venerdì, luglio 15, 2005

Maria Särkkälä

Pasé dos meses en Helsinki, al final de mi adolescencia, gracias a una beca que me concedió la ya desaparecida Agencia Europea de la Juventud, en el marco de un proyecto que pretendía facilitar las comunicaciones entre los jóvenes europeos y que al cabo de pocos años acabó, como tantas otras loables iniciativas, durmiendo en el cajón de algún burócrata de Bruselas. En Helsinki me alojé en casa de los Särkkälä, una familia muy acogedora con tantas hijas como diéresis tenía su apellido, a una de las cuales, Maria, no llegué a conocer puesto que mientras yo ocupaba su lugar entre los Särkkälä ella vivía con mi familia en Barcelona.
Los Särkkälä poseían una casa estupenda, o eso me pareció a mí al principio. Al proceder yo de un país mediterráneo, no estaba muy acostumbrado a vivir sobre calurosas moquetas y eso de andar por casa sin zapatos y en calcetines se me antojaba, no se por qué, el súmmum del confort y del bienestar. Luego, a los pocos días, me di cuenta de que, en realidad, los Särkkälä era una familia de clase media, media baja para ser más exactos, y que no vivían precisamente en la abundancia a pesar de sus calurosas moquetas. Jiri, el padre, era jardinero de la municipalidad de Helsinki y Maria, la madre, trabajaba en un supermercado. Ya he dicho que tenían tres hijas: Maria, la mayor, estaba en esos momentos en mi casa de Barcelona. Las otras dos, Jutta y Helena, eran gemelas, tan iguales como rubias, y la mar de atractivas, algo no muy habitual en Finlandia, puesto que en ese país las mujeres no son excesivamente guapas. Rubias sí, pero guapas no. Podría decirse que las finlandesas parecen fallidos proyectos de suecas.
Por las mañanas yo asistía a unos talleres organizados por el Ministerio de Cultura de Finlandia en colaboración con la Agencia Europea de la Juventud, en la que nos ofrecían aburridas charlas sobre Europa, la juventud, la tolerancia y todas esas banalidades. Siempre me dio la sensación de que el objetivo real de esas actividades no era mejorar mis sentimientos hacia el proyecto común europeo, sino dar trabajo durante el verano a una serie de individuos a los que, por algún u otro motivo, la Unión Europea les debía favores. Las charlas, a cargo de esos tipos, eran en realidad una sarta de tópicos y ni a un adolescente como yo podían engatusar. Mejoré mi inglés, eso sí, y hasta aprendí algunas palabras en finés.
Me gustaría decir que aprendí algo más en Helsinki y que Jutta y Helen me instruyeron en pervertidas actividades sexuales y en obscenas posturas, pero en realidad no fue así. Desde el primer día me di cuenta de que yo había decepcionado a las dos hermanas Särkkälä que, sin duda, al enterarse de que un muchacho procedente de España se alojaría en su casa durante dos meses, habían dado rienda suelta a sus fantasías. No diré que esperaban a una especie de Antonio Banderas, porque en aquellos tiempos Antonio Banderas aún no existía y porque los galanes españoles de la época (no sé, Imanol Arias y Arturo Fernández, por ejemplo) eran absolutos desconocidos en Finlandia, pero evidentemente esperaban algo mejor que una especie de Woody Allen mediterráneo. Y aunque en sus películas Woody Allen liga como el que más con las mujeres más hermosas, doy fe de que en la vida real sus involuntarios imitadores no tenemos el mismo éxito. Así que Jutta y Helen pasaron bastante de mí, por no decir que me obviaron sin disimulo, y mis relaciones familiares con los Särkkälä se limitaron a dialogar con el señor Jiri sobre la jardinería en general y la finlandesa en particular, y a mostrarle a la señora Maria ricas recetas de la comida catalana a cambio de aprender a cocinar el suöka o el estofado de alce.
Mi gran consuelo durante esos días en casa de los Särkkälä fue Maria, la hija mayor, justamente la que en esos momentos ocupaba mi sitio entre mi propia familia en Barcelona. Los Särkkälä me instalaron en su habitación, que la muchacha había decorado con posters de ídolos de la época, como los Sigue Sigue Sputnik o Mickey Rourke, por ejemplo, y con sus propias fotografías: Maria y sus amigas, Maria y sus amigas borrachas, Maria y un novio, Maria con otro novio, Maria montando a caballo, Maria montando un alce, Maria bebiendo cerveza en el Molly Malone de la calle Kaisaniemenkatu, Maria y sus hermanas, Maria y su familia, Maria comiendo gambas frescas en el puerto, Maria en el ferry hacia Estocolmo, Maria haciendo el asno con el señor Jiri, Maria de compras por Mannerheimint, Maria y mil japoneses visitando el Suommenlinna, etcétera. Maria era guapísima y me enamoré de ella como un imbécil y cada una de mis noches en Helsinki soñé con que yo me encontraba en Barcelona y que ella también y que yo le mostraba la Sagrada Familia y comíamos falafels en la Plaça Real y la besaba en diversos escenarios de la Barcelona pre-preolímpica.
Todo era muy bonito y sentimental. Cuando volví a casa, mis hermanos no tardaron ni media hora en contarme con cara de sátiros que Maria era insaciable y que conocía todo tipo de obscenas posturas y perversas actividades y que hasta habían hecho fotos. No quise verlas y mis recuerdos de Maria Särkkälä quedaron encerrados mentalmente hasta hoy entre diéresis, digo entre paréntesis.

3 Comments:

Anonymous Anonimo said...

Ja em va dir el mister que no seria fàcil.

Hola? mundo exterior?

Nem a veure...si pitjo aquí

9:50 PM  
Blogger Jordi said...

Hoooola Miri!

El mister és un analfabet informàtic i fas malament si segueixes els seus consells en aquest tema.

12:06 AM  
Blogger Jordi said...

Núria, hi ha una part real: la que deixa clar que les finlandeses són "fallidos proyectos de suecas". Són molt lletges, en general.

9:30 AM  

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