Don Anselmo, o nada tiene importancia
Ya desde pequeño fui un apasionado de los documentales y los debates de La 2, que entonces no se llamaba La 2 sino el UHF. No debía de tener más de siete u ocho años cuando, una tarde, me dispuse a contemplar un interesante programa divulgativo que, con todo lujo de detalles, analizaba la crisis del petróleo y sus consecuencias para el mundo entero. En esos días, la crisis del petróleo no era una crisis más, sino La Crisis, y tanto había oído hablar yo de ella y de sus terribles consecuencias que a todos nos amenazarían, hasta a los niños, que el caso me tenía realmente preocupado. En fin, que tras una amena introducción, el presentador de la emisión dio paso a un no menos interesante coloquio, en el que un experto en el tema se dispuso amablemente a responder las preguntas de los espectadores, un grupo de jóvenes que, como yo, vivían prácticamente por y para la problemática petrolífera. Recuerdo como si fuera ayer la primera pregunta que un joven con acné le hizo al experto:
–Don Anselmo, ¿a dónde cree que nos llevará la actual situación de crisis? –inquirió el joven, como si supiera leer en mi mente.
El experto reflexionó unos momentos y respondió:
–Bueno, en primer lugar he de decir que no me llamo Anselmo.
A pesar de encontrarme yo en la más tierna infancia, ya sabía reír a mandíbula batiente y eso es lo que hice. A mis padres les preocupó que me tomara tan a la ligera lo del petróleo. Pero es que en ese mismo momento, y gracias al falso don Anselmo, había comprendido que, al fin y al cabo, ni el petróleo ni nada tenía la más mínima importancia.
–Don Anselmo, ¿a dónde cree que nos llevará la actual situación de crisis? –inquirió el joven, como si supiera leer en mi mente.
El experto reflexionó unos momentos y respondió:
–Bueno, en primer lugar he de decir que no me llamo Anselmo.
A pesar de encontrarme yo en la más tierna infancia, ya sabía reír a mandíbula batiente y eso es lo que hice. A mis padres les preocupó que me tomara tan a la ligera lo del petróleo. Pero es que en ese mismo momento, y gracias al falso don Anselmo, había comprendido que, al fin y al cabo, ni el petróleo ni nada tenía la más mínima importancia.
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