Mónica había explotado
“Monica had exploded and I had a mystery
and pieces of her pancreas on my hands”
Mónica había explotado, y yo tenía un misterio y pedazos de su páncreas en mis manos. Por unos minutos me rasgué las vestiduras, fui presa del pánico y grité compulsivamente: “¡Vamos a morir todos!”, como en las películas de catástrofes. Al final, sin embargo, recuperé la compostura, sobre todo porque estaba solo. Solo y con los restos del páncreas de Mónica en la manos, claro, que ya empezaban a molestarme bastante por su viscosidad, jamás sospechada en aquella muchacha tan guapa. Tomé dos decisiones: lavarme las manos y llamar a la madre de Mónica para informarle del inesperado desenlace de nuestro matrimonio. Con los nervios me equivoqué e hice primero lo segundo, es decir, llamé a la madre de Mónica antes de lavarme las manos, con lo que dejé el teléfono hecho unos zorros, si es que los zorros llevan encima restos del páncreas de mi mujer, ex mujer ya. La madre de Mónica no estaba en ese momento, por lo que dejé un mensaje en el contestador:
-Hola, buenas, soy yo. A ver, bueno, no es que pase nada, pero bueno, es que Mónica ha explotado. Llámeme cuando pueda. Gracias.
Luego me lavé las manos y el teléfono y me dispuse a afrontar el extraño misterio que se presentaba ante mí. ¿Por qué había explotado Mónica? Lo último que sabía de ella es que, tras ver el capítulo de la telenovela, me había dicho:
-Voy a hacerme las uñas.
-Mññss -dije yo, amodorrado en el sofá.
Mónica se fue al baño y, al cabo de unos minutos, me llamó:
-¿Puedes venir un momento?
Busqué las pantuflas y cansinamente me dirigí al baño. Nada más abrir la puerta, Mónica explotó sin previo aviso y los restos de su páncreas se estrellaron contra mis manos, que yo me había llevado instintivamente a la cara para protegerme. Lo típico cuando a uno le explota la mujer. “Coño”, dije entonces yo, y luego sucedió lo que ya les he contado.
Reflexioné unos momentos. ¿Qué sabía yo de Mónica?, pensé. Bueno, pues lo sabía todo. Nos conocíamos desde pequeños y llevábamos doce años casados. Nunca hasta esa tarde había detectado en ella indicios de una explosión inminente, ni ella me había insinuado que una tarde pensara explotar. Era una mujer sencilla y amable, un ama de casa convencional, y aunque los restos de su páncreas me habían parecido asquerosamente viscosos, no podía relacionarla de ningún modo con cualquier trama terrorista o con el bello arte pirotécnico. Mónica no solía manejar explosivos en el baño, de ello estaba seguro, y así convino conmigo su madre cuando volvió del bingo y se dignó a llamarme. La madre de Mónica me dio el pésame, derramó unas comprensibles lágrimas, me reclamó un bolso de Mónica que según ella era suyo y quedamos para vernos en el entierro.
-No te olvides del bolso -me recordó antes de colgar.
Tras descartar las hipotéticas veleidades de Mónica con los explosivos, se abría ante mí una nueva línea de investigación, que señalaba claramente a la intervención externa. ¿Pero de quién? Mónica no tenía enemigos, que yo supiera, y su muerte para nada podía cambiar las estrategias geopolíticas de las grandes potencias. Ni de las grandes ni de las pequeñas. En esas reflexiones estaba yo cuando llegó la asistenta, que se puso de morros al ver el desastre que tenía yo en el baño.
-Esto me llevará dos horas, señorito -dijo la mujer recogiendo con la punta de los dedos una piltrafa sangrienta que reconocí sin lugar a dudas como el duodeno de Mónica.
La asistenta me pidio un aumento puesto que, según ella, los solteros ensucian mucho más que los casados y a partir de ese momento, como señaló la mujer, yo me había convertido en soltero.
-De acuerdo -le dije- Ya intentaré casarme otra vez.
-Nunca encontrará una esposa como Mónica -dijo ella.
-Oiga, no me haga ahora como la señora Danvers de “Rebeca” -protesté.
Refunfuñando, la asistenta empezó a rociar de K-7 los restos de mi esposa.
