mercoledì, febbraio 28, 2007

Surrealismo en el juzgado

Ayer, en la sesión del juicio por el atentando del 11-M, uno de los acusados, a la pregunta de si se declaraba culpable o inocente, dijo:

-Soy superinocente.

Yo leí la noticia en internet sin prestarle demasiada atención, la verdad. Y debido a ello, lo que leí fue esta surrealista confesión:

-Soy superinoceronte.

lunedì, febbraio 26, 2007

Banales antepasados

En las películas americanas, cuando las familias tienen un grave problema (quizá se les ha muerto un hijo o han bajado las acciones de su petrolera) se reúnen en el porche y se abrazan tontamente unos a otros. Un personaje, con una sola e inteligente frase, da con la solución para todo. Va el personaje y dice:

-Mi padre solía decir...

Y va y dice una frase descomunal, todos quedan boquiabiertos, se abrazan otra vez aún más tontamente que antes y vuelven al interior porque en el porche hace demasiado frío y supongo que les ha entrado ganas de tomarse una copa. Luego cambia la escena y vemos cómo gracias a la frase fantástica se arregla todo.
En mi familia carecíamos de porche y es posible que, a causa de eso, ni mi padre ni mi madre ni mis hermanas ni nadie solían rememorar frases de nuestros ancestros. Si algún día tengo un hijo, difícilmente podré decirle:

-Mi padre solía decir...

Ni siquiera:

-Mi abuelo solía decir...

Mis antepasados eran bastantes banales, comparados con los padres o los abuelos de los protagonistas de las películas americanas. Como mucho, a mi hijo podría decirle:

-Mi padre solía decir que no corriera con el coche.

Dudo que mi hijo se abrace conmigo por decir eso. Incluso es posible que haga caso omiso del consejo de su abuelo y se accidente esa misma noche pensando que tiene un padre algo lelo. Le lloraré en el balcón, imaginando que es un porche.

venerdì, febbraio 23, 2007

Henry James, Guy Domville y Cabeza Mechero

Hace unos días, el amigo Cabeza Mechero, en su visceral blog La Insurrección Cabeza Mechero, nos contaba esa historia que vivió en un concierto:

“Llegó el momento en que la supuesta cantante anunció que tocaban retirada con el último tema. Este que os escribe rompió en un sonoro aplauso acompañado de un ¡¡¡bien!!!, que fue seguido animosamente por la gran mayoría de los allí presentes. A los pobres chavales que estaban en el escenario se les quedó una cara bastante rara (no negaré que incluso me dieron algo de pena). Terminaron su nefasta labor y se fueron lo más rápido que pudieron.”

Le dije a Mechero que esa historia me había recordado algo y así se lo escribí:

“Esta anécdota me ha recordado algo, pero no puedo precisar qué exactamente. Sé que éste es un comentario bastante tonto, pero quería que lo supieras. Cuando lo recuerde, te lo diré”.

Agradecí los amables insultos del amigo Mechero a mi absurdo comentario y dediqué las siguientes horas, las laborales y las festivas, a intentar precisar qué es lo que me había hecho recordar aquella historia. Y al final, esta mañana, mientras descubría con sorpresa que los cristales de las ventanas de mi piso no tenían originalmente ese tono mate tan peculiar que las distinguía, sino que simplemente estaban sucias, me acordé: es una historia muy similar, que sucedió el 5 de enero de 1895 aunque, claro, yo la leí mucho después. Su protagonista es el novelista estadounidense Henry James y habla de su primera y última incursión en el mundo del teatro. Copio literalmente de donde lo leí (un libro, claro):

“Se cuenta que Henry James no tuvo valor, la noche del estreno de su comedia “Guy Domville” para asistir a la representación; traicionado por los nervios, prefirió acudir a otra sala cercana, donde se representaba una obra de Oscar Wilde. Cuando ésta terminó, James acudió al teatro donde se representaba “Guy Domville”. La función estaba a punto de terminar. En una de las últimas escenas, un personaje exclamó: “¡Yo soy el último de los Domville!”. Un espectador, refugiado en un palco, gritó: “¡Menos mal!”. Y acto seguido todo el público comenzó a silbar y a patear por lo que consideraba un espectáculo de baja calidad. El actor que presidía la compañía, un veterano al que jamás habían abucheado en toda su carrera, al percatarse de que James estaba en la sala, le obligó a subir al escenario para hacerlo partícipe de los reproches del público. A partir de esa noche, el gran novelista no volvió a intentar la dramaturgia”.

