mercoledì, agosto 29, 2012

Piedras

El río fluía lento y silencioso y Umbrello y Fratello nos daban un respiro a la Nueva y a mí lanzando piedras al agua. Nos sentíamos agotados tras unos largos y tormentosos días de vacaciones con los niños. Una anciana se detuvo en el camino y observó a mis pequeños monstruos.

-¡Qué guapos! –dijo.
-Psí –admitió la Nueva.
-¿Se portan bien?
-¡Noooo!
-¿Dan muchos problemas? –preguntó la señora.
-¡Sííí! –exclamamos la Nueva y yo al unísono.

La anciana no dijo nada. Siguió contemplando sonriente las andanzas de Umbrello y Fratello.

-Nens petits, problemes petits. Nens grans, problemes grans –sentenció antes de despedirse con otra sonrisa.

La Nueva y yo nos miramos. Sin hablar, nos unimos a Umbrello y a Fratello en su infantil diversión. Al cabo de unas horas, nuestras piedras casi habían conseguido desviar el curso del río.

Añadiré sin venir a cuento que esta bucólica escena ocurrió hace unos días en Ordino, donde pude ejercitar con toda libertad mi habilidad para los lapsus linguae transformando en varias ocasiones el nombre de esta localidad andorrana en Sordino. Esta circunstancia me granjeó la enemistad de los lugareños y una merecida fama de cretino en todos los medios de comunicación del Principado.

venerdì, agosto 17, 2012

Amor de colores brillantes

La Nueva y yo seguíamos con relativo interés un programa televisivo en el que un nutrido grupo de desconocidos hablaban del amor, de los amores, de los suyos y de los ajenos. Uno de los individuos aseguró que el amor que hubo entre X y Z fue un amor "inmortal".

Me dio por preguntarle a la Nueva con qué palabra del diccionario definiría nuestro amor. Tras unos segundos, ella respondió:

-Morrocotudo.

Nos reímos morrocotudamente, claro. En el diccionario etimológico he comprobado hoy que “morrocotudo” es una palabra de origen americano. Significaría “muy rico” y deriva, en origen, de “morocoto”, nombre que en alguna lengua indígena de Venezuela se otorga a un enorme “pez fluvial de colores brillantes”. Cosas de nuestro amor.

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giovedì, agosto 02, 2012

Diálogo robado

Durante largos minutos, las dos ancianas que se sientan delante de mí en el autobús guardan silencio. De repente cruzan este breve diálogo:

-Juana -dice una.
-¿Qué? -dice la otra.
-La Mari dice siempre que a los entierros hay que ir.
-No va descafeinada, no.

No dirán nada más antes de que yo tenga que apearme. Llevo horas sin salir de mi asombro. ¿Qué pretende la Mari afirmando eso? ¿Cómo será de fantástico vivir con alguien capaz de decir "no va descafeinada, no"?