mercoledì, ottobre 14, 2009

Kingsley Amis



En mi eterna ignorancia, poco sabía yo de Kingsley Amis. Había oído hablar de él cuando alguien se refería al escritor Martin Amis. “Es el hijo de Kingsley Amis”, se decía. Ahora ni siquiera eso, porque creo que a Kingsley se le está olvidando, diría que incluso en Inglaterra, y si su nombre aparece en una conversación es para decir escuetamente: “Fue el padre de Martin Amis”. Yo sabía brevemente que, como su hijo, fue escritor, y de variados registros, desde la poesía hasta la ciencia ficción y las novelas de espías, incluyendo algunas de la serie James Bond. La imagen que yo tenía de él era la de un singular cretino medio borrachín por culpa de esta descripción suya que leí en las fabulosas Historias de Londres de Enric González:

“Kingsley Amis (...) era un hombre tan ordenado y tan amante de las pequeñas comodidades de la vida que sólo accedió a divorciarse de su esposa con la condición de que ella y su nuevo marido le acogieran en su casa y le cuidaran. El trato fue escrupulosamente cumplido hasta la muerte de Amis, una de las glorias de la literatura inglesa de la segunda mitad del siglo XX y uno de los paladares más curtidos de su época. Como aperitivo ingería dos copazos de Wild Turkey, el bourbon de más elevada graduación alcohólica”.

Recordé eso hace unos días cuando, leyendo su novela Jim y la suerte (Lucky Jim, 1954), llegué a esta escena, en la que el protagonista despierta tras una descomunal borrachera. Jim siente como “si su boca hubiera sido utilizada como letrina por alguna pequeña criatura nocturna a la que después sirvió como mausoleo”. Fantástico.

Además de eso, de Lucky Jim me gustó otra escena en la que el protagonista siente un ataque de repugnancia contra los tópicos cuando una muchacha recurre a ellos al preguntarle él si está enamorada de un tal Bertrand. “¿Enamorada?” -dice ella- “Esa palabra no me gusta nada. No sé qué quiere decir”, añade la chica, como hemos oído en tantos y tantos sobados argumentos. Y Jim reacciona contra el tópico:

“-Oh, no me digas eso. No, no me lo digas. Es una palabra con la que debes haberte topado con frecuencia en la conversación y en la literatura. No vengas a decirme que cada vez tienes que ir al diccionario para saber qué significa. Supongo que lo que quieres decir es que es puramente personal, y pérdoname si tengo que recurrir a palabras sabias, puramente subjetiva.
-¿Y lo es, no es así?
-Sí, en eso tienes razón. Pero hablas como si fuera la única cosa que lo es. Si puedes decirme si te gustan las ciruelas o no, también puedes decirme si estás enamorada de Bertrand”.

Posted by Picasa

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