Fue con las prisas
Supongo que fue con las prisas, el atolondramiento al salir del taxi, ese guardarse el cambio, abrir el paraguas rojo, decir adiós al taxista que de todas formas el muy capullo no dirá ni mu, y todo eso con ese idiota de la camioneta de reparto de Muebles Sanzot dando bocinazos detrás para que hagas todo eso en una milésima de segundo; bueno, pues supongo que es por eso que me olvidé en el taxi la tesis doctoral sobre Las mujeres en el cine de Charles Chaplin que tanto esfuerzo había compilado Abril durante los dos últimos años.
Si no hubiera perdido también, dos horas antes, los diskettes donde Abril guardaba la información, el incidente habría tenido una importancia relativa, se vuelve a imprimir y ya está. Pero dos horas antes los diskettes se habían ido al cubo de la basura cuando yo, arreglando ese despacho de Abril que más parecía una cuadra —ay de esa gorrinez de las mujeres en su más íntima intimidad, para cuándo una tesis doctoral sobre eso, eh— pues nada, que mandé los diskettes a la basura, así que la tesis que perdí luego en el taxi era la única copia viva del ímprobo trabajo de Abril durante dos años.
Por supuesto que se me ocurrió bajar a la calle y rebuscar en el contenedor de basuras, pero claro, quién se mete ahí dentro, parece mentira que todos los vecinos incumplan las normas del ayuntamiento, no se pueden depositar basuras en el contenedor antes de las siete de la tarde; lo mío era distinto, mi basura eran papelotes viejos y diskettes valiosísimos, eso no iba a atufar a todo el barrio. Y además llovía a cántaros y yo allí con el paraguas ante el contenedor pensando me meto, no me meto. Y, lógico, lo inspeccioné bien desde fuera y al final no me metí, y de hecho tampoco vi mi bolsa de basura, azul claro como la mayoría, una bolsa normativa, de esas que se rompen siempre, así que adiós diskettes. Y también me olvidé al lado del contenedor el paraguas, aunque aún llovía, y es que yo iba atolondrado, y cuando volví a buscarlo ya no estaba.
Así que te dije: Dame la copia en papel, voy a hacerte al menos un par más de copias y tú que estás enfadada conmigo pero como si no quisieras darme otra oportunidad: Con la que llueve, decías tú, Bueno y qué, seré yo quien se moje, decía yo. Al final me diste la oportunidad y tomé la copia en papel, tu paraguas, ese rojo y enorme, de travesti, y el taxi, porque claro, en la copistería de al lado son unos ladrones, eso me iba a costar una fortuna, porque la tesis era de 300 páginas, parece mentira que se puedan decir tantas cosas sobre las mujeres en el cine de Chaplin. Así que mejor tomo un taxi que me acerque con esa lluvia a la copistería de Sugranyes, al otro lado de la ciudad, que Sugranyes me lo hará a precio de amigo, aunque claro, con el precio del taxi aún saldré perdiendo pero eso ya lo pensé metido en el taxi, qué burro soy.
Y al llegar lo que ya dije, la lluvia, el paraguas rojo de travesti, el cambio, las prisas y esa camioneta que reventaba mis tímpanos y el taxi que se va con tu tesis y yo bajo la lluvia ante la copistería de Sugranyes con nada que copiar. Sugranyes me dejó el teléfono y el listín y tras una media hora de concienzudo examen, porque yo en los listines telefónicos siempre me pierdo, llamé a Radio Taxi, a Taxi Cabs, a Taxi Móvil, a Pizza Taxi y a todas las compañías de taxi que hallé y les describí al taxista, un tío con gafas y mala leche, dije, pero claro, como ese hay diez mil profesionales, me dijeron, pero bueno, en fin, qué es lo que ha perdido, pues se lo expliqué, una tesis sobre las mujeres en el cine de Chaplin, unas 300 páginas, tremendamente interesante, y dejé los datos de casa y a ver si hay suerte.
