lunedì, febbraio 13, 2006

Extrañas voces

La otra tarde, la Nueva y yo estábamos viendo un programa televisivo sobre fenómenos paranormales en el que una mujer de escasas luces contaba que en su casa se oían extrañas voces e inquietantes gritos, sobre todo en las horas nocturnas. Eso a la Nueva y a mí no nos impresionó mucho, porque en nuestra casa se oyen extrañas voces, inquietantes gritos y hasta horrendos alaridos, sobre todo en las horas nocturnas. Vienen del piso del señor Alfonso, el vecino de arriba, que además es el presidente de la comunidad de vecinos o, como se suele decir, el presidente de la escalera. Es un señor pequeño y tímido, nadie hubiera dicho que llegaría a presidente de la escalera -yo no he pasado de vocal-, pero sin embargo ejerce el cargo con tal eficacia que año tras año los vecinos ignoramos el sistema de turnos y volvemos a reelegirlo con cualquier excusa. En vez de enfadarse por eso, el señor Alfonso acepta un nuevo mandato con una sonrisa y el año pasado hasta le vitoreamos con cánticos de ¡Presente, presente, Alfonso presidente!, quizá algo excesivos, pero como él respondía levantando el brazo y saludando como un prócer, los cánticos se alargaron hasta que el dueño de un bar cercano vino a pedirnos que no hiciéramos tanto ruido, por favor, que estábamos molestando a sus clientes.
Bueno, el caso es que el señor Alfonso, ese hombre tan tímido y formal, cuando se encierra en su casa se convierte en un salvaje tirano. O en un payaso de corazón roto. O en un asesino en serie o quizá en el Sherlock que le persigue. O en el fantasma de un pirata degollado. O en un científico loco. O vete a saber qué. Y es que el señor Alfonso es actor amateur, el alma mater de la modesta compañía teatral del barrio, y de noche estudia en su casa sus papeles de forma muy minuciosa y muy realista, y de ahí vienen las extrañas voces, inquietantes gritos y horrendos alaridos que la Nueva y yo solemos oír en su piso a las horas más insospechadas. Si alguna mañana me encuentro con el señor Alfonso en el ascensor, me gusta adularle, así que recuerdo las voces de la noche anterior y le digo, por ejemplo:

-Está haciendo un Hamlet estupendo. Es que lo clava.

El señor Alfonso se sonroja, sonríe y para cambiar de tema me recuerda que aún no he pagado la contribución extra para reparar la lámpara rota del vestíbulo.
Recuerdo que en nuestros primeros días en este edificio, cuando aún no conocíamos la profesión del señor Alfonso, la Nueva y yo nos asustábamos bastante al oír las extrañas voces procedentes de su piso. Cuando a medianoche empezaban esos tremendos aullidos o esas voces de ultratumba, la Nueva y yo nos refugiábamos bajo las mantas y, bueno, en fin, allí debajo y a oscuras qué va a hacer uno.