Poeta congelado
Como ya anuncié en un post anterior, Umbrello tendrá pronto un hermanito. En apenas unos días nacerá Fratello (gracias, Viktor, por el nombre) y la Nueva y yo tuvimos muy claro que debíamos comprar una nevera más grande porque la cantidad de yogures, potitos y augmentines iba a crecer de forma exponencial. Así que ayer estuvimos de compras, pero lo que debería ser un fácil y fluido acto comercial se convirtió para mí en una monstruosa tortura por obra y gracia de un parlanchín vendedor que pretendió instruirme en la tecnología de las neveras, de los cubitos, del hielo y del frío en general. El hombre habló durante horas y horas de todos los modelos que se almacenaban en su establecimiento y de las nuevas tecnologías aplicadas a la conservación sostenible y ecológica de lechugas, chuletas y cervezas. Insistió en especial en el sistema No-Frost. Esto, al parecer, es lo último en el mundillo de las neveras. No-Frost, No-Frost, No-Frost, iba insistiendo el vendedor mientras mi mente iba desembarazándose lentamente de mi cuerpo y al final mi