Luego, tras olvidar tu paraguas rojo en la copistería de Sugranyes, porque había dejado de llover, y ojo, que olvidar no es perder, otro día que pase por ahí ya recogeré tu paraguas, tomé el metro para volver, pero me perdí porque yo en el metro siempre me pierdo, y estuve un par de horas dando vueltas por Can Boixeres, Penitents y Baró de Viver, qué lugares tan exóticos, Abril, nunca pensé que pudiera llegar a conocerlos, pero al final al salir de la parada de Feixa Llarga pude orientarme, es decir, tomé conciencia de que estaba absolutamente perdido y tomé un taxi para volver a casa, que me costó más del doble de lo que me habría costado hacer las copias al lado de casa, y al llegar el taxi a la esquina de casa comprobé con tristeza que en alguna de las paradas de metro que había visitado esa tarde había perdido la cartera, y le dije al taxista ahora bajo, subo por dinero, pero él no se lo creyó y llamó a sus compañeros de Radio Taxi que vinieron a una, y con ellos la Urbana, y me pidieron mis papeles que seguramente había perdido cualquier otro día, así que me llevaron al cuartelillo, que cosas de la vida estaba en Baró de Viver, una zona que ya conozco como la palma de mi mano. Me dijeron que si quería llamar a un abogado y quise llamar a don Botubot, pero no tenía el teléfono y gracias al agente Mansilla Caravaca que buscó por mí en el listín telefónico su número, ya sabes que yo me pierdo en los listines, conseguí al final llamarle, y don Botubot vino raudo en tres horas y me sacó de ahí previo pago de una fianza por una cantidad que no poseo y que don Botubot me adelantó, porque él no sabe que jamás podré pagarle.
Don Botubot me dejó veinte euros para volver en taxi, pero decidí volver andando bajo la lluvia, y aunque me perdí varias veces al final triunfé y aquí estoy, mi querida Abril, comprobando con sorpresa que también he perdido a mi mujer, que deduzco que se ha acostado con ese tío que se pasea en gayumbos por mi dormitorio, y que gracias a mis dotes de fisonomista y a sus gafas y su mala leche identifico como el taxista que se llevó tu tesis doctoral, que aliviado veo en la mesilla de noche, debajo de tus bragas.
Capítulo no sé cuántos de “El día que me quieras”
Si no hubiera perdido también, dos horas antes, los diskettes donde Abril guardaba la información, el incidente habría tenido una importancia relativa, se vuelve a imprimir y ya está. Pero dos horas antes los diskettes se habían ido al cubo de la basura cuando yo, arreglando ese despacho de Abril que más parecía una cuadra —ay de esa gorrinez de las mujeres en su más íntima intimidad, para cuándo una tesis doctoral sobre eso, eh— pues nada, que mandé los diskettes a la basura, así que la tesis que perdí luego en el taxi era la única copia viva del ímprobo trabajo de Abril durante dos años.
Por supuesto que se me ocurrió bajar a la calle y rebuscar en el contenedor de basuras, pero claro, quién se mete ahí dentro, parece mentira que todos los vecinos incumplan las normas del ayuntamiento, no se pueden depositar basuras en el contenedor antes de las siete de la tarde; lo mío era distinto, mi basura eran papelotes viejos y diskettes valiosísimos, eso no iba a atufar a todo el barrio. Y además llovía a cántaros y yo allí con el paraguas ante el contenedor pensando me meto, no me meto. Y, lógico, lo inspeccioné bien desde fuera y al final no me metí, y de hecho tampoco vi mi bolsa de basura, azul claro como la mayoría, una bolsa normativa, de esas que se rompen siempre, así que adiós diskettes. Y también me olvidé al lado del contenedor el paraguas, aunque aún llovía, y es que yo iba atolondrado, y cuando volví a buscarlo ya no estaba.
Así que te dije: Dame la copia en papel, voy a hacerte al menos un par más de copias y tú que estás enfadada conmigo pero como si no quisieras darme otra oportunidad: Con la que llueve, decías tú, Bueno y qué, seré yo quien se moje, decía yo. Al final me diste la oportunidad y tomé la copia en papel, tu paraguas, ese rojo y enorme, de travesti, y el taxi, porque claro, en la copistería de al lado son unos ladrones, eso me iba a costar una fortuna, porque la tesis era de 300 páginas, parece mentira que se puedan decir tantas cosas sobre las mujeres en el cine de Chaplin. Así que mejor tomo un taxi que me acerque con esa lluvia a la copistería de Sugranyes, al otro lado de la ciudad, que Sugranyes me lo hará a precio de amigo, aunque claro, con el precio del taxi aún saldré perdiendo pero eso ya lo pensé metido en el taxi, qué burro soy.
