Paseo dominical
El domingo por la mañana me levanté pronto, puse la hora correcta en los 17 relojes que hay en casa, incluido el monstruoso reloj de estación ferroviaria que preside nuestro minúsculo comedor y que Flash y yo robamos en París, y me dediqué luego a despertar a la Nueva, que seguía soñando con sus soleadas piscinas y sus melocotones. Media hora más tarde conseguí que recuperase la conciencia y entonces le dije:
-¡Vamos! ¡Vamos a pasear!
Ella abrió medio ojo y miró a la ventana.
-Pero si apenas ha salido el sol -protestó.
-Eso es cosa del cambio de horario. Ahora el sol sale más tarde -le dije, consciente de lo confuso de mi explicación.
Es que nunca he acabado de entender por qué atrasamos o adelantamos la hora y, en mi sincera ignorancia, he decidido atribuirlo a los husos solares. Sean estos lo que sean, si es que existen. En fin, el caso es que la Nueva terminó por hacerme caso y, mientras se duchaba, preparé mi desayuno a base de cucharones de nocilla y el suyo con los macarrones sobrantes de la noche anterior. A la Nueva le encantan los restos fríos de las cenas. He comprobado que, desde que vivo con ella, gasto menos bolsas de basura que antes gracias a esa afición suya.
Una hora más tarde de lo que yo había previsto -el sol había llegado a su huso luminoso- la Nueva y yo estábamos preparados para nuestro paseo. Antes de salir tomé la cámara fotográfica.
-¿A dónde vamos? -pregunté ella.
-A cualquier sitio. Al centro, por ejemplo.
-¿Y la cámara?
-No sé. Me gustaría fotografiar algo para ponerlo en el blog.
-¿Cómo qué?
-No sé. Algo.
Andamos y andamos, desde nuestro querido Clot hasta la Catedral, donde contemplamos con el estupor habitual el Cristo de Lepanto. Estoy seguro de que mezclo historias diferentes, pero cada vez que le veo imagino que, al evitar el cañonazo con su milagroso escorzo, el Cristo de Lepanto provocó involuntariamente que Cervantes quedara manco.
Salimos de la Catedral e intentamos perdernos por las callejuelas de la vieja Barcelona. Sin embargo, siempre nos es difícil desorientarnos porque tanto la Nueva como yo conocemos como la palma de nuestra mano esas calles. En la Plaça del Rei vimos a un anciano cantautor que deleitaba a los turistas con algo que a ellos les parecía flamenco verdadero pero que a mí me sonó a sucesión desafinada de berreos y eructos.
-¿Le haces una foto? -me preguntó la Nueva.
-No. No es lo que busco -le dije.
-¿Qué buscas?
-No sé. Un tiroteo, quizá.
Por mucho que buscamos no vimos ninguno.
-Parece que los delincuentes no se han adaptado aún al cambio horario -dijo la Nueva, asomando la cabeza en busca de un tiroteo por una oscura callejuela, una de esas que Eduardo (¿o Ramón?) Mendoza dijo que sólo les faltaba techo para ser alcantarilla.
-Sí -admití- Por aquí no hay ningún tiroteo. Ni siquiera un simple tirón. Nada. Ni un delito ni una falta, ni un parricidio ni un divorciado que deje de pagar la pensión a su mujer.
-Qué ciudad más segura -admiró la Nueva.
-Al menos los domingos por la mañana -apunté.
Aburridos, volvimos lentamente a casa y pasamos el resto del día contemplando largamente el nuevo aspecto de nuestros 17 relojes que, a las diez de la noche, marcaban ya las once.
-¡Vamos! ¡Vamos a pasear!
Ella abrió medio ojo y miró a la ventana.
-Pero si apenas ha salido el sol -protestó.
-Eso es cosa del cambio de horario. Ahora el sol sale más tarde -le dije, consciente de lo confuso de mi explicación.
