Anécdota de Pérez
Uno me contó una historia de sus tiempos escolares. El protagonista, al que llamaré Pérez (en realidad se llama López), era un alumno revoltoso, que nunca escuchaba al maestro y que perdía el tiempo molestando a sus compañeros y observando los cambios climáticos a través de la ventana del aula. Un buen día, el maestro, harto, interrumpió la clase y se dirigió a Pérez:
–¡Basta ya! –gritó– ¡Estoy harto de usted! A ver, Pérez, ¿usted cree que esto puede seguir así? Levántese, póngase la mano en el corazón y responda.
Pérez se levantó, y ante la sorpresa de sus compañeros y por supuesto del profesor, se puso la mano en la cabeza. El maestro, rojo de ira, gritó:
–¿Y ahora qué coño hace?
–¿Pero no me ha dicho que me pusiera la mano en el cabezón? –dijo Pérez, añadiendo la fama de sordo a las curiosas famas que ya acumulaba.
–¡Basta ya! –gritó– ¡Estoy harto de usted! A ver, Pérez, ¿usted cree que esto puede seguir así? Levántese, póngase la mano en el corazón y responda.
Pérez se levantó, y ante la sorpresa de sus compañeros y por supuesto del profesor, se puso la mano en la cabeza. El maestro, rojo de ira, gritó:
–¿Y ahora qué coño hace?
–¿Pero no me ha dicho que me pusiera la mano en el cabezón? –dijo Pérez, añadiendo la fama de sordo a las curiosas famas que ya acumulaba.
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