Mónica había explotado (8)
La madre de Mónica, que tras la explosión sólo parecía preocupada por recuperar un bolso que según ella le había prestado a su hija, bolso que yo le devolví el mismo día del entierro, me llamó un par de semanas después del suceso. Imaginé que querría recuperar alguna otra pertenencia de Mónica, unos pendientes o quizá otro bolso, pero lo que la señora Marisol pretendía era hablar conmigo. Me extrañó enormemente, puesto ella y yo nunca nos habíamos entendido, en buena parte por nuestra común sordera. Para mí, hablar con ella era entrar en la dimensión desconocida. Empezábamos a hablar de la lluvia, por ejemplo, y sin saber cómo nos veíamos discutiendo de las virtudes del primer disco de Iggy Pop, con el añadido de que yo jamás había oído dichoso disco y ella ignoraba quién era Iggy Pop. Entre la lluvia y el disco de Iggy Pop habíamos pasado a toda velocidad por temas tan variopintos como las cagarrutas del imbécil de Mistetas, el sistema político de Birmania, Woody Allen, el vestido escotado que llevaba Mónica ese día o el precio de la sal malden. Y todo eso a gritos, porque como ya he dicho la señora Marisol era sorda como una tapia y yo me acerco a ese estado. Eso facilitaba esas conversaciones tan absurdas que invariablemente terminaban en un intercambio de tremebundos insultos que Mónica contemplaba con la misma cara de pánfila que puso cuando mossèn Sugranyes cayó muerto a sus pies el día de nuestra boda.
Con los años, la señora Marisol decidió ignorarme y, cuando me veía, se comportaba conmigo como si yo fuera el hombre invisible. Llegué al punto de llevarme un libro para distraerme cuando Mónica insistía en visitar a su madre, y al final hasta me negué a acompañarla en esas visitas absurdas. La señora Marisol era grande cómo una ballena y de piel muy blanca, y para vengarme de ella empecé a llamarla Moby Dick, por supuesto no en su presencia. A Mónica le molestaba bastante que yo hubiera bautizado como Moby Dick a su madre, pero también comprendía que yo tuviera motivos de queja hacia la señora.
En fin, que la señora Moby Dick concertó conmigo una cita en el popular bar La Oca. Llegué tarde, a causa del tráfico, y ya empezamos mal porque eso le molestó. Tras insultarme a gritos un buen rato, como solía, la buena señora llegó finalmente al quid de la cuestión, al motivo por el cual había interrumpido el mobbing en el que me tenía sometido desde hacía años.
-Querido -me dijo absurdamente y a gritos- Hay algo que me corroe, que no me deja dormir -añadió.
-¿De qué se trata, señora Marisol? -dije yo solícito, también a gritos, tras unos segundos de duda pues no me acordaba de cuál era el nombre real de la señora Moby Dick.
-Mónica -gritó ella- ¿Por qué explotó Mónica?
Tenía que haberlo supuesto. Todos mis amigos, conocidos y allegados parecían no tener cualquier otra inquietud. Les parecía importar un bledo saber cómo estaba yo, si pensaba volver a casarme o hacerme budista o qué coño le había ocurrido al hijo de puta de Mistetas. Sólo les importaba saber por qué había explotado Mónica. Por supuesto que yo también me lo había preguntado miles de veces. Como bien saben ustedes, tras la explosión de mi esposa yo me había encontrado con un misterio y pedazos de páncreas en mis manos, y si bien había solventado la segunda cuestión con rapidez y eficacia, la primera continuaba pendiente. Pero era mi misterio, no el de nadie más, pensaba yo.
-No lo sé -le grité amablemente a la madre de Mónica.
-¿Y no te preocupa? -gritó ella.
-Claro que me preocupa -exclamé- Pero el mundo está lleno de misterios.
-¿Cómo cuáles? -exclamó.
-Yo qué sé. Miles de misterios. ¿Qué son esas cabezotas de la Isla de Pascua? ¿Qué es el Triángulo de las Bermudas? ¿Por qué Moby Dick era blanca?
-¿Quién era esa?
-Un personaje de una novela -vociferé.
-¿Y qué tiene que ver con mi hija? ¿También explotó?
