Lotería
Estoy acumulando ya, desde octubre y ante el espanto de la Nueva, numerosas participaciones de la Lotería de Navidad. Ella insiste en que el ahorro es la vía más segura hacia el bienestar familiar y que todo ese dinero que estoy gastando en números, décimos y participaciones deberíamos dedicarlos a los estudios universitarios de Umbrello, como si fuéramos estadounidenses de telefilm. Quizá a la Nueva no le falte razón, pero siempre he sentido una irresistible atracción hacia la Lotería de Navidad. Y digo que quizá no le falte razón porque los grandes maestros (los novelistas, los de antaño y los de ahora) han advertido al vulgo de los peligros y falsedades de la lotería.
Lo hizo Stendhal, por ejemplo, en Rojo y negro: “La lotería: engaño cierto y felicidad buscada por locos”, nos dejó escrito. O George Orwell, en 1984: “La lotería, que pagaba cada semana enormes premios, era el único acontecimiento público al que los proles concedían una serie atención. Probablemente, había millones de proles para quienes la lotería era la principal razón de su existencia. Era toda su delicia, su locura, su estimulante intelectual. En todo lo referente a la lotería, hasta la gente que apenas sabía leer y escribir parecía capaz de intrincados cálculos matemáticos y asombrosas proezas memorísticas. Toda una tribu de proles se ganaba la vida vendiendo predicciones, amuletos, sistemas para dominar el azar y otras cosas que servían a los maniáticos. Winston (..) sabía perfectamente (como cualquier miembro del Partido) que los premios eran en su mayoría imaginarios. Sólo se pagaban pequeñas sumas y los ganadores de los grandes premios eran personas inexistentes”.
¿Quizá la lotería es un montaje? ¿Cómo Bin Laden, los asombrosos resultados del Barça actual o la religión? Borges lo asegura en La lotería en Babilonia, en la que insinúa que la Compañía que reparte fabulosos y extrraños premios en realidad no existe más que como justificación de la gris vida de los babilónicos. Según mi querido Chéjov la lotería sí existe, pero sólo para desesperar aún más a los necesitados. En el cuento El billete de lotería, el miserable protagonista se cree millonario por unas horas hasta que descubre que ha leído mal el número ganador; es posible que algún día me ocurra eso a mí, que ayer viendo las noticias leí mal un titular que rezaba: “Los peligros de consumir cannabis”. Ante mi propio pasmo, leí: “Los peligros de consumir caníbales”. En fin. Pelegrí, el pobre protagonista de Les garses, una obra teatral del modernista catalán Ignasi Iglésias, ve como se estropea su vida en cuanto le toca la lotería: pierde la confianza en todos aquellos que le rodean.
Apenas hay referencias sobre la felicidad que proporciona la lotería (la premiada, claro). Recuerdo que en La hora de la cerveza, de Anthony Burgess, el borrachín Nabby Adams pierde su billete pero alguien le regala otro: el ganador. Nabby promete dedicar todo el dinero a beber y a ayudar a sus amigos: felicidad completa. Y también recuerdo, pero muy vagamente, que en una novela de Julio Verne (Por un billete de lotería, creo que se llamaba) hay dos enamorados, un naufragio, un Robinson Crusoe enamorado, una novia desconsolada, un billete de lotería guardado durante años como prenda de amor, un oportuno rescate y una alegría final sin precedentes y con boda por todo lo alto.
Prefiero esa visión de la lotería, la de Burgess y la de Verne, que las anteriores. Aunque también sospecho que la Lotería de Navidad es un fraude y que ese palurdo que el día del sorteo aparece borracho botella de champán en mano en todos los telediarios del país diciendo que ha ganado 20 millones es un actor. Siempre el mismo. Muy malo, por cierto.
PD: Agradecería nuevas aportaciones sobre el tema lotero en la literatura. Estoy escribiendo una monografía. Sobre actores borrachos.
Lo hizo Stendhal, por ejemplo, en Rojo y negro: “La lotería: engaño cierto y felicidad buscada por locos”, nos dejó escrito. O George Orwell, en 1984: “La lotería, que pagaba cada semana enormes premios, era el único acontecimiento público al que los proles concedían una serie atención. Probablemente, había millones de proles para quienes la lotería era la principal razón de su existencia. Era toda su delicia, su locura, su estimulante intelectual. En todo lo referente a la lotería, hasta la gente que apenas sabía leer y escribir parecía capaz de intrincados cálculos matemáticos y asombrosas proezas memorísticas. Toda una tribu de proles se ganaba la vida vendiendo predicciones, amuletos, sistemas para dominar el azar y otras cosas que servían a los maniáticos. Winston (..) sabía perfectamente (como cualquier miembro del Partido) que los premios eran en su mayoría imaginarios. Sólo se pagaban pequeñas sumas y los ganadores de los grandes premios eran personas inexistentes”.
¿Quizá la lotería es un montaje? ¿Cómo Bin Laden, los asombrosos resultados del Barça actual o la religión? Borges lo asegura en La lotería en Babilonia, en la que insinúa que la Compañía que reparte fabulosos y extrraños premios en realidad no existe más que como justificación de la gris vida de los babilónicos. Según mi querido Chéjov la lotería sí existe, pero sólo para desesperar aún más a los necesitados. En el cuento El billete de lotería, el miserable protagonista se cree millonario por unas horas hasta que descubre que ha leído mal el número ganador; es posible que algún día me ocurra eso a mí, que ayer viendo las noticias leí mal un titular que rezaba: “Los peligros de consumir cannabis”. Ante mi propio pasmo, leí: “Los peligros de consumir caníbales”. En fin. Pelegrí, el pobre protagonista de Les garses, una obra teatral del modernista catalán Ignasi Iglésias, ve como se estropea su vida en cuanto le toca la lotería: pierde la confianza en todos aquellos que le rodean.
