Pesadilla después de Navidad
Como cada día, a las siete, el eminente doctor Baldiri Furrallats se dispuso a despedirse de su secretaria. Si no le tocaba quirófano, el doctor solía pasarse por la tertulia que se celebraba diariamente en el Bar Lupus. Pero el doctor Furrallats no tenía buena memoria y no solía usar agenda: cada tarde debía reflexionar un rato para recordar si le tocaba quirófano o no. Al final, siempre llegaba a la misma conclusión: dado que su especialidad era la psicología, su presencia en el quirófano sólo era necesaria en condición de paciente o en el caso de que los cirujanos enloquecieran inesperadamente. Su salud era excelente, por lo que descartó con alegría la primera opción. Y si los cirujanos enloquecen, ya me llamarán al busca, pensó Furrallats.
-Me voy a la tertulia del Lupus. Hasta mañana -le dijo por tanto a su secretaria.
-Que vaya bien -dijo ella- No beba mucho. Ah, y mañana es sábado. No venga. Yo no lo haré.
-De acuerdo.
A la tertulia del Bar Lupus acudían médicos de toda Barcelona, en especial psicólogos y desmemoriados, con lo que el doctor Furrallats se encontraba en su ambiente. Furrallats, al que sus contertulianos llamaban Furri, no se sabe muy bien por qué, quizá porque en sus años de servicio militar desempeñó el cargo de cabo furriel, solía tomar un cynar con sifón. Ocupaba siempre el mismo sitio, debajo del retrato ecuestre de Sigmund Freud que presidía la sala principal del Lupus. A su vera se apretujaban jóvenes psicólogos y desmemoriados, y no tan jóvenes, que escuchaban embelesados las explicaciones y anécdotas que la práctica de la psicología proporcionaba diariamente al eminente especialista.
Ese día, tras escuchar amablemente la narración que uno de sus colegas hizo de lo difícil que le había resultado esa mañana encontrar su propia consulta, problema que sólo pudo solventar consultando las Páginas Amarillas, Furrallats se dispuso a tomar la palabra. Apuró su vaso de cynar con sifón y levantó una mano para tomar la palabra, como hacían los próceres de antaño en situaciones similares.
-Hoy -dijo- me he inventado un síndrome.
-¿Qué quieres decir, Furri? -le interrumpió uno de los contertulios.
-Que esta mañana -prosiguió el doctor- ha atendido en mi consulta a un individuo enloquecido. Como siempre, vaya, a mi consulta sólo vienen individuos enloquecidos. Nunca nada de páncreas ni de sinusitis, siempre individuos enloquecidos.
-Sí, es lo que tiene la práctica de la psicología -lamentó otro contertuliano.
-Peor lo tenemos los psiquiatras -dijo un joven desmemoriado, olvidando que en realidad no era psiquiatra, sino urólogo.
-Eso sí -dijo otro.
-En fin, prosiga, Furri, prosiga -atajó un tercero.
-¿El qué? -dijo Furrallats, desconcertado.
-Nos contaba que esta mañana inventó un síndrome.
-¡Ah, sí! Me olvidaba -exclamó Furrallats- Pues al individuo enloquecido en cuestión le he diagnosticado el síndrome de Ben-Hur. Por la película, ¿saben? De cuando a la hermana de Ben-Hur se le cae una teja de su casa y mata al romano. Me he inventado que las ansiedades que sufre el individuo enloquecido se deben a su miedo a que se le caigan objetos al vacío.
-¡Genial! ¡Bravo! -aplaudieron los contertulianos, mientras Furrallats reía complacido.
Furrallats invitó a todos a una ronda de vodkas -olvidando que su bebida favorita era el cynar con sifón-, y luego otra de gin-tonics y más tarde otra de whiskies. Esa noche, un numeroso grupo de psicólogos ebrios fueron atropellados por un conductor enloquecido y ansioso a la salida del Bar Lupus.
Soy muy consciente de las sandeces que acabo de escribir. Es que sufro un severo ataque de ansiedad, esta mañana he tenido que descolgar un Papa Noel trepador del balcón de mi casa y, pese a mis precauciones, el muñeco ha terminado por caer al vacío y ha golpeado en la cabeza a un niño. Por fortuna, el niño ya estaba muerto antes de recibir el impacto. Su madre, una loca muy popular en el barrio, arrastra diariamente su cadáver desde hace años. Es la mujer que originó aquel célebre chiste:
-¡Señora, señora, que lleva arrastrando al niño!
-Ya lo sé, es que está muerto.
-Me voy a la tertulia del Lupus. Hasta mañana -le dijo por tanto a su secretaria.
-Que vaya bien -dijo ella- No beba mucho. Ah, y mañana es sábado. No venga. Yo no lo haré.
-De acuerdo.
