Biografías innecesarias (y 6)
FUTBOL/BIOGRAFIAS INNECESARIAS
6.Y TANTOS OTROS
Y bueno, podría seguir así hasta el final de los tiempos, hablando de futbolistas que por un motivo u otro engrandecieron mi pasión por el fútbol. Podría hablar de los gemelos Van de Kerkhof (René y Willy) y de otros hermanos importantes, como el insaciable Quini y su heroico hermano Jesús Castro; de los hermanos Hierro, el bueno y el malo, el que acabó fichando por el Barça; de los hermanos García Junyent y las tonterías del mayor, aquel que se desmayaba en los entrenamientos y se quejaba como un niño tonto si alguien más sabio que él le acusaba de no tener ritmo. Podría hablar de Aguirre Suárez, Montero Castillo y del Granada de los 70, al que nunca vi jugar y daría cualquier cosa por hacerlo y ver las patadas que dicen que daba. Y podría hablar de Pierre Littbarski, que tenía un nombre fantástico y de quien copié la manera de celebrar los goles, aunque nunca tuve muchas ocasiones de hacerlo. Del holandés Wim Suurbier, al que me enfrenté, en un día muy caluroso, en un partido en el que también intervenía Johan Cruyff, a quien estuve a punto de robarle un balón; ese día hasta marqué un gol y lo celebré a lo Littbarski. Ellos tenían casi 50 años y nosotros poco más de 20. Perdimos 19-2. En la banda estaba un tercer subcampeón mundial, Wim Jansen, tan gordo que era incapaz, no ya de vestirse de corto, sino de acercarse al bar para resguardarse del sol. Cuando jugaba ya estaba gordo y también hablaría de él. Podría hablar de Carrasco y de mi vecino de asiento en el Camp Nou que durante años, cada vez que el Lobo tocaba el balón, exclamaba: “Qué burro eres, Carrasco”. Y explicaría que ese odio hizo nacer en mí un, lo admito, injustificado amor por aquel jugador con pinta de indio e ideas de bombero. Hablaría de las primeras veces que vi jugar a Bernd Schuster con Alemania (mis padres acababan de comprar el primer televisor en color que hubo en casa) y después en el Barça, cuando entendí que a su lado todos los demás futbolistas eran enanos y tontos. Me gustaría hablar de muchos porteros a los que idolatré: Arkonada, Maier, Hellstroem, Pantelic, Schumacher (que se llamaba Harald y se hacía llamar Toni y estaba más que loco, más que Ravelli) o del madridista Miguel Angel (que en el Mundial del 78 le hizo una parada al austriaco Kreuz que aún recuerdo como si fuera ahora mismo). De Peter Shilton o de Gordon Banks. Hablaría del hermético Hermes González. O de los calvos en el fútbol, como el implacable Lato o el incansable Attilio Lombardo (cómo te odié, Attilio, en la gran noche de Wembley). O de aquel jugador que dicen que perdió el peluquín durante un partido televisado y se convirtió en calvo repentino y cuyo nombre no recuerdo. O de melenudos como Mesa, aquél del Sporting al que nunca fichó el Barça y nunca lo entendí. Del Cacho Heredia y el Ratón Ayala, melenudos pioneros. Y hablaría de Migueli: a mí me parecía oír las cornetas del Séptimo de Caballería cuando Migueli tomaba el balón y empezaba uno de sus impetuosos avances desde la defensa. Hablaría de Julio Alberto, el Nano Soler, Sergi Barjuán y Belletti, todos ellos laterales y todos del Barça... ¡les odié tanto! No me olvidaría de los grandes dioses mayores de mi vida: de Koeman y de Bakero, de Neeskens, otra vez de Schuster, otra vez de Migueli y otra vez de Quini y, claro, de Ronaldinho. Del miedo que siento de que Ronaldinho se vaya algún día.
Bueno, yo hablaría de todos estos y de algunos más. Pero me temo que me quedaría sin mis escasos lectores y además, qué coño, el Mundial va a empezar ya y yo voy a ocupar el sofá de forma horizontal, no sea que venga la Nueva y quiera ver un documental de animales en La 2.
