Australia
Aunque yo no soy escritor, una de mis más queridas aficiones es la redacción de novelas, la mayoría de las cuales se quedan sólo en el intento. La última de mis novelas abortadas se titulaba “Por qué tuve que ir a Australia sin ganas” y, aunque su argumento aún me parece bueno, la abandoné enseguida. El protagonista, Ataulfo, está enamorado de una mujer llamada Abril, aunque su relación no pasa de la buena amistad. Abril vive entregada por completo a la ciencia, rodeada siempre de tubos de ensayo, ratoncitos y... bueno, todas esas cosas que se encuentran en un laboratorio, y él dedica su vida a pensar en ella.
Un día ella es contratada por una multinacional que la obliga a traslasdarse a Australia durante un largo periodo de tiempo, siete u ocho meses, por ejemplo, para desarrollar unos interesantes estudios científicos. Ataulfo y Abril se escriben largas cartas durante ese tiempo, y esas cartas constituyen la primera parte de novela.
A través de las cartas y de lo que le cuenta Abril, en la mente de Ataulfo empieza a nacer la sospecha de que el jefe de su amada, el doctor Pretores, es en realidad un psicópata y que Abril está en peligro. Y, de repente, las cartas de Abril dejan de llegar. Ataulfo, que es un personaje de poco carácter y escasos recursos, se siente obligado a viajar a Australia sin ganas para descubrir qué le ha ocurrido a su amada. En Australia, después de una serie de aventuras, todas misteriosas, tipo David Lynch, Ataulfo empieza a darse cuenta de que, en realidad, el doctor no es un psicópata, que si alguien está mal de la cabeza es él mismo. Ataulfo comprende dolorosamente que lo que ha intuido en las cartas de Abril es que su amada y el doctor se han enrollado, y que son los celos los que han motivado su viaje a Australia.
Y, entonces, el doctor Pretores acaba muriendo en un accidente causado involuntariamente por Ataulfo al manipular imprudentemente unos peligrosos cultivos explosivos en el laboratorio. Tras la muerte del doctor, y en una bella escena en el cementerio, Ataulfo se da cuenta de que Abril ya no es la misma persona que conoció unos meses atrás y que en realidad él también ha cambiado mucho. Ataulfo se va de Australia dejando a Abril dedicada para siempre a sus ratoncitos de laboratorio.
Bueno, pues todo ese argumento lo tenía en la cabeza, pero en realidad de la novela sólo escribí el título, “Por qué tuve que ir a Australia sin ganas”. ¿Por qué motivo no pasé de ahí? Pues porque me di cuenta de que yo no sé nada de Australia, no he estado nunca allí, y sé que en una novela, por demencial que sea, como las mías, hay que mantener un cierto realismo. Si yo tuviera que escribir una novela de ambiente australiano, con mis escasos conocimientos de ese país habría tenido que limitarme a poner canguros por todas partes para darle realismo. Eso sería muy ridículo, así que abandoné rápidamente el proyecto. Podrían decirme ustedes que cambiara Australia por otro lugar que sí conociera, Groningen, por ejemplo. Pero no sería lo mismo, Australia era el escenario ideal, está tan lejos...
Le expliqué mis cuitas acerca de “Por qué tuve que ir a Australia sin ganas” a un amigo, que pretendió ayudarme y me dio toda la información que él poseía sobre el país. “En Australia no hay atunes y los australianos no saben qué son”, afirmó. Reflexioné sobre este dato y se me ocurrió un párrafo ciertamente formidable:
“Abril y el doctor Pretores estaban cenando a la luz de las velas.
--Páseme el atún, Pretores --dijo Abril.
--No puedo. No tengo y desconozco qué es --dijo el doctor.
--Ah, es verdad, disculpa --dijo Abril.
--No te preocupes. ¡Mira, mira, otro canguro! --dijo el doctor, señalando a la ventana”.
No está mal, pero admito que necesitaría más información de primera mano sobre Australia para seguir adelante con mi ambicioso proyecto literario. Y eso se me antoja un trabajo demasiado enorme comparado con mis escasas ganas de dedicarme a la literatura.
Un día ella es contratada por una multinacional que la obliga a traslasdarse a Australia durante un largo periodo de tiempo, siete u ocho meses, por ejemplo, para desarrollar unos interesantes estudios científicos. Ataulfo y Abril se escriben largas cartas durante ese tiempo, y esas cartas constituyen la primera parte de novela.
A través de las cartas y de lo que le cuenta Abril, en la mente de Ataulfo empieza a nacer la sospecha de que el jefe de su amada, el doctor Pretores, es en realidad un psicópata y que Abril está en peligro. Y, de repente, las cartas de Abril dejan de llegar. Ataulfo, que es un personaje de poco carácter y escasos recursos, se siente obligado a viajar a Australia sin ganas para descubrir qué le ha ocurrido a su amada. En Australia, después de una serie de aventuras, todas misteriosas, tipo David Lynch, Ataulfo empieza a darse cuenta de que, en realidad, el doctor no es un psicópata, que si alguien está mal de la cabeza es él mismo. Ataulfo comprende dolorosamente que lo que ha intuido en las cartas de Abril es que su amada y el doctor se han enrollado, y que son los celos los que han motivado su viaje a Australia.
Y, entonces, el doctor Pretores acaba muriendo en un accidente causado involuntariamente por Ataulfo al manipular imprudentemente unos peligrosos cultivos explosivos en el laboratorio. Tras la muerte del doctor, y en una bella escena en el cementerio, Ataulfo se da cuenta de que Abril ya no es la misma persona que conoció unos meses atrás y que en realidad él también ha cambiado mucho. Ataulfo se va de Australia dejando a Abril dedicada para siempre a sus ratoncitos de laboratorio.
Bueno, pues todo ese argumento lo tenía en la cabeza, pero en realidad de la novela sólo escribí el título, “Por qué tuve que ir a Australia sin ganas”. ¿Por qué motivo no pasé de ahí? Pues porque me di cuenta de que yo no sé nada de Australia, no he estado nunca allí, y sé que en una novela, por demencial que sea, como las mías, hay que mantener un cierto realismo. Si yo tuviera que escribir una novela de ambiente australiano, con mis escasos conocimientos de ese país habría tenido que limitarme a poner canguros por todas partes para darle realismo. Eso sería muy ridículo, así que abandoné rápidamente el proyecto. Podrían decirme ustedes que cambiara Australia por otro lugar que sí conociera, Groningen, por ejemplo. Pero no sería lo mismo, Australia era el escenario ideal, está tan lejos...
Le expliqué mis cuitas acerca de “Por qué tuve que ir a Australia sin ganas” a un amigo, que pretendió ayudarme y me dio toda la información que él poseía sobre el país. “En Australia no hay atunes y los australianos no saben qué son”, afirmó. Reflexioné sobre este dato y se me ocurrió un párrafo ciertamente formidable:
“Abril y el doctor Pretores estaban cenando a la luz de las velas.
--Páseme el atún, Pretores --dijo Abril.
--No puedo. No tengo y desconozco qué es --dijo el doctor.
--Ah, es verdad, disculpa --dijo Abril.
--No te preocupes. ¡Mira, mira, otro canguro! --dijo el doctor, señalando a la ventana”.
No está mal, pero admito que necesitaría más información de primera mano sobre Australia para seguir adelante con mi ambicioso proyecto literario. Y eso se me antoja un trabajo demasiado enorme comparado con mis escasas ganas de dedicarme a la literatura.
1 Comments:
Ostres Núria, això és un supercomentari. Ens hem de posar d´acord, no pot ser que tots parlem de l´Abril, al final no sabrem de qui parlem.
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