Vida con Milagros
Le dije a Milagros, que estaba enfrascada en instruir a la nueva asistenta en el arte de la plancha, que salía a dar un paseo.
-Ojo con los dobladillos -dijo Milagros.
-Descuida -dije, por si acaso el consejo de mi compañera no era para la asistenta, como parecía
ser, y sí para mí, aunque desconocía cuál podía ser el peligro de los dobladillos durante un paseo e incluso ignoro qué es dobladillo.
Al salir al jardín me detuve. Mierda, me dije, está lloviendo. Reflexioné durante unos segundos: podía volver a entrar, sentarme ante mis folios en blanco y desesperarme una vez más ante mi falta de ideas para una nueva novela o desafiar a la lluvia y dar el paseo que me convenía. Pero me daba pereza volver a entrar y preguntarle a Milagros dónde coño guardábamos los paraguas, y tampoco me apetecía mojarme. Opté por una solución intermedia. Recordando aquella máxima de Confucio (o fue Churchill, no estoy seguro), “Cómo va a llover si no llevamos paraguas”, decidí desafiar a los elementos y a grandes zancadas, impertérrito ante esa lluvia que sólo existe en nuestras mentes, como dejaron claro Churchill y Confucio, o uno de los dos, inicié mi paseo.
En pocos segundos me presenté en el centro, básicamente porque vivíamos en él. Constaté con estupor que Churchill o Confucio se equivocaban por una vez, y que pese a no llevar paraguas, cuando llueve, llueve, y que me encontraba empapado de cabeza a los pies, como no me había encontrado desde aquel día en Groningen que, bueno, ustedes recordarán sin duda.
Decidí refugiarme en algún portal o, en su defecto, en algún bar. Por suerte no encontré ningún portal y sí su defecto, es decir, un bar, concretamente el Bar Casa Pacheco, ante la Monumental, y que para más defecto debía ser la sede de alguna peña taurina y en cuyas paredes colgaban decenas de fotos de toros, toreros y picadores y, no pude imaginar por qué razón, también dos o tres de Bobby Farrell que, por si ustedes lo ignoran, se trataba del negro de Boney M.
Me acerqué a la barra y, para iniciar una conversación amistosa con el camarero, comenté:
-Joder, me ha pillado la lluvia en plena calle.
-Pues es raro, porque hace tres días que llueve sin parar -dijo él.
-Sí, es que salí a dar un largo paseo -respondí sin mucha convicción.
-En fin -dijo él- ¿Lo de siempre?
-Sí, por favor -dije, gratamente sorprendido por la profesionalidad del barman, sobre todo por que en mi vida había pisado ese local.
Lo de siempre, por desgracia, no era una cerveza sin alcohol, sino un vaso largo casi lleno hasta los topes de Anís del Mono, sin hielo, lo que me convenció de que aquel buen hombre me había confundido con algún borrachuzo amante de los toros o, quizá, de Bobby Farrell y los Boney M. Y del Anís del Mono, sin duda, licor que no sólo no puedo soportar, sino que además me produce efectos secundarios como ensanchamiento de vesícula y explosión de ambos ojos oculares. Por supuesto, no probé ni una gota de aquel brebaje, que fui derramando por el suelo cada vez que el camarero se distraía, algo difícil puesto que yo era el único cliente.
-Buen espectáculo esta tarde, ¿eh? -comentó el barman con expresión soñadora, mirando la fachada de la Monumental.
-Bueno, la verdad es que no sé mucho de toros --dije.
-¿Toros? No, me refiero al concierto.
-¿Qué concierto?
-Boney M unplugged, coño. Qué va a ser. ¿Dónde cree que se ha metido la gente?
-¿Han ido a ver a Boney M?
-Claro. Esta es la Gran Peña Catalana de Boney M. Bobby Farrell es el dueño del bar.
-Yo pensé que esto era la Casa Pacheco.
-Uy, no, Pacheco hace años que murió. Lo pilló un toro.
-Lo siento.
-No lo sienta, era un hijo de puta. Con Bobby estamos mucho mejor.
Alguien me tocó ligeramente del hombro. Me giré y vi que Milagros me observaba con curiosidad.
-¿Qué haces tú aquí? -dije desconcertado.
-¿Dónde? -dijo ella.
-En Casa Pacheco.
-¿Qué?
Me di la vuelta y comprobé que el barman había desaparecido y también mi Anís del Mono y, por supuesto, las fotos taurinas y hasta las de Bobby Farrell.
-Te has dormido -dijo Milagros.
-Otra vez -admití, acariciando con los dedos mis folios en blanco y sintiendo un inconfesable deseo de escuchar “El Lute”, aquel infravalorado hit de los Boney M.
