Mónica había explotado (5)
Como sin duda recordarán, Mónica había explotado, y yo tenía un misterio y pedazos de su páncreas en mis manos. Solventé el tema del páncreas y obvié sin reparos el misterio, pero con el paso de los días se me presentaron otros problemas no menos importantes, como fue por ejemplo, ante la ausencia de Mónica, la falta de mano de obra barata para preparar mis comidas diarias o, quizá aún más grave, la decisión de la asistenta de prescindir de mis servicios o, para ser exactos, su decisión de que yo prescindiera de los suyos. La buena señora me dijo, pocos días después de la explosión de Mónica, que se había confirmado lo que ella ya había anunciado, es decir, que los solteros ensucian más que los casados, y que estaba harta de limpiar y limpiar lo que yo tardaba diez minutos en volver a ensuciar, y que no pensaba volver más.
Yo le pedí paciencia y comprensión, le dije que en apenas una semana terminaría el Mundial de fútbol tras lo cual reorganizaría mi vida, pero ella repuso que ni hablar, que si no le fallaban sus escasos conocimientos futbolísticos en dos años empezaría una Eurocopa y tras dos años más, otro Mundial, y que no estaba dispuesta a pasar otra vez por ello, y yo le pregunté a qué se refería con ese “ello”. La asistenta me explicó que ella era una asistenta pero no una esclava y que sin Mónica mi piso se había convertido en una nueva Babilonia, en una nueva Sodoma o en una nueva Chernóbil o, por si no lo hubiera captado ya, que yo era un gorrino de increíbles dimensiones y sin parangón alguno en el universo.
Dije yo entonces que la cita de Chernóbil me parecía de mal gusto, pues mucha gente había sufrido y aún sufría en esa ciudad, a lo que ella respondió que también en Sodoma había sufrido mucha gente por la voluntad de Dios de enviar sobre ella una lluvia de fuego y azufre, incluyendo entre esa gente a la célebre mujer de Lot. Aunque ante mis requerimientos no supo aclararme qué sucedió en Babilonia y se negó a confesar por qué no había citado también a Gomorra, no tuve más remedio que felicitarla por sus extensos conocimientos bíblicos, tras lo cual la asistenta cogió la puerta y se esfumó, y por supuesto deben tomarse ambas cosas, lo de coger la puerta y esfumarse, en su sentido figurado.
Me quedé solo. Tomé el retrato de Mónica de la mesilla de noche. Con un gesto delicado con la mano le saqué el polvo. Miré su rostro. Y dije:
-Ah, Mónica.
Como por el momento no se me ocurrió nada más que decirle al retrato, me tumbé en el sofá y me dispuse a ver el Alemania-Argentina del Mundial. Durante la tanda de penaltis, una cucaracha que por su aspecto monstruoso parecía haber visitado recientemente Chernóbil, o quizá Sodoma, Gomorra y Babilonia juntas, se paseó ante el televisor y me saludó alegremente con una de sus patas.
Yo le pedí paciencia y comprensión, le dije que en apenas una semana terminaría el Mundial de fútbol tras lo cual reorganizaría mi vida, pero ella repuso que ni hablar, que si no le fallaban sus escasos conocimientos futbolísticos en dos años empezaría una Eurocopa y tras dos años más, otro Mundial, y que no estaba dispuesta a pasar otra vez por ello, y yo le pregunté a qué se refería con ese “ello”. La asistenta me explicó que ella era una asistenta pero no una esclava y que sin Mónica mi piso se había convertido en una nueva Babilonia, en una nueva Sodoma o en una nueva Chernóbil o, por si no lo hubiera captado ya, que yo era un gorrino de increíbles dimensiones y sin parangón alguno en el universo.
Dije yo entonces que la cita de Chernóbil me parecía de mal gusto, pues mucha gente había sufrido y aún sufría en esa ciudad, a lo que ella respondió que también en Sodoma había sufrido mucha gente por la voluntad de Dios de enviar sobre ella una lluvia de fuego y azufre, incluyendo entre esa gente a la célebre mujer de Lot. Aunque ante mis requerimientos no supo aclararme qué sucedió en Babilonia y se negó a confesar por qué no había citado también a Gomorra, no tuve más remedio que felicitarla por sus extensos conocimientos bíblicos, tras lo cual la asistenta cogió la puerta y se esfumó, y por supuesto deben tomarse ambas cosas, lo de coger la puerta y esfumarse, en su sentido figurado.
Me quedé solo. Tomé el retrato de Mónica de la mesilla de noche. Con un gesto delicado con la mano le saqué el polvo. Miré su rostro. Y dije:
-Ah, Mónica.
Como por el momento no se me ocurrió nada más que decirle al retrato, me tumbé en el sofá y me dispuse a ver el Alemania-Argentina del Mundial. Durante la tanda de penaltis, una cucaracha que por su aspecto monstruoso parecía haber visitado recientemente Chernóbil, o quizá Sodoma, Gomorra y Babilonia juntas, se paseó ante el televisor y me saludó alegremente con una de sus patas.
4 Comments:
Hay que ver cómo está el servicio!!!
Besos.
¿No se iría la asistenta debido también a la calentrua acumulada tras la falta de Mónica? Quizá por eso su mención de Sodoma... lo que tampoco entiendo es lo de Chernobil.
¡cómo me refrescas este mes de julio!
Pero cuenta com conociste a mónica, porque exploto, queremos massssssssssssssssssssssssss.
Me encanta este relato.
Besotes
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