-Y dese prisa, que tengo que ir -ordené, señalando al excusado, en el que un ojo de Mónica, creo que el derecho, se balanceaba peligrosamente sobre la cisterna.
Me tumbé en el sofá. Necesitaba estar cómodo. Apoyé mi cabeza sobre el cojín azul, aquél que Mónica me tenía prohibido asegurando que “éste es el mío” y que yo siempre había encontrado tan gustoso. Encendí maquinalmente la televisión. Iba a empezar el Italia-Australia del Mundial. Si Mónica aún viviera, pensé, ahora estaríamos viendo “Tomate”. Recordé que una vez Franco (compréndanme, aún me hallaba en estado de shock) dijo: “No hay mal que por bien no venga”. Lo dijo al morir Carrero Blanco a causa de una explosión, como Mónica. En cualquier caso, seguía el misterio, pensé, claro está. Pero... ¿qué sería de nosotros si todos los misterios quedaran aclarados?
La asistenta me despertó. El baño ya estaba limpio, me dijo. Italia y Australia todavía empataban a cero y el cojín azul de Mónica ya iba tomando la forma de mi cabeza.
and pieces of her pancreas on my hands”
Mónica había explotado, y yo tenía un misterio y pedazos de su páncreas en mis manos. Por unos minutos me rasgué las vestiduras, fui presa del pánico y grité compulsivamente: “¡Vamos a morir todos!”, como en las películas de catástrofes. Al final, sin embargo, recuperé la compostura, sobre todo porque estaba solo. Solo y con los restos del páncreas de Mónica en la manos, claro, que ya empezaban a molestarme bastante por su viscosidad, jamás sospechada en aquella muchacha tan guapa. Tomé dos decisiones: lavarme las manos y llamar a la madre de Mónica para informarle del inesperado desenlace de nuestro matrimonio. Con los nervios me equivoqué e hice primero lo segundo, es decir, llamé a la madre de Mónica antes de lavarme las manos, con lo que dejé el teléfono hecho unos zorros, si es que los zorros llevan encima restos del páncreas de mi mujer, ex mujer ya. La madre de Mónica no estaba en ese momento, por lo que dejé un mensaje en el contestador:
-Hola, buenas, soy yo. A ver, bueno, no es que pase nada, pero bueno, es que Mónica ha explotado. Llámeme cuando pueda. Gracias.
Luego me lavé las manos y el teléfono y me dispuse a afrontar el extraño misterio que se presentaba ante mí. ¿Por qué había explotado Mónica? Lo último que sabía de ella es que, tras ver el capítulo de la telenovela, me había dicho:
-Voy a hacerme las uñas.
-Mññss -dije yo, amodorrado en el sofá.
Mónica se fue al baño y, al cabo de unos minutos, me llamó:
-¿Puedes venir un momento?
Busqué las pantuflas y cansinamente me dirigí al baño. Nada más abrir la puerta, Mónica explotó sin previo aviso y los restos de su páncreas se estrellaron contra mis manos, que yo me había llevado instintivamente a la cara para protegerme. Lo típico cuando a uno le explota la mujer. “Coño”, dije entonces yo, y luego sucedió lo que ya les he contado.
Reflexioné unos momentos. ¿Qué sabía yo de Mónica?, pensé. Bueno, pues lo sabía todo. Nos conocíamos desde pequeños y llevábamos doce años casados. Nunca hasta esa tarde había detectado en ella indicios de una explosión inminente, ni ella me había insinuado que una tarde pensara explotar. Era una mujer sencilla y amable, un ama de casa convencional, y aunque los restos de su páncreas me habían parecido asquerosamente viscosos, no podía relacionarla de ningún modo con cualquier trama terrorista o con el bello arte pirotécnico. Mónica no solía manejar explosivos en el baño, de ello estaba seguro, y así convino conmigo su madre cuando volvió del bingo y se dignó a llamarme. La madre de Mónica me dio el pésame, derramó unas comprensibles lágrimas, me reclamó un bolso de Mónica que según ella era suyo y quedamos para vernos en el entierro.
-No te olvides del bolso -me recordó antes de colgar.
