giovedì, gennaio 04, 2007

Ansiedad

Lucía el sol levemente, atemperando el frío de la época; recuerdo perfectamente esos detalles, como si fuera hoy mismo. No es que me impresionaran en exceso esos signos meteorológicos ni que yo tenga una gran memoria; es que ocurrió ayer mismo, así que cualquiera. Acababa de salir del psicólogo que, tras una larga serie de visitas, me había informado de que yo padezco un síndrome. Y no uno cualquiera, sino un síndrome la mar de raro, que afecta a uno entre diez millones. Me sentía como un paciente del doctor House. No era lupus, pero casi.
Quizá para contar correctamente esta historia debería remontarme a unos meses atrás, cuando acudí por primera vez al especialista en medicina general para consultarle unos pequeños problemas que me aquejaban desde hacía tiempo. Sufría pequeños ataques de ansiedad y me habían aparecido unas extrañas manchas en las manos, muy parecidas a las ronchas producidas por las ortigas. Dado que la última vez que tuve contacto con ortigas fue en mi infancia, cuando solía caerme tontamente sobre ellas, descarté ese origen. Me automediqué la ansiedad con ingentes cantidades de tila y té frío, y las ronchas con Primperán y Pinobotulín Conflex, pero no obtuve resultado alguno, así que acabé acudiendo al médico. Este me sometió a diversas analíticas y me envió a varios especialistas, pero ante la falta de un diagnóstico preciso, y al desaparecer las ronchas un buen día, decidió que lo mejor era que me tratara la ansiedad un psicólogo.
No recuerdo si el día en que me dirigía por primera vez al psicólogo hacía un leve sol, ni si hacía frío o calor. Sí me acuerdo de que, mientras esperaba el autobús, me distraía leyendo el volante que me habían dado en la Seguridad Social: Doctor Baldiri Furralllats, Psicólogo, leí. Pensé yo que, con ese nombre, lo más lógico es que hubieran escrito Eminente Doctor Baldiri Furrallats, pero no, Doctor a secas. Tampoco el aspecto del doctor Baldiri Furrallats se correspondía a su impresionante nombre. Era -y aún es- un hombre pequeño y más bien insignificante, de una evidente timidez que complicó nuestra relación, pues yo también soy muy tímido e insignificante. Mi timidez me conduce a comportarme a veces de forma agresiva, como la primera vez que hablamos. El doctor Furrallats leyó el informe del médico que me había enviado allí y, al terminar, me miró y me dijo:

-A ver, Jordi.
-Dime, Baldiri -dije yo. Debido a mi agresiva timidez pensé que, si él me llamaba Jordi y no paciente... ¿por qué tenía yo que llamarle doctor y no por su nombre de pila? Mi agresividad complicó nuestra relación, pero al final, tras una veintena de sesiones, las cosas entre nosotros fueron mejorando y eso permitió a Baldiri, quiero decir, al doctor Furrallats, precisar un diagnóstico que explicara mis crisis de ansiedad.

Con la ayuda del doctor Furrallats reflexioné en largas sesiones sobre esas crisis: cuándo, con qué frecuencia, periodicidad e intensidad y dónde se producían. No me había yo dado cuenta, pero entre los dos llegamos a la conclusión de que mis crisis aparecían, básicamente, cuando me encontraba yo en sitios como escaleras, ventanas de pisos altos o balcones.

-¿Miedo al vacío? -pregunté yo al explicarme el doctor Furrallats sus conclusiones.
-No -dijo él.
-¿Entonces?
-A usted -dijo Furrallats- lo que le produce ansiedad es que se le caigan objetos al vacío.

Sonreí condescendiente. Vaya, otro doctor House, pensé. Pero Furrallats continuó, explicándome detalles de mi vida cotidiana que yo mismo le había contado sin darles importancia en nuestras largas conversaciones.

-Me dijo usted -empezó Furrallats- que se ha repartido con su mujer las tareas domésticas. Por ejemplo, usted lava los platos y ella hace la colada, porque usted no quiere hacerla para no tener luego que tenderla. Usted asegura que es muy torpe con las manos, y que a veces ha tenido que tender la ropa y se le han caído prendas al patio de luces. Más detalles: usted nunca riega las plantas que tienen en el balcón, porque nunca acierta en las macetas y acaba tirando agua a la calle. Y las ventanas exteriores de su casa las limpia su mujer, porque usted aduce que padece vértigo. Me contó también que, por Navidad, su mujer compró uno de esos horrendos Papá Noeles trepadores y que, pese a su insistencia, usted se negó a colgarlo del balcón, lo que provocó una discusión entre ambos. Al final lo colgó usted, y luego padeció un fuerte ataque de ansiedad que equivocadamente relacionó con la discusión. Usted padece un síndrome, amigo.
-¿Un síndrome?
-Sí. El síndrome de Ben-Hur -anunció triunfalmente el doctor Furrallats-
-¿Eh? -dije yo- ¿De Ben-Hur?
-Sí, por la película, de cuando a la hermana de Ben-Hur se le cae la teja de su casa y mata al romano.
-Coño.
-Sí. Es un síndrome rarísimo. El miedo a que se le caigan a uno los objetos al vacío. Eso le provoca sus ataques de ansiedad. Sólo afecta a una persona entre diez millones. Nunca a ciegos ni asiáticos, por cierto.

El síndrome de Ben-Hur no tiene cura, me explicó el doctor Furrallats. Volví a casa dando un paseo, disfrutando del leve sol de enero. Le expliqué a mi mujer el diagnóstico del psicólogo.

-Yo estoy enfermo. El año que viene, el Papa Noel trepador lo cuelga tu tía -le dije.
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8 Comments:

Anonymous Anonimo said...

Menos mal que tú no eres King Kong, porque subido al Empire State con una mujer entre tus dedos y un horrible ataque de ansiedad la peli hubiera perdido mucho glamour.

12:09 PM  
Blogger Cabeza Mechero said...

Existe una terapia de choque contra ese síndrome; prácticar la pesca de altura.

12:56 PM  
Anonymous Anonimo said...

practica puenting...
muy bueno lo del síndrome ben-hur!

1:48 PM  
Blogger Unknown said...

Pues menos mal que no te envió a remar a una trirreme romana para curarte. Después de todo has tenido suerte.

2:03 PM  
Anonymous Anonimo said...

mi hija tampoco entiende porque nunca los papas noeles llegan a entrar en el balcón. Todos se quedan a medias.

2:27 PM  
Blogger Lilith said...

bueno, ya sabes cosas que no debes hacer, como asomarte por la ventana con cualquier tipo de objeto en la mano, pero si hay que fregar suleos de rodillas ahí ya no tienes excusa.Yo tambien tengo un sindrome pero el mio es mas comun entre las mujeres:si estoy histerica,hago limpieza de lo que se me cruza.El mio es un sindrome aprovechable,jeje

8:16 PM  
Blogger Missing said...

Muy bueno sí señor, es que eso de ir al psicólogo por simples crisis de ansiedad como el común de los mortales ya está muy visto. Ya de ir, hacerlo por algo "raro". A mí me pasa algo parecido con las cámaras de fotos, siempre que hago una foto desde una altura creo que se me va a caer, y la amarro con fuerza por todos los sitios posibles. No, no se me ha caído nunca (al menos de momento).
Besos.

9:08 AM  
Anonymous Anonimo said...

Qué relato tan bonito. Me recuerda mucho a cómo escribe Juan José Millás. ¿Es una enécdota o es pura ficción? Bueno, eso da igual, me ha hecho pasar un buen rato.

Un saludo,

Bea

1:49 PM  

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