Apenas hay referencias sobre la felicidad que proporciona la lotería (la premiada, claro). Recuerdo que en La hora de la cerveza, de Anthony Burgess, el borrachín Nabby Adams pierde su billete pero alguien le regala otro: el ganador. Nabby promete dedicar todo el dinero a beber y a ayudar a sus amigos: felicidad completa. Y también recuerdo, pero muy vagamente, que en una novela de Julio Verne (Por un billete de lotería, creo que se llamaba) hay dos enamorados, un naufragio, un Robinson Crusoe enamorado, una novia desconsolada, un billete de lotería guardado durante años como prenda de amor, un oportuno rescate y una alegría final sin precedentes y con boda por todo lo alto.
Prefiero esa visión de la lotería, la de Burgess y la de Verne, que las anteriores. Aunque también sospecho que la Lotería de Navidad es un fraude y que ese palurdo que el día del sorteo aparece borracho botella de champán en mano en todos los telediarios del país diciendo que ha ganado 20 millones es un actor. Siempre el mismo. Muy malo, por cierto.
PD: Agradecería nuevas aportaciones sobre el tema lotero en la literatura. Estoy escribiendo una monografía. Sobre actores borrachos.
Etichette: Anthony Burgess, Jorge Luis Borges, Julio Verne, Lotería, Stendhal
13 Comments:
Yo es que sólo compro lotería "a la defensiva", nunca por iniciativa propia, siempre para no ser la pringada que se queda sin premio.
Por eso sólo tengo el número de la empresa y el que compran un grupo de personas cuando yo estoy delante.
Si sólo existiera un número por persona yo seguro que no compraba nunca.
Y creo que en eso se basa el éxito de la lotería de navidad, en que nadie quiere ser el imbécil que tuvo la oportunidad de comprar el número ganador, no lo hizo y encima tiene que ver a su amigo, el pésimo actor, borracho en la tele descorchando champán.
En cuanto a aportaciones literarias me temo que no soy de gran ayuda, pero he visto a más de un actor borracho y te aseguro que sobreactuan tanto como el resto de los borrachos.
En su obra "La rabouilleuse", incluida en la serie de novelas de la vida de provincias, Balzac incluye un personaje, madame Descoigns, que desde hace veintiún años juega el mismo número de lotería. Considera que la lotería, a la que denomina el opio de la miseria, es una pasión universalmente condenada pero poco estudiada. En cuanto a actores borrachos, recuerdo un dúo de humoristas que en uno de sus monólogos decían: "Lotería, lotería, ...pero ya no lo tiero". En fin, saludos a Umbrello.
Estoy de acuerdo con la teoría de Raquel. El único motivo por el cual compro un décimo es por no ser el único imbécil al que no le ha tocado el premio. Es un camelo total.
Jordi, recuerdo que en Noches de Bohemia, de Valle-Inclán, hay un altercado importante con un billete de lotería.
Salud! (que no es solamente un barrio de Badalona)
Amigo Jordi, gracias por ese enlace. Un honor. Sobre la lotería, yo también pierdo un poco el norte (lo que tiene mérito viviendo en esta esquina norteña) y empiezo a comprar números casi por superstición y "a la defensiva", como dice Raquel.
Un abrazo y, de nuevo, gracias.
Jordi:
Un día cortejando a una muchacha asistí a su casa para recogerla e ir al cine. La situación era particularmente incómoda después de enterarme que en casa no estaban muy contentos con la relación.
Al entrar, ella continuaba arreglándose, así es que me vi forzado a conversar con su madre, que estaba en la sala. La señora se veía completamente desesperada. Le pregunté si algo le pasaba. Al principio permaneció calladas. Pero después aceptó contármelo todo. Me dijo que en la mañana, en la ruleta, había perdido absolutamente todo. ¿También la casa?, pregunté. También la casa. No le había dicho nada a su hija. Permanecimos en silencio durante los siguientes minutos. Por mi parte, no se me ocurría qué decirle para consolarla. Ella me miraba desconsolada, hasta que finalmente, con el sudor confundiéndosele con las lágrimas me preguntó: ¿Tú juegas? No, le contesté. Me vio como se le ve a un santo o a una aparición en el azulejo de un baño o en el fondo del plato de sopa. Desde entonces, y después de que el padre solucionó la situación, la madre casi instó a que J., su hija, saliese conmigo.
Fue el único premio que me ha dado la lotería. Pero estoy contento. A muchos los ha tratado mucho más mezquinamente.
Saludos,
Héctor.
P.D. Te extiendo una invitación a mi blog: Fiesta en el jardín. Ojalá lo disfrutes
En casa fuimos millonarios por un minuto. Mi padre se dedicaba a repetir los números de la "primitiva" uno detrás de otro y nos mostraba la comparativa entre los del boleto y los extrabold del periódico, ¡todos coincidían!. Mis hermanos y yo como locos íbamos formulando deseos al aire: una moto, un coche, un perro! Pero llegó mi madre con el griterío, y con un gesto de entereza, empezó: a ver: si, si, si, si, si, si, pero no! eran los resultados del sábado y evidentemente nosotros siempre jugábamos los jueves.
yo sólo compro lotería para el sorteo de navidad y de la "bruixa" de sort.
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jejej, cuando todos los años veo a miles de personas premiadas por la lotería de Navidad, me pregunto por qué no somos todos ya millonarios. ¿Será un montaje? :P
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