Biografías innecesarias (1)
En poco más de una semana va a empezar el Mundial de fútbol. Para celebrarlo, he considerado necesario añadir a este blog una serie de Biografías Innecesarias sobre una serie de futbolistas que, a lo largo de mi vida, por una u otra causa, me han proporcionado tanto placer como me hayan podido dar un buen libro, una buena película, un amigo o un bote de nocilla. Es algo así como mi álbum de ídolos ocultos.
FUTBOL/BIOGRAFIAS INNECESARIAS
1.THOMAS RAVELLI
Thomas Ravelli fue el portero de la selección sueca durante los años 90. Mi admiración por él se debe a su nombre. A mí, que un sueco se pudiera llamar Ravelli ya me llenaba de emoción. Recuerdo otros casos en el que admiré a ciertos jugadores primando lo extraño de su nombre a sus reales bondades futbolísticas: así, elevé a los altares a aquel italiano llamado Pietro Vierchowood (por no hablar de Cuccureddu o Manfredonia, qué jugadorazos), el alemán Bruno Labadia, el holandés Rinus Israel o el escocés Maurice Malpas. Sé que no soy el único que comete esas frivolidades; hace unos años, le preguntaron nada más y nada menos que a Johan Cruyff cuál era el guardameta al que más había admirado. El profeta habló y dijo: “A Gilmar, el brasileño. ¿Por qué? Por su nombre”.
Ravelli, que además de ser un gran portero y de tener un nombre fantástico (para ser sueco, claro, si fuera italiano sería un coladero), tenía también unos ojos que le conferían pinta de loco. En sus inicios muchos se fijaron en Ravelli por eso y él lo sabía, así que con los años fue acrecentando voluntariamente (estoy seguro de eso) su mirada trastornada. Fue una excelente forma de autopromoción. De la selección sueca de los años noventa, siempre recordamos a dos jugadores: a Henrik Larsson, nuestro amado Larsson, que en esos años no era calvo sino que lucía una magníficas rastas, y en el loco Ravelli. Suecia tenía otros grandes jugadores, pero sin consultar los libros uno sólo se acuerda de las rastas de Larsson y de los ojos enloquecidos de Ravelli. Años después, un árbitro italiano, el célebre Collina, se rapó la cabeza y puso cara de loco, y a partir de entonces todos decidieron que era un gran árbitro, qué coño, el mejor árbitro del mundo. En realidad era tan malo como los demás árbitros, al Barça le robó un partido contra el Chelsea, el muy hijo de puta.
Vi jugar muchas veces a Ravelli por televisión, pero creo que sola una vez le vi en directo. Fue en el Camp Nou, con su equipo, el Goteborg, en un partido de Copa de Europa de la temporada 1994/95. No tengo ningún recuerdo especial de Ravelli de ese día, pero sí del portero del Barça, que realizó unas intervenciones sensacionales. Se llamaba Busquets y también estaba bastante loco, sí. Si se hubiera llamado de otra manera le habría admirado bastante más.
FUTBOL/BIOGRAFIAS INNECESARIAS
1.THOMAS RAVELLI
Thomas Ravelli fue el portero de la selección sueca durante los años 90. Mi admiración por él se debe a su nombre. A mí, que un sueco se pudiera llamar Ravelli ya me llenaba de emoción. Recuerdo otros casos en el que admiré a ciertos jugadores primando lo extraño de su nombre a sus reales bondades futbolísticas: así, elevé a los altares a aquel italiano llamado Pietro Vierchowood (por no hablar de Cuccureddu o Manfredonia, qué jugadorazos), el alemán Bruno Labadia, el holandés Rinus Israel o el escocés Maurice Malpas. Sé que no soy el único que comete esas frivolidades; hace unos años, le preguntaron nada más y nada menos que a Johan Cruyff cuál era el guardameta al que más había admirado. El profeta habló y dijo: “A Gilmar, el brasileño. ¿Por qué? Por su nombre”.
Ravelli, que además de ser un gran portero y de tener un nombre fantástico (para ser sueco, claro, si fuera italiano sería un coladero), tenía también unos ojos que le conferían pinta de loco. En sus inicios muchos se fijaron en Ravelli por eso y él lo sabía, así que con los años fue acrecentando voluntariamente (estoy seguro de eso) su mirada trastornada. Fue una excelente forma de autopromoción. De la selección sueca de los años noventa, siempre recordamos a dos jugadores: a Henrik Larsson, nuestro amado Larsson, que en esos años no era calvo sino que lucía una magníficas rastas, y en el loco Ravelli. Suecia tenía otros grandes jugadores, pero sin consultar los libros uno sólo se acuerda de las rastas de Larsson y de los ojos enloquecidos de Ravelli. Años después, un árbitro italiano, el célebre Collina, se rapó la cabeza y puso cara de loco, y a partir de entonces todos decidieron que era un gran árbitro, qué coño, el mejor árbitro del mundo. En realidad era tan malo como los demás árbitros, al Barça le robó un partido contra el Chelsea, el muy hijo de puta.
Vi jugar muchas veces a Ravelli por televisión, pero creo que sola una vez le vi en directo. Fue en el Camp Nou, con su equipo, el Goteborg, en un partido de Copa de Europa de la temporada 1994/95. No tengo ningún recuerdo especial de Ravelli de ese día, pero sí del portero del Barça, que realizó unas intervenciones sensacionales. Se llamaba Busquets y también estaba bastante loco, sí. Si se hubiera llamado de otra manera le habría admirado bastante más.
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