A la tertulia del Bar Lupus acudían médicos de toda Barcelona, en especial psicólogos y desmemoriados, con lo que el doctor Furrallats se encontraba en su ambiente. Furrallats, al que sus contertulianos llamaban Furri, no se sabe muy bien por qué, quizá porque en sus años de servicio militar desempeñó el cargo de cabo furriel, solía tomar un cynar con sifón. Ocupaba siempre el mismo sitio, debajo del retrato ecuestre de Sigmund Freud que presidía la sala principal del Lupus. A su vera se apretujaban jóvenes psicólogos y desmemoriados, y no tan jóvenes, que escuchaban embelesados las explicaciones y anécdotas que la práctica de la psicología proporcionaba diariamente al eminente especialista.
Ese día, tras escuchar amablemente la narración que uno de sus colegas hizo de lo difícil que le había resultado esa mañana encontrar su propia consulta, problema que sólo pudo solventar consultando las Páginas Amarillas, Furrallats se dispuso a tomar la palabra. Apuró su vaso de cynar con sifón y levantó una mano para tomar la palabra, como hacían los próceres de antaño en situaciones similares.
-Hoy -dijo- me he inventado un síndrome.
-¿Qué quieres decir, Furri? -le interrumpió uno de los contertulios.
-Que esta mañana -prosiguió el doctor- ha atendido en mi consulta a un individuo enloquecido. Como siempre, vaya, a mi consulta sólo vienen individuos enloquecidos. Nunca nada de páncreas ni de sinusitis, siempre individuos enloquecidos.
-Sí, es lo que tiene la práctica de la psicología -lamentó otro contertuliano.
-Peor lo tenemos los psiquiatras -dijo un joven desmemoriado, olvidando que en realidad no era psiquiatra, sino urólogo.
-Eso sí -dijo otro.
-En fin, prosiga, Furri, prosiga -atajó un tercero.
-¿El qué? -dijo Furrallats, desconcertado.
-Nos contaba que esta mañana inventó un síndrome.
-¡Ah, sí! Me olvidaba -exclamó Furrallats- Pues al individuo enloquecido en cuestión le he diagnosticado el síndrome de Ben-Hur. Por la película, ¿saben? De cuando a la hermana de Ben-Hur se le cae una teja de su casa y mata al romano. Me he inventado que las ansiedades que sufre el individuo enloquecido se deben a su miedo a que se le caigan objetos al vacío.
-¡Genial! ¡Bravo! -aplaudieron los contertulianos, mientras Furrallats reía complacido.
Furrallats invitó a todos a una ronda de vodkas -olvidando que su bebida favorita era el cynar con sifón-, y luego otra de gin-tonics y más tarde otra de whiskies. Esa noche, un numeroso grupo de psicólogos ebrios fueron atropellados por un conductor enloquecido y ansioso a la salida del Bar Lupus.
Soy muy consciente de las sandeces que acabo de escribir. Es que sufro un severo ataque de ansiedad, esta mañana he tenido que descolgar un Papa Noel trepador del balcón de mi casa y, pese a mis precauciones, el muñeco ha terminado por caer al vacío y ha golpeado en la cabeza a un niño. Por fortuna, el niño ya estaba muerto antes de recibir el impacto. Su madre, una loca muy popular en el barrio, arrastra diariamente su cadáver desde hace años. Es la mujer que originó aquel célebre chiste:
-¡Señora, señora, que lleva arrastrando al niño!
-Ya lo sé, es que está muerto.
8 Comments:
¡¡Bravo!!
Brutal!
Pero la gente de mi oficina se sorprende de que mi trabajo pueda arrancarme una carcajada tan larga...
A ve cómo les explico yo ahora que ya no me fío de los psiquiatras.
Un beso.
Lo malo de estos post tan rebuenos es que luego los comentarios tienen que estar a la altura. Y yo lo siento, pero no llego. Me he quedado colgada a medias, como un Papa Noel cualquiera.
juas juas juas
Algún dia os explicaré mi chiste favorito sobre niños muertos, pero sólo si me aseguráis que no acabaré en la consulta del tal Furrallats.
Por cierto, hoy entré en un papeleria y vi un calendario Zaragozano, claro aquí es más fácil encontrarlos que en Berlín, pero aún así me lo compré. Es cojonudo.
Las madres locas son lo peor, saturan todas las consultas, y no sólo las de los psicólogos, las de urgencias también.
- Señor doctor, este niño respira con dificultad.
- No señora, este niño no respira, está muerto, como las últimas 37 veces que le ha traído usted a urgencias.
Besos.
A mí no me parece tan raro un Papá Noel colgado de vuestro balcón debido a la dificultad de acceso y desalojo de la finca donde habitáis los Vidal-Pena. Estaría poniendo a prueba las toscas medidas de seguridad de vuestro edificio.
Si alguna vez va alguien a visitar a Jordi y a la Nueva que no olvide llevar el móvil. Es fácil quedar atrapado en un espacio aislado y absurdo en el que una puerta da paso a...otra puerta.
Tio estas mu mal de lo tuyo, como se te ocurre matar un niño muerto.
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