sabato, ottobre 15, 2005

Meando en Harrods

Tengo un entrañable aprecio por los cuentos de Hector Hugh Munro (1870-1916), que firmaba con el pseudónimo de Saki. Su obra no es muy extensa y creo que está traducida casi por completa al catalán o al castellano. A Saki se le conoce sobre todo por sus cuentos, de una exquisita elegancia inglesa. Son fantásticas parodias de su estilo de vida, de un humor suave que, a veces, de vez en cuando, cuando menos uno se lo espera, se convierte en bárbaro. Un ejemplo al azar: “Waldo es una de esas personas que mejoraría enormemente con la muerte”.
A mí siempre me ha parecido que Saki, por cierto, es un alias de lo más mediocre, especialmente si uno tiene un nombre tan asombroso como Hector Hugh Munro. Y, sobre todo, si ha demostrado en sus cuentos que posee una imaginación tan desbordante para inventar pseudónimos mucho más extraordinarios. Como en el cuento El soñador, cuando unos grandes almacenes llevan el augusto nombre de Walpurgis and Nettlepink, o en Piel, donde el nombre de otro establecimiento de lujo es el impagable Goliath and Mastodon.
Son nombres que, evidentmente, parodian y ridiculizan la grandeza y fastuosidad de instituciones comerciales de Londres com Fortnum and Mason o los mundialmente famosos Harrods. Y aquí quería llegar, y es que precisamente pensaba en esto, en Saki y en sus nombres imposibles, cuando, no hace mucho, me hallaba en un WC de Harrods, esforzándome no para mear, sino para no reír demasiado y no pasar por un inculto latino que hasta ayer llevaba taparrabos y chancletas, lo cual, por cierto, es lo que soy.
Y si explico todo esto es para que sepáis que, aunque sea un pobre hombre, he estado en Harrods y me he paseado por sus insufribles salas, repletas de rampoines que ni en mis más salvajes delirios compraría, rampoines como un bote de aceitunas birmanas, una corbata de seda de mosca del Kirguistán o una mesa de madera, cristal y acero garantizada por Harrods hasta el año 2666. Y para que sepáis que tras un par de horas deambulando por el enorme edificio, siguiendo los pasos de una extasiada Abril, tuve el inaplazable deseo de mear, para lo cual me puse a la búsqueda de un WC, porque los latinos, al menos en el extranjero, no nos meamos encima ni sobre el primer palo que se nos presenta.
Me costó bastante, pero en la sección de mantas, almohadas y colchones localicé un WC de luxe, según anunciaba un rótulo. Dudé un poco por lo de luxe, pero al ver entrar otros turistas sin complejos, me dije qué cojones, yo también. Al atravesar la puerta del WC de luxe me recibió un joven uniformado, negro por cierto, y no es por ser racista pero es que me hizo gracia, que me saludó ceremoniosamente y me indicó con un gesto de su mano derecha dónde podía mear cómodamente, indicación que podría haberse ahorrado, pues yo he meado otras veces en WC públicos y sé dónde puedo hacerlo y dónde no. Pero me divirtió tanta tontería y mientras meaba me aguantaba el miembro con una mano y con la otra buscaba en mi bolsillo alguna moneda para recompensar al uniformado que tan amablemente desperdiciaba su vida en el meadero de Casa Dodi.
Pero no le di nada, ni una moneda ni dos. Y es que al terminar mi micción, y antes de que pudiera llegar al lavamanos para adecentarme, el muchacho, con un gesto teatral y seguramente mil veces repetido, le dio al grifo para que yo no tuviera que molestarme en hacerlo. Me pareció todo tan excesivo y ridículo y me costó tanto mantener la seriedad y no romper a carcajadas, que seguramente una cosa llevó a la otra y de Harrods pasé mentalmente al Goliath and Mastodon, y recordé que Hector Hugh Munro había muerto durante la Primera Guerra Mundial al estallar un obús en su trinchera, e imaginé que en una nueva hipotética guerra mundial aquel negrito uniformado moriría seguramente en el WC de luxe de Harrods. Para qué darle propina.