Conclusión: en 1895, Cabeza Mechero ya reventaba eventos artísticos.

Etichette: ,

giovedì, febbraio 22, 2007

Albert Hammond papá

Hace unos días supe, gracias a Jenny, de la existencia de Albert Hammond Jr. Cuando yo era pequeño existía Albert Hammond a secas, su padre, claro. Era gibraltareño y sus canciones me gustaban mucho, como ésta. Sé que el video es espantoso, pero en aquella época los vídeos solían serlo, lo importante era la canción. Por mucho que insista, no le echéis la culpa a Albert Hammond papá.

Etichette:

lunedì, febbraio 19, 2007

Octubre de 1985

En una de mis más habituales pesadillas, recibo una llamada telefónica de la Universitat Autònoma de Barcelona donde, ya hace muchos años, simulé que estudiaba. Me informan de que han estado revisando mi expediente y han descubierto que me faltaba por aprobar una asignatura. Les digo que eso es un error, que en alguna parte tengo un título que lo atestigua. Me dicen que lo sienten mucho, pero que el expediente no se equivoca, y que tengo dos meses para preparar el temario de una determinada materia y que el examen tendrá lugar el día tal.
En la siguiente fase de la pesadilla me encuentro hojeando el libro de texto de la asignatura perdida, que he estado guardando todos estos años en una demostración de mi carácter precavido y de mi desconfianza ante la burocracia universitaria. Compruebo que, en su día, subrayé con aplicación las frases más importantes del libro y eso me hace dudar: ¿subrayar yo un libro de texto? Eso significaría que, además de subrayarlo, lo leí. Me parece extraño. Por supuesto, nada de lo que cuenta el autor me suena lo más mínimo. Perplejo, arrojo el libro encima de la mesa y, por azar, queda abierto por la primera página. Veo que hay una inscripción hecha a lápiz:

Ismael Olmos Schwarzer
1-10-1985

En octubre de 1985 yo estudiaba en la universidad, pero... ¿Quién es Ismael Olmos Schwarzer? Yo no, desde luego. Decido que, como ya hacía de joven, lo mejor es no estudiar y que lo más adecuado será sumergirme por unas horas en el mundo de la burocracia. Iré a la secretaría de mi Facultad para convencerles de que se hallan en un error. Busco mi título universitario para demostrar que aprobé todas las asignaturas. En un enorme sobre amarillento encuentro el resumen de mis calificaciones académicas y, por fin, el pergamino que acredita mi titulación.Llegó a la Facultad. Les muestro mis credenciales. La secretaria las observa detenidamente y teclea en su ordenador algunos datos. Al cabo de unos segundos de incertidumbre, levanta la vista y me dice en un tono que me parece sarcástico:

-No hay ningún error. Le falta por aprobar una materia, señor Olmos.
-¿Eh? -digo yo, en tono rebuzno.
-Que le falta una materia.
-No, no... ¿Cómo me ha llamado?
-Ismael Olmos Schwarzer. ¿Ese es su nombre, no?
-No -digo yo, sudando.

La secretaria me enseña mi titulación, expedida a nombre de Ismael Olmos Schwarzer.

-¡Yo no me llamo así!
-¿Cómo se llama usted?

Le digo mi nombre. La secretaria protesta y me dice que mi titulación está a nombre de Ismael Olmos. Le digo que olvide eso. Que consulte mi nombre en el ordenador. La secretaria vuelve a teclear.

-Usted nunca estudió aquí -me informa.

