27 de diciembre
Acabo de retirar los últimos adornos navideños. El Papa Noël de tamaño natural que nos regaló Flash entre cínicas risas, aquel San José que desapareció del belén y que he hallado escondido tras el tocadiscos, la estrella de Oriente que compró la Nueva y cuya roja luminosidad ha convertido nuestro piso durante todas las navidades en un simpático burdel; todo eso ya ha desaparecido en varias bolsas de basura. Con el hacha que usamos para cortar el jamón he despedazado cruelmente a Papa Noël y al mutilar su última pieza he respirado satisfecho y no es que haya soltado una carcajada, porque yo no río a solas, pero casi.
Dios mío, he pensado, ojalá fueran estas las últimas navidades. ¿Es capaz la humanidad de fabricar microchips del tamaño de un microchip, y casi suelto aquí otra carcajada, y no puede condensar en un solo día tantas fiestas? Nochebuena, Navidad, San Esteban, Nochevieja, Año Nuevo, la Noche de Reyes y el día de Reyes... ¿no podríamos inventar un día, por ejemplo el 27 de diciembre, un día soso y neutral, para concentrar todas esas celebraciones? Sería maravilloso. Podríamos educar a nuestros niños en la económica creencia de que, cada 27 de diciembre, los Cuatro Reyes Magos de Oriente, es decir, Melchor, Gaspar, Baltasar y Noël, llegan a Belén para homenajear al Niño Jesús, cuyo nacimiento sirve, por otra parte, para señalar el nuevo año. Los Cuatro Reyes Magos de Oriente traerían regalos para todos y sería un día de gran alegría y zambombas y polvorones y tal.
En Catalunya, delante del ayuntamiento se instalaría un enorme tronco de árbol, el Caga Tió municipal, porque el 27 de diciembre sería una fiesta sostenible. Los niños golpearían el tronco con un palo en busca de su regalo. A cada doce golpes, aparecería el bobo del alcalde, disfrazado de Baltasar, con la cara pintada de negro y una camiseta de Brasil.
Con el tiempo, pienso yo, la práctica de condensar fiestas podría extenderse a otras citas del año. Así, por ejemplo, un regalo típico del día serían los libros y las rosas. El 27 de diciembre, los más famosos escritores firmarían sus nuevas obras bajo las árboles de Navidad, mientras falsos Cuatros Reyes Magos de Oriente se pasearían por las calles más comerciales de la ciudad haciendo sonar sus campanitas y gritando tontamente: “¡Jo, jo, jo, jo!”.
Se me ocurre un montón de ideas. Incluso la Semana Santa podríamos incluir en el 27 de diciembre. Al terminar el día nos recogeríamos en las iglesias y recordaríamos el momento en que, hace más de dos mil años, Poncio Pilatos condenó a muerte a los Cuatro Reyes Magos de Oriente. Entonces los crucificaríamos a todos tras un largo calvario, al alcalde también, y nos iríamos a casa a comer castañas, boniatos y la coca de Sant Joan mientras vemos Ben-Hur por TVE deseando la llegada del próximo 27 de diciembre.
Dios mío, he pensado, ojalá fueran estas las últimas navidades. ¿Es capaz la humanidad de fabricar microchips del tamaño de un microchip, y casi suelto aquí otra carcajada, y no puede condensar en un solo día tantas fiestas? Nochebuena, Navidad, San Esteban, Nochevieja, Año Nuevo, la Noche de Reyes y el día de Reyes... ¿no podríamos inventar un día, por ejemplo el 27 de diciembre, un día soso y neutral, para concentrar todas esas celebraciones? Sería maravilloso. Podríamos educar a nuestros niños en la económica creencia de que, cada 27 de diciembre, los Cuatro Reyes Magos de Oriente, es decir, Melchor, Gaspar, Baltasar y Noël, llegan a Belén para homenajear al Niño Jesús, cuyo nacimiento sirve, por otra parte, para señalar el nuevo año. Los Cuatro Reyes Magos de Oriente traerían regalos para todos y sería un día de gran alegría y zambombas y polvorones y tal.
En Catalunya, delante del ayuntamiento se instalaría un enorme tronco de árbol, el Caga Tió municipal, porque el 27 de diciembre sería una fiesta sostenible. Los niños golpearían el tronco con un palo en busca de su regalo. A cada doce golpes, aparecería el bobo del alcalde, disfrazado de Baltasar, con la cara pintada de negro y una camiseta de Brasil.
Con el tiempo, pienso yo, la práctica de condensar fiestas podría extenderse a otras citas del año. Así, por ejemplo, un regalo típico del día serían los libros y las rosas. El 27 de diciembre, los más famosos escritores firmarían sus nuevas obras bajo las árboles de Navidad, mientras falsos Cuatros Reyes Magos de Oriente se pasearían por las calles más comerciales de la ciudad haciendo sonar sus campanitas y gritando tontamente: “¡Jo, jo, jo, jo!”.
Se me ocurre un montón de ideas. Incluso la Semana Santa podríamos incluir en el 27 de diciembre. Al terminar el día nos recogeríamos en las iglesias y recordaríamos el momento en que, hace más de dos mil años, Poncio Pilatos condenó a muerte a los Cuatro Reyes Magos de Oriente. Entonces los crucificaríamos a todos tras un largo calvario, al alcalde también, y nos iríamos a casa a comer castañas, boniatos y la coca de Sant Joan mientras vemos Ben-Hur por TVE deseando la llegada del próximo 27 de diciembre.
1 Comments:
Ostia! a mi el 27 no me irá bien... podemos pasarlo al 29?
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