Y al llegar lo que ya dije, la lluvia, el paraguas rojo de travesti, el cambio, las prisas y esa camioneta que reventaba mis tímpanos y el taxi que se va con tu tesis y yo bajo la lluvia ante la copistería de Sugranyes con nada que copiar. Sugranyes me dejó el teléfono y el listín y tras una media hora de concienzudo examen, porque yo en los listines telefónicos siempre me pierdo, llamé a Radio Taxi, a Taxi Cabs, a Taxi Móvil, a Pizza Taxi y a todas las compañías de taxi que hallé y les describí al taxista, un tío con gafas y mala leche, dije, pero claro, como ese hay diez mil profesionales, me dijeron, pero bueno, en fin, qué es lo que ha perdido, pues se lo expliqué, una tesis sobre las mujeres en el cine de Chaplin, unas 300 páginas, tremendamente interesante, y dejé los datos de casa y a ver si hay suerte.
Luego, tras olvidar tu paraguas rojo en la copistería de Sugranyes, porque había dejado de llover, y ojo, que olvidar no es perder, otro día que pase por ahí ya recogeré tu paraguas, tomé el metro para volver, pero me perdí porque yo en el metro siempre me pierdo, y estuve un par de horas dando vueltas por Can Boixeres, Penitents y Baró de Viver, qué lugares tan exóticos, Abril, nunca pensé que pudiera llegar a conocerlos, pero al final al salir de la parada de Feixa Llarga pude orientarme, es decir, tomé conciencia de que estaba absolutamente perdido y tomé un taxi para volver a casa, que me costó más del doble de lo que me habría costado hacer las copias al lado de casa, y al llegar el taxi a la esquina de casa comprobé con tristeza que en alguna de las paradas de metro que había visitado esa tarde había perdido la cartera, y le dije al taxista ahora bajo, subo por dinero, pero él no se lo creyó y llamó a sus compañeros de Radio Taxi que vinieron a una, y con ellos la Urbana, y me pidieron mis papeles que seguramente había perdido cualquier otro día, así que me llevaron al cuartelillo, que cosas de la vida estaba en Baró de Viver, una zona que ya conozco como la palma de mi mano. Me dijeron que si quería llamar a un abogado y quise llamar a don Botubot, pero no tenía el teléfono y gracias al agente Mansilla Caravaca que buscó por mí en el listín telefónico su número, ya sabes que yo me pierdo en los listines, conseguí al final llamarle, y don Botubot vino raudo en tres horas y me sacó de ahí previo pago de una fianza por una cantidad que no poseo y que don Botubot me adelantó, porque él no sabe que jamás podré pagarle.
Don Botubot me dejó veinte euros para volver en taxi, pero decidí volver andando bajo la lluvia, y aunque me perdí varias veces al final triunfé y aquí estoy, mi querida Abril, comprobando con sorpresa que también he perdido a mi mujer, que deduzco que se ha acostado con ese tío que se pasea en gayumbos por mi dormitorio, y que gracias a mis dotes de fisonomista y a sus gafas y su mala leche identifico como el taxista que se llevó tu tesis doctoral, que aliviado veo en la mesilla de noche, debajo de tus bragas.
Capítulo no sé cuántos de “El día que me quieras”
4 Comments:
exquisita descripción de mala suerte y despropósitos, muy buena narrativa, y qué distintivo sentido del humor que tienes, que a veces una no sabe si reirse de ti, contigo, o darte un abrazo!
Las dos cosas, pero los cuentos de Abril ya son pasado. Ahora soy un pequeño-burgués feliz con su incipiente barriga que cuenta historias costumbristas de mi vida al lado de La Nueva.
las historias costumbristas al lado de la Nueva me divierten mucho más.
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