6.Y TANTOS OTROS
Y bueno, podría seguir así hasta el final de los tiempos, hablando de futbolistas que por un motivo u otro engrandecieron mi pasión por el fútbol. Podría hablar de los gemelos Van de Kerkhof (René y Willy) y de otros hermanos importantes, como el insaciable Quini y su heroico hermano Jesús Castro; de los hermanos Hierro, el bueno y el malo, el que acabó fichando por el Barça; de los hermanos García Junyent y las tonterías del mayor, aquel que se desmayaba en los entrenamientos y se quejaba como un niño tonto si alguien más sabio que él le acusaba de no tener ritmo. Podría hablar de Aguirre Suárez, Montero Castillo y del Granada de los 70, al que nunca vi jugar y daría cualquier cosa por hacerlo y ver las patadas que dicen que daba. Y podría hablar de Pierre Littbarski, que tenía un nombre fantástico y de quien copié la manera de celebrar los goles, aunque nunca tuve muchas ocasiones de hacerlo. Del holandés Wim Suurbier, al que me enfrenté, en un día muy caluroso, en un partido en el que también intervenía Johan Cruyff, a quien estuve a punto de robarle un balón; ese día hasta marqué un gol y lo celebré a lo Littbarski. Ellos tenían casi 50 años y nosotros poco más de 20. Perdimos 19-2. En la banda estaba un tercer subcampeón mundial, Wim Jansen, tan gordo que era incapaz, no ya de vestirse de corto, sino de acercarse al bar para resguardarse del sol. Cuando jugaba ya estaba gordo y también hablaría de él. Podría hablar de Carrasco y de mi vecino de asiento en el Camp Nou que durante años, cada vez que el Lobo tocaba el balón, exclamaba: “Qué burro eres, Carrasco”. Y explicaría que ese odio hizo nacer en mí un, lo admito, injustificado amor por aquel jugador con pinta de indio e ideas de bombero. Hablaría de las primeras veces que vi jugar a Bernd Schuster con Alemania (mis padres acababan de comprar el primer televisor en color que hubo en casa) y después en el Barça, cuando entendí que a su lado todos los demás futbolistas eran enanos y tontos. Me gustaría hablar de muchos porteros a los que idolatré: Arkonada, Maier, Hellstroem, Pantelic, Schumacher (que se llamaba Harald y se hacía llamar Toni y estaba más que loco, más que Ravelli) o del madridista Miguel Angel (que en el Mundial del 78 le hizo una parada al austriaco Kreuz que aún recuerdo como si fuera ahora mismo). De Peter Shilton o de Gordon Banks. Hablaría del hermético Hermes González. O de los calvos en el fútbol, como el implacable Lato o el incansable Attilio Lombardo (cómo te odié, Attilio, en la gran noche de Wembley). O de aquel jugador que dicen que perdió el peluquín durante un partido televisado y se convirtió en calvo repentino y cuyo nombre no recuerdo. O de melenudos como Mesa, aquél del Sporting al que nunca fichó el Barça y nunca lo entendí. Del Cacho Heredia y el Ratón Ayala, melenudos pioneros. Y hablaría de Migueli: a mí me parecía oír las cornetas del Séptimo de Caballería cuando Migueli tomaba el balón y empezaba uno de sus impetuosos avances desde la defensa. Hablaría de Julio Alberto, el Nano Soler, Sergi Barjuán y Belletti, todos ellos laterales y todos del Barça... ¡les odié tanto! No me olvidaría de los grandes dioses mayores de mi vida: de Koeman y de Bakero, de Neeskens, otra vez de Schuster, otra vez de Migueli y otra vez de Quini y, claro, de Ronaldinho. Del miedo que siento de que Ronaldinho se vaya algún día.
Bueno, yo hablaría de todos estos y de algunos más. Pero me temo que me quedaría sin mis escasos lectores y además, qué coño, el Mundial va a empezar ya y yo voy a ocupar el sofá de forma horizontal, no sea que venga la Nueva y quiera ver un documental de animales en La 2.
2 Comments:
El jugador del peluquín era Valdés y jugaba en el Sporting de Gijón.
Sí! En mis cromos ya sale calvo
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