaban directamente a mi oído derecho, que es el que tengo casi por completo inutilizado. A Flash y a Ponyboy sí les oía con notable claridad y pude entender que ambos hablaban de ciertos problemas técnicos que su dedicación a la música les causaba. Hablaban de no sé qué canción que minutos antes habían interpretado ante un enfervorizado público, minoritario pero cariñoso, Ponyboy y Flash arrastran minorías enfervorizadas y cariñosas, hablaban de no sé qué canción suya, decía, y Flash dijo:
-Este estribillo ha viajado ya por tres canciones.
Coño, pensé yo. Es posible que esté borracho, pensé, pero esta frase me parece estupenda. Pero como quizá estoy borracho, quizá ya no me acuerde mañana. Y si me acuerdo quizá ya no me parezca tan estupenda mañana. Porque quizá estoy borracho. Pero como no puedo estar borracho porque sólo he bebido un zumo de melocotón, quizá la frase aún será estupenda mañana. Pero quizá no me acuerde. Y entonces recordé que suelo llevar encima un pequeñito bloc de notas para apuntar buenas ideas para no olvidarlas, y que casi nunca apunto nada en él porque no suelo acordarme de que lo lleva encima. Pero anoche sí me acordé de que lo llevaba, así que busqué la libretita y empecé a apuntar eso del estribillo que ha viajado por tres canciones. Y en esas que el taxista se fijó en lo que hacía y encendió la luz en un alarde de amabilidad, una amabilidad que me hizo sospechar que quizá era un taxista canario. Apunté rápidamente la frase y dije que gracias y sonreí al amable taxista y entonces él, como si se hubiera roto un hielo inexistente, acarició con sus dedos los mandos de su radiocasette, hasta entonces silencioso, y dijo que dado que los señores parecían entendidos en música quizá supieran cómo coño poner en marcha el aparato, que aquella noche se negaba a emitir sonido alguno, y ante el silencio de Ponyboy y de Flash y las risas ya más apagadas de la Chocholoco, yo emití un juicio poco juicioso sobre el estado del radiocasette afirmando que se encontraba en estado de bloqueo y que lo que requería el taxista para ponerlo en marcha de nuevo era el código númerico, como si yo tuviera la más mínima idea sobre el mundo del radiocasette. Un código, repitió con admiración y cierto temor reverencial el taxista, Sí, dije yo, y Flash afirmó que si él fuera fabricante de radiocasettes establecería el cero-cero-cero-cero como código universal, a lo que el taxista opinó mentalmente que quizá no era mala idea y que quizá con el cero-cero-cero-cero su radiocasette volvería a funcionar, para descubrir con sorpresa al instante que su radiocasette carecía de cero, cosa que anunció con una mezcla de tristeza y alegría: “Pues no hay cero, amigo”. Y a mí eso me extrañó así que comprobé que, en efecto, el aparato carecía de cero, y de nueve y de ocho y de siete, y que sus números se limitaban a los comprendidos entre el uno y el seis, ambos inclusive, y entonces la Chocholoco que entiende más que nosotros todos juntos de cosas eléctricas y electrónicas, categorías en las que sin duda se hallaba el radiocasette del taxista, al menos cuando funcionaba, empezó a explicar su idea sobre la situación pero para entonces llegamos a Córcega-Diagonal.
Y pagamos y nos apeamos dejando al taxista sin radiocasette, como antes, pero con algunos euros más, y ya apeados hice saber a mis amigos mis sospechas de que el taxista era en realidad un falso taxista, lo que explicaba su amabilidad y su desconocimiento del código para poner en marcha el radiocasette, y que probablemente el verdadero taxista se hallaba en el maletero del coche, posiblemente muerto, y atado después de muerto, apuntó Flash, y contemplamos la posibilidad de denunciar los hechos a los Mossos d´Esquadra pero para entonces ya nos hallábamos en el bar de Kika donde la propia Kika nos contaba no sé qué acerca precisamente de los Mossos d´Esquadra y los horarios de apertura y ya nos distraímos con nuestras cervezas, mi zumo de melocotón y los ganchitos de la Chocholoco.
3 Comments:
jajajaja boníssima crónica! escrit així sembla mentida que ho visquéssim ahir.. sembla un dels teus típics contes, basats en fets reals però elevats al màxim exponent del surrealisme. Una nit inoblidable, com totes les que visc amb vosaltres, muak germanot!
Ostres tu!!! Com m'he rigut!! Realment qui ens vegi deu al.lucinar, devem fer una fila tots quatre junts en les inhòspites nits de dimecres barcel.loní, oi?
Asombroso. Si se te bloqueara el móvil, por ejemplo, ¿le pedirias el pin a unos desconocidos?
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