-No, pero también se murió. ¿O no? Ahora no recuerdo si Moby Dickse muere.
-¿Pero qué dices? -gritó ella.
-¡Y yo qué sé!
Un camarero se acercó y nos pidió que bajáramos la voz o que, en su defecto, gritásemos cosas más interesantes. La señora Moby Dick le miró enfurecida, me miró luego a mí y, lanzando un tremendo chorro de agua por su nariz, se alejó nadando. Si yo tuviera a mano un arpón, pensé.
Con los años, la señora Marisol decidió ignorarme y, cuando me veía, se comportaba conmigo como si yo fuera el hombre invisible. Llegué al punto de llevarme un libro para distraerme cuando Mónica insistía en visitar a su madre, y al final hasta me negué a acompañarla en esas visitas absurdas. La señora Marisol era grande cómo una ballena y de piel muy blanca, y para vengarme de ella empecé a llamarla Moby Dick, por supuesto no en su presencia. A Mónica le molestaba bastante que yo hubiera bautizado como Moby Dick a su madre, pero también comprendía que yo tuviera motivos de queja hacia la señora.
En fin, que la señora Moby Dick concertó conmigo una cita en el popular bar La Oca. Llegué tarde, a causa del tráfico, y ya empezamos mal porque eso le molestó. Tras insultarme a gritos un buen rato, como solía, la buena señora llegó finalmente al quid de la cuestión, al motivo por el cual había interrumpido el mobbing en el que me tenía sometido desde hacía años.
-Querido -me dijo absurdamente y a gritos- Hay algo que me corroe, que no me deja dormir -añadió.
-¿De qué se trata, señora Marisol? -dije yo solícito, también a gritos, tras unos segundos de duda pues no me acordaba de cuál era el nombre real de la señora Moby Dick.
-Mónica -gritó ella- ¿Por qué explotó Mónica?
Tenía que haberlo supuesto. Todos mis amigos, conocidos y allegados parecían no tener cualquier otra inquietud. Les parecía importar un bledo saber cómo estaba yo, si pensaba volver a casarme o hacerme budista o qué coño le había ocurrido al hijo de puta de Mistetas. Sólo les importaba saber por qué había explotado Mónica. Por supuesto que yo también me lo había preguntado miles de veces. Como bien saben ustedes, tras la explosión de mi esposa yo me había encontrado con un misterio y pedazos de páncreas en mis manos, y si bien había solventado la segunda cuestión con rapidez y eficacia, la primera continuaba pendiente. Pero era mi misterio, no el de nadie más, pensaba yo.
-No lo sé -le grité amablemente a la madre de Mónica.
-¿Y no te preocupa? -gritó ella.
-Claro que me preocupa -exclamé- Pero el mundo está lleno de misterios.
-¿Cómo cuáles? -exclamó.
-Yo qué sé. Miles de misterios. ¿Qué son esas cabezotas de la Isla de Pascua? ¿Qué es el Triángulo de las Bermudas? ¿Por qué Moby Dick era blanca?
-¿Quién era esa?
-Un personaje de una novela -vociferé.
-¿Y qué tiene que ver con mi hija? ¿También explotó?
-No, pero también se murió. ¿O no? Ahora no recuerdo si Moby Dickse muere.
-¿Pero qué dices? -gritó ella.
-¡Y yo qué sé!
Un camarero se acercó y nos pidió que bajáramos la voz o que, en su defecto, gritásemos cosas más interesantes. La señora Moby Dick le miró enfurecida, me miró luego a mí y, lanzando un tremendo chorro de agua por su nariz, se alejó nadando. Si yo tuviera a mano un arpón, pensé.
6 Comments:
Jajajaja!!
Pobre Sra. Moby Dick...
Me consuela saber que el por qué de la explosión de Mónica intriga a más gente...
Besos.
Yo también sigo buscando la respuesta.
¿Mónica tenía hermanos?
Misteriosamente encuentro ucho parecido entre Moby Dick y mi ex-suegra
¿Que si Mónica tenía hemanos? No lo sé. Me lo preguntaré.
¿Qué es más caro: un kilo de sal malden o escuchar el primer disco de Iggy Pop?
Yo ignoro ambas cosas. Me doy cuenta de que escribo de cosas que ignoro completamente.
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