-Ojo con los dobladillos -dijo Milagros.
-Descuida -dije, por si acaso el consejo de mi compañera no era para la asistenta, como parecía
ser, y sí para mí, aunque desconocía cuál podía ser el peligro de los dobladillos durante un paseo e incluso ignoro qué es dobladillo.
Al salir al jardín me detuve. Mierda, me dije, está lloviendo. Reflexioné durante unos segundos: podía volver a entrar, sentarme ante mis folios en blanco y desesperarme una vez más ante mi falta de ideas para una nueva novela o desafiar a la lluvia y dar el paseo que me convenía. Pero me daba pereza volver a entrar y preguntarle a Milagros dónde coño guardábamos los paraguas, y tampoco me apetecía mojarme. Opté por una solución intermedia. Recordando aquella máxima de Confucio (o fue Churchill, no estoy seguro), “Cómo va a llover si no llevamos paraguas”, decidí desafiar a los elementos y a grandes zancadas, impertérrito ante esa lluvia que sólo existe en nuestras mentes, como dejaron claro Churchill y Confucio, o uno de los dos, inicié mi paseo.
En pocos segundos me presenté en el centro, básicamente porque vivíamos en él. Constaté con estupor que Churchill o Confucio se equivocaban por una vez, y que pese a no llevar paraguas, cuando llueve, llueve, y que me encontraba empapado de cabeza a los pies, como no me había encontrado desde aquel día en Groningen que, bueno, ustedes recordarán sin duda.
Decidí refugiarme en algún portal o, en su defecto, en algún bar. Por suerte no encontré ningún portal y sí su defecto, es decir, un bar, concretamente el Bar Casa Pacheco, ante la Monumental, y que para más defecto debía ser la sede de alguna peña taurina y en cuyas paredes colgaban decenas de fotos de toros, toreros y picadores y, no pude imaginar por qué razón, también dos o tres de Bobby Farrell que, por si ustedes lo ignoran, se trataba del negro de Boney M.
Me acerqué a la barra y, para iniciar una conversación amistosa con el camarero, comenté:
-Joder, me ha pillado la lluvia en plena calle.
-Pues es raro, porque hace tres días que llueve sin parar -dijo él.
-Sí, es que salí a dar un largo paseo -respondí sin mucha convicción.
-En fin -dijo él- ¿Lo de siempre?
-Sí, por favor -dije, gratamente sorprendido por la profesionalidad del barman, sobre todo por que en mi vida había pisado ese local.
Lo de siempre, por desgracia, no era una cerveza sin alcohol, sino un vaso largo casi lleno hasta los topes de Anís del Mono, sin hielo, lo que me convenció de que aquel buen hombre me había confundido con algún borrachuzo amante de los toros o, quizá, de Bobby Farrell y los Boney M. Y del Anís del Mono, sin duda, licor que no sólo no puedo soportar, sino que además me produce efectos secundarios como ensanchamiento de vesícula y explosión de ambos ojos oculares. Por supuesto, no probé ni una gota de aquel brebaje, que fui derramando por el suelo cada vez que el camarero se distraía, algo difícil puesto que yo era el único cliente.
-Buen espectáculo esta tarde, ¿eh? -comentó el barman con expresión soñadora, mirando la fachada de la Monumental.
-Bueno, la verdad es que no sé mucho de toros --dije.
-¿Toros? No, me refiero al concierto.
-¿Qué concierto?
-Boney M unplugged, coño. Qué va a ser. ¿Dónde cree que se ha metido la gente?
-¿Han ido a ver a Boney M?
-Claro. Esta es la Gran Peña Catalana de Boney M. Bobby Farrell es el dueño del bar.
-Yo pensé que esto era la Casa Pacheco.
-Uy, no, Pacheco hace años que murió. Lo pilló un toro.
-Lo siento.
-No lo sienta, era un hijo de puta. Con Bobby estamos mucho mejor.
Alguien me tocó ligeramente del hombro. Me giré y vi que Milagros me observaba con curiosidad.
-¿Qué haces tú aquí? -dije desconcertado.
-¿Dónde? -dijo ella.
-En Casa Pacheco.
-¿Qué?
Me di la vuelta y comprobé que el barman había desaparecido y también mi Anís del Mono y, por supuesto, las fotos taurinas y hasta las de Bobby Farrell.
-Te has dormido -dijo Milagros.
-Otra vez -admití, acariciando con los dedos mis folios en blanco y sintiendo un inconfesable deseo de escuchar “El Lute”, aquel infravalorado hit de los Boney M.
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