Es que nunca he acabado de entender por qué atrasamos o adelantamos la hora y, en mi sincera ignorancia, he decidido atribuirlo a los husos solares. Sean estos lo que sean, si es que existen. En fin, el caso es que la Nueva terminó por hacerme caso y, mientras se duchaba, preparé mi desayuno a base de cucharones de nocilla y el suyo con los macarrones sobrantes de la noche anterior. A la Nueva le encantan los restos fríos de las cenas. He comprobado que, desde que vivo con ella, gasto menos bolsas de basura que antes gracias a esa afición suya.
Una hora más tarde de lo que yo había previsto -el sol había llegado a su huso luminoso- la Nueva y yo estábamos preparados para nuestro paseo. Antes de salir tomé la cámara fotográfica.
-¿A dónde vamos? -pregunté ella.
-A cualquier sitio. Al centro, por ejemplo.
-¿Y la cámara?
-No sé. Me gustaría fotografiar algo para ponerlo en el blog.
-¿Cómo qué?
-No sé. Algo.
Andamos y andamos, desde nuestro querido Clot hasta la Catedral, donde contemplamos con el estupor habitual el Cristo de Lepanto. Estoy seguro de que mezclo historias diferentes, pero cada vez que le veo imagino que, al evitar el cañonazo con su milagroso escorzo, el Cristo de Lepanto provocó involuntariamente que Cervantes quedara manco.
Salimos de la Catedral e intentamos perdernos por las callejuelas de la vieja Barcelona. Sin embargo, siempre nos es difícil desorientarnos porque tanto la Nueva como yo conocemos como la palma de nuestra mano esas calles. En la Plaça del Rei vimos a un anciano cantautor que deleitaba a los turistas con algo que a ellos les parecía flamenco verdadero pero que a mí me sonó a sucesión desafinada de berreos y eructos.
-¿Le haces una foto? -me preguntó la Nueva.
-No. No es lo que busco -le dije.
-¿Qué buscas?
-No sé. Un tiroteo, quizá.
Por mucho que buscamos no vimos ninguno.
-Parece que los delincuentes no se han adaptado aún al cambio horario -dijo la Nueva, asomando la cabeza en busca de un tiroteo por una oscura callejuela, una de esas que Eduardo (¿o Ramón?) Mendoza dijo que sólo les faltaba techo para ser alcantarilla.
-Sí -admití- Por aquí no hay ningún tiroteo. Ni siquiera un simple tirón. Nada. Ni un delito ni una falta, ni un parricidio ni un divorciado que deje de pagar la pensión a su mujer.
-Qué ciudad más segura -admiró la Nueva.
-Al menos los domingos por la mañana -apunté.
Aburridos, volvimos lentamente a casa y pasamos el resto del día contemplando largamente el nuevo aspecto de nuestros 17 relojes que, a las diez de la noche, marcaban ya las once.
5 Comments:
la verdad es que también ignoro la verdadera razón de los cambios horarios y los atribuyo, como tú, al aprovechamiento de la luz solar pero no sé en qué sentido porque siempre me hago un lío...
por otra parte que barcelona sea una ciudad segura me parece guay
paula
17 relojes!!! Qué barbaridad!
Tenéis miedo de perder el tiempo?
Me viene a la cabeza Kiko Ledgard, que siempre llevaba un par como mínimo.
De manera que:
“Por 25 pesetas, nombres de personajes televisivos que lleven más de un reloj de pulsera en cualquiera de sus extremidades, como por ejemplo... Kiko Ledgard.
Un, dos tres... ”
Pues yo no uso reloj y los únicos relojes que tengo son el del ordenador y el del móvil y como se llevan una diferencia horaria de 10 minutos nunca se en que punto exacto de nuestro tiempo me encuentro.
Vamos, que cuando me encuentro perdida tengo a quién echarle la culpa... al reloj que no tengo.
pues yo ese domingo lo disfruté mucho. Siempre tiene ese algo de magia la primera tarde que se alarga. Me hace sentir más cerca de Sant Joan, de la luz, de la piel.
buaaaaa,yo tambien quiero pasear,pero con 3 trabajos esta verdaderamente jodido,creo k hace mucho que no veo el sol,quizas demasiado.
Un besote
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