Tras descartar las hipotéticas veleidades de Mónica con los explosivos, se abría ante mí una nueva línea de investigación, que señalaba claramente a la intervención externa. ¿Pero de quién? Mónica no tenía enemigos, que yo supiera, y su muerte para nada podía cambiar las estrategias geopolíticas de las grandes potencias. Ni de las grandes ni de las pequeñas. En esas reflexiones estaba yo cuando llegó la asistenta, que se puso de morros al ver el desastre que tenía yo en el baño.
-Esto me llevará dos horas, señorito -dijo la mujer recogiendo con la punta de los dedos una piltrafa sangrienta que reconocí sin lugar a dudas como el duodeno de Mónica.
La asistenta me pidio un aumento puesto que, según ella, los solteros ensucian mucho más que los casados y a partir de ese momento, como señaló la mujer, yo me había convertido en soltero.
-De acuerdo -le dije- Ya intentaré casarme otra vez.
-Nunca encontrará una esposa como Mónica -dijo ella.
-Oiga, no me haga ahora como la señora Danvers de “Rebeca” -protesté.
Refunfuñando, la asistenta empezó a rociar de K-7 los restos de mi esposa.
-Y dese prisa, que tengo que ir -ordené, señalando al excusado, en el que un ojo de Mónica, creo que el derecho, se balanceaba peligrosamente sobre la cisterna.
Me tumbé en el sofá. Necesitaba estar cómodo. Apoyé mi cabeza sobre el cojín azul, aquél que Mónica me tenía prohibido asegurando que “éste es el mío” y que yo siempre había encontrado tan gustoso. Encendí maquinalmente la televisión. Iba a empezar el Italia-Australia del Mundial. Si Mónica aún viviera, pensé, ahora estaríamos viendo “Tomate”. Recordé que una vez Franco (compréndanme, aún me hallaba en estado de shock) dijo: “No hay mal que por bien no venga”. Lo dijo al morir Carrero Blanco a causa de una explosión, como Mónica. En cualquier caso, seguía el misterio, pensé, claro está. Pero... ¿qué sería de nosotros si todos los misterios quedaran aclarados?
La asistenta me despertó. El baño ya estaba limpio, me dijo. Italia y Australia todavía empataban a cero y el cojín azul de Mónica ya iba tomando la forma de mi cabeza.
12 Comments:
Impresionante!
no ho he pogut llegir d´un cop perquè he hagut d´eixugar-me les llàgrimes de riure!!!
Gràcies per aquesta lectura memorable.
Al final tendré que irme a comprar ese libro.
Qué libro?
Hooola maco, te tengo abandonadito perdido, es que he estado muy estresado, pero no tengo disculpa.
Me he perdido unas cuantas entredas en tu blog, pero no lo volvere a hacer, a partir de ahora sere buena y me organizare para actualizar mi blog y ver los del resto.
Un besot
"Brilliant", i una derivació genial de l'anterior post.
Mi mal entendimiento me hizo creer que eran fragmentos de novelas reales, olvidé la palabra "imaginarias", como bien explica el anterior post.
Entiendo, ahora, que la prolongación de Mónica corre a cargo del bloguerista del paraguas, cosa que mis entenderas deberían haber detectado de entrada, pues, siendo el original en inglés, referencias tales como la del "tomate" no vendrían a cuento. De todos modos recomiendo encarecidamente que esa historia finalice, del mismo modo que me congratulo de no haber corrido a la fnac a hacer el primo preguntando por un libro que jamás a existido.
Saludos!
Tremendo. Te imagino en la FNAC diciéndole a un dependiente: "¿Disculpe, tienen libros inexistentes?"
Qué bueno!!
Pena que la historia empezara con Mónica ya explotada y no conozcamos todos esos motivos que le hicieron saltar por los aires...
Genial!
genial el relat, com sempre, germanot. I reich he ido a parar a tu blog y me encanta tu forma de escribir, seguiré visitándote ;)
Así me gusta, que os conozcáis entre vosotros y os vayáis visitando. Podemos formar un club piramidal de lectores de blog, como el Fórum Filatélico. Yo te paso a mis lectores y tu me pasas a los tuyos. Nadie nos parará.
jajajaja, Jordi
sikiş
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