A bailar
El otro día la Nueva y yo asistimos a una boda. A la hora del baile me quedé en la mesa, como acostumbro, fumando, bebiendo y contemplando como otros invitados se movían al son de las músicas habituales. Y, como siempre ocurre en estas situaciones, tuve que esforzarme en explicarles cortésmente a las docenas de personas que se interesaron por mi sedentarismo que a mí no me gusta bailar.
-¿Y usted no baila? ¡Venga, hombre, a bailar! -me animaban.
-No, no. Odio bailar. No bailo nunca -decía yo.
Así toda la noche. Ya en casa le comenté a la Nueva que, en la próxima boda, cambiaré de actitud.
-¿Bailarás? -me preguntó.
-No, qué va. Seguiré viendo el baile de lejos.
-¿Y?
-De vez en cuando me levantaré y me acercaré a la pista de baile para hablar con alguien.
-¿Qué le dirás?
-Le diré: “¿Y usted no se sienta? ¡Venga, hombre, siéntese!”
Sé que este post es bastante pobre. Pero al menos debéis felicitarme porque he conseguido escribir un buen rato sobre bailes y bailarines sin utilizar la increíblemente estúpida expresión mover el esqueleto.
-¿Y usted no baila? ¡Venga, hombre, a bailar! -me animaban.
-No, no. Odio bailar. No bailo nunca -decía yo.
Así toda la noche. Ya en casa le comenté a la Nueva que, en la próxima boda, cambiaré de actitud.
-¿Bailarás? -me preguntó.
-No, qué va. Seguiré viendo el baile de lejos.
-¿Y?
-De vez en cuando me levantaré y me acercaré a la pista de baile para hablar con alguien.
-¿Qué le dirás?
-Le diré: “¿Y usted no se sienta? ¡Venga, hombre, siéntese!”
Sé que este post es bastante pobre. Pero al menos debéis felicitarme porque he conseguido escribir un buen rato sobre bailes y bailarines sin utilizar la increíblemente estúpida expresión mover el esqueleto.