martedì, novembre 22, 2005

La Nueva

Hace unos años, los lectores de no recuerdo qué diario londinense eligieron con gran sensibilidad la palabra serendipity como la más bella de la lengua inglesa. Años más tarde, un concurso similar organizado por “La Vanguardia” sometió a sus lectores al mismo desafío. En castellano, la palabra elegida fue toro, tras un alarde de originalidad y estupidez patriótica de los votantes. En catalán salimos algo mejor librados, pues los lectores votaron por encisador, con esa zigzagueante combinación de ese sonora y ese sorda, aunque no es la palabra que yo habría votado.
Pero de lo que yo quería hablar es de la serendipity, serendipia en castellano, palabra creado por Horace Walpole, un señor que ya apareció en este blog por aquella sorprendente sentencia que afirma que todo debe probarse menos el incesto y las danzas rurales. Pues un día, no sé por qué razón ni en qué circunstancias, a Walpole le dio por leer un pequeño cuento anónimo titulado “The three Princes of Serendip” y observó que los tres príncipes de la narración tenían el don de hallar respuestas a enigmas que no se habían propuesto resolver, y que lo hacían siempre con sagacidad y por accidente. Walpole bautizó este don con el nombre de “serendipity”, basándose lógicamente en el “Serendip” del título del cuento que, por cierto, no es más que la traducción al inglés del nombre persa de lo que hoy desconocemos como Sri Lanka.
La “serendipity” de Walpole pasó unos años en el olvido, pero a mediados del siglo XX reapareció, especialmente en el lenguaje científico. Alguien con tan poco trabajo como yo observó, como Walpole había hecho en 1754, que “serendipity” podría aplicarse al descubrimiento hecho por una combinación de accidente y sagacidad, como aquello de Fleming y la penicilina. Serendipia es, por tanto, el don del descubrimento fortuito.
Toda esta prolija introducción es para contarles que, el otro día, La Nueva, que es como los vecinos llaman a mi novia, tuvo el don de la serendipia e hizo funcionar a la perfección la salida de agua caliente de una ducha que llevaba dos años comportándose al buen tuntún. Esta palabra, tuntún, merecería un estudio tan detenido como el que he dedicado a la serendipia, pero el tiempo no me sobra ahora pues se lo dedico todo a La Nueva.

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2 Comments:

Blogger Jen said...

muajajaja, la Nueva, quin apodo

12:56 AM  
Blogger Guardagujas said...

Llegué aquí por Navidad, a través de algún blog que tenía enlazado alguien a quien suelo leer (ya no recuerdo bien el camino que seguí). Una de las entradas que leí la primera vez que vi las llamas de tu paraguas fue "Mi café". Desde entonces vengo por aquí de vez en cuando, doy un paseo y antes de marcharme pego un salto atrás, a ver si encuentro desde cuando la Nueva es la Nueva. Eureka.

Tengo que decirte que me encanta tu forma de escribir, pero especalmente me emociona la forma que tienes de hablar de ella. Enhorabuena por el enlace Nueva-Paraguas, por la sombrillita o el nuevecillo que esperáis y por tu capacidad para seguir viéndola con esa ternura.

Seguiré pasando por aquí. Tú sigue escribiendo con esa sensibilidad y ese sentido del humor tan tuyos. Gracias.

12:50 AM  

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