En mi tercera y última fase de la pesadilla, camino apesadumbrado y desorientado por la Facultad. Delante de la cafetería, un camarero fuma apoyado en el quicio de la puerta. Al verme, se incorpora sorprendido y, como si no creyera en lo que ven sus ojos, exclama:

-¡Ismael Olmos! ¡El estudiante más borracho que he conocido en mi vida! ¡Cuántos años! ¿Qué te trae por aquí?

giovedì, febbraio 08, 2007

Mi oreja izquierda

El primer cigarrillo de esta mañana lo he encendido al revés y, después, al empezar a ducharme, he observado con estupor que el agua resbalaba ante mis ojos y que por tanto no me había quitado las gafas. En qué estaré pensando, me he dicho. Y reflexionando sobre eso me he dado cuenta de que mientras ocurrían esas pequeñas desgracias recordaba yo que ayer estuve viendo unas fotografías que tomé hace ya quince años en Newcastle, Inglaterra y que, viéndolas, me acordé de que una en concreto la tomé por error mientras comprobaba si el objetivo de la cámara estaba limpio. Apreté sin querer el disparador de la cámara y me hice una foto en la que aparece mi oreja izquierda y, al fondo, un edificio bastante cochambroso en cuyos bajos hay un pub cuyo nombre no se distingue y una señal de tráfico. La foto errónea la hice desde el último asiento de un autobús, así que, aparte de mi oreja, todo lo demás se distingue de forma muy borrosa por culpa de un parabrisas sucio.
Pensé ayer, al ver la foto, que han transcurrido ya quince años pero el tiempo no parecía haber pasado para mi oreja izquierda. Vi que en algún momento habré cambiado de gafas, pero me dio la impresión de que mi oreja izquierda seguía tan joven como ese día en Newcastle. Sin embargo, y pese a que no he vuelto a esa ciudad, estoy seguro de que ese edificio cochambroso y ese pub cuyo nombre ignoro y hasta la señal de tráfico han cambiado mucho en esos quince años. Y con toda seguridad han limpiado decenas de veces el parabrisas trasero del autobús y es muy posible incluso que el vehículo haya sido retirado de la circulación.
Ayer pensé que si ese día apreté el disparador por error fue para dejar constancia, quince años después, de que el tiempo pasa y yo aún sigo sintiéndome joven. Pero esta mañana, tras encender el cigarrillo al revés y ducharme con las gafas puestas he pensado que, bueno, que quizá el tiempo también ha pasado para mi oreja izquierda.

lunedì, febbraio 05, 2007

¿Y si tú y yo fuéramos sapos gigantes?

¿Y si tú y yo fuéramos sapos gigantes? Yo intentaría seducirte hinchando monstruosamente mi papada y orgullosamente haría ver como que no te miro. Tú deberías elegir entre mi papada y las de otros sapos, entre mi papada y la de Sugranyes y la de Mansilla Caravaca, por ejemplo. Sin duda me elegirías a mí, Abril, no puedo contemplar otra opción, y de un elegante brinco te acoplarías a mi espalda y así nos alejaríamos dando saltos mientras Sugranyes, Mansilla Caravaca y los otros sapos se quedan con un palmo de narices, buscando de reojo si hay otras sapas que fecundar.
Al primer charco que encontráramos nos lanzaríamos al agua. Bien felices tú y yo bajo el agua, mis patas traseras se enlazarían con tus caderas y no recuerdo si tú o yo iniciaríamos unas contracciones que tampoco recuerdo para qué servirían, aunque lo intuyo, es que aquí sonó el teléfono, era Sugranyes, el de verdad, no el sapo, y me perdí parte del documental sobre la vida de los sapos gigantes. Sugranyes quería saber si yo ya estaba mejor, y le dije que no, que aún pensaba en ti con dolor y desesperación, y me repitió aquello de que soy un papanatas y ante mi desespero volvió a contarme la historia del tren, que las mujeres son como los trenes y que tras uno pasa otro y bla bla bla.
Cuando Sugranyes colgó, supe que si tú y yo fuéramos sapos gigantes yo fecundaría los 30.000 huevos que saldrían de ti, qué barbaridad, o quizá eran menos pero en cualquier caso una animalada , pero yo te prometo que, sean 30.000 o 300.000, me comprometo a hacer lo que pueda. Y es que hasta poniendo huevos eres tan elegante, Abril, porque los pones en largas hileras, como si fueran relicarios, algo bellísimo, relicarios que se van flotando bajo el agua cristalina de nuestra charca, huevos en busca de su suerte, porque no nacerán tantos sapitos, ya se sabe, la cadena trófica, mi querida sapa.