Mónica había explotado (7)
Uno de los efectos colaterales de la explosión de Mónica fue la denuncia que presentó contra mí la Protectora de Animales, no por la desaparición de mí mujer, sino por los maltratos que, según ellos, yo había infligido a nuestro perro. En realidad, tenían razón; me olvidé de dar de comer a Mistetas y sus continuos ladridos y gemidos alertaron a los vecinos y alguno de ellos llamó a la Protectora, que se llevaron a Mistetas y presentaron la denuncia. La noticia llegó incluso hasta los medios de comunicación, que habían obviado la explosión de Mónica pero no dudaron en dedicar varias páginas a Mistetas y hablaron de mí como “necio de un sadismo ilimitado” y de “sátrapa inhumano”. No soy nada de eso, la verdad es que a Mistetas siempre le había alimentado Mónica porque el perro sentía hacia mí una inquina especial. Mistetas adoraba a Mónica, pero a mí me ladraba continuamente. Así que, cuando Mónica explotó, no noté ningún cambio en el comportamiento de Mistetas. Ladraba, sí, ¿y qué? A mí me había ladrado siempre. No se me ocurrió que el capullo tuviera hambre, ni siquiera cuando descubrí que alguien se estaba comiendo los cactus. Pensé que eran cosas de las cucarachas y que por eso me saludaban alegremente con sus patas cuando me veían.
En realidad, Mistetas era un hijo de puta y yo habría sido muy feliz si hubiera explotado él y no Mónica. Aunque ella aseguraba que Mistetas era un setter irlandés, yo sólo veía en él a un perro sarnoso, aunque seguramente él pensaba lo mismo de mí. Recuerdo cuando llegó a casa, en manos de mi hermano Venancio, que había tenido cachorros. Bueno, la perra de Venancio había tenido cachorros, claro.
-Qué mono -dijo Mónica con esa expresividad tan femenina.
No hubo manera de convencerla de que en nuestro pequeño piso un perro sería una molestia continua, y que tampoco para el perrito era el mejor sitio para vivir. Mónica adoptó al cachorro sin dudarlo, y el cabrón de Venancio se fue la mar de contento con sólo cinco cachorros más por repartir.
-¿Cómo le llamaremos? -me preguntó Mónica.
-¿Qué te parece Patán?- dije yo, recordando a un perro televisivo de mi infancia. Podría haberme acordado de Rin-Tin-tín, de Milú o de Lassie, pero en ese momento me acordé de Patán, el perro de Pierre Nodoyuna. Estoy seguro de que el cachorro me oyó y se ofendió, y allí nació su odio hacia mí.
Por supuesto, a Mónica no le pareció bien llamarle Patán. Pasó varios días reflexionando y al final nos anunció, al cachorro y a mí:
-Se llamará Mistetas.
-¿Cómo el del chiste? -dije yo.
-Sí -dijo Mónica- ¿A qué queda bien?
Mistetas sonrió y saltó alegremente moviendo la pata como un tontaina. Al hijo de puta le gustaba llamarse Mistetas. Yo pensé en lo que me esperaba: otra boca qué alimentar, días y días, qué digo, años y años compartiendo piso con mi mujer y ese animal que ya me odiaba en su más tierna infancia, al que habría que enseñar dónde hacer sus necesidades, cuyos ladridos habría que soportar en los momentos más álgidos de los partidos de fútbol o del telediario, al que habría que acoger incluso en el lecho matrimonial. Y aguantar como un idiota cada vez que Mónica, ante nuestros amigos, parientes, conocidos o desconocidos, soltaba una vez más el célebre chiste:
-¿Ha visto a Mistetas?
En esos momentos, Mónica reía como una cretina de su recalentada broma y el hijo de puta de Mistetas me miraba cínicamente con sonrisa de hiena.
En realidad, Mistetas era un hijo de puta y yo habría sido muy feliz si hubiera explotado él y no Mónica. Aunque ella aseguraba que Mistetas era un setter irlandés, yo sólo veía en él a un perro sarnoso, aunque seguramente él pensaba lo mismo de mí. Recuerdo cuando llegó a casa, en manos de mi hermano Venancio, que había tenido cachorros. Bueno, la perra de Venancio había tenido cachorros, claro.
-Qué mono -dijo Mónica con esa expresividad tan femenina.
No hubo manera de convencerla de que en nuestro pequeño piso un perro sería una molestia continua, y que tampoco para el perrito era el mejor sitio para vivir. Mónica adoptó al cachorro sin dudarlo, y el cabrón de Venancio se fue la mar de contento con sólo cinco cachorros más por repartir.
-¿Cómo le llamaremos? -me preguntó Mónica.
-¿Qué te parece Patán?- dije yo, recordando a un perro televisivo de mi infancia. Podría haberme acordado de Rin-Tin-tín, de Milú o de Lassie, pero en ese momento me acordé de Patán, el perro de Pierre Nodoyuna. Estoy seguro de que el cachorro me oyó y se ofendió, y allí nació su odio hacia mí.
Por supuesto, a Mónica no le pareció bien llamarle Patán. Pasó varios días reflexionando y al final nos anunció, al cachorro y a mí:
-Se llamará Mistetas.
-¿Cómo el del chiste? -dije yo.
-Sí -dijo Mónica- ¿A qué queda bien?
Mistetas sonrió y saltó alegremente moviendo la pata como un tontaina. Al hijo de puta le gustaba llamarse Mistetas. Yo pensé en lo que me esperaba: otra boca qué alimentar, días y días, qué digo, años y años compartiendo piso con mi mujer y ese animal que ya me odiaba en su más tierna infancia, al que habría que enseñar dónde hacer sus necesidades, cuyos ladridos habría que soportar en los momentos más álgidos de los partidos de fútbol o del telediario, al que habría que acoger incluso en el lecho matrimonial. Y aguantar como un idiota cada vez que Mónica, ante nuestros amigos, parientes, conocidos o desconocidos, soltaba una vez más el célebre chiste:
-¿Ha visto a Mistetas?
En esos momentos, Mónica reía como una cretina de su recalentada broma y el hijo de puta de Mistetas me miraba cínicamente con sonrisa de hiena.
2 Comments:
Qué bueno!!
Mónica era una cachonda!!
Por qué coño ha explotado??
No hay forma ya de reconstruir su páncreas y volver a pegar sus cachitos???
... es una pena...
En fin... siempre se van los buenos! aiiins! no somos nadie!!
a mi me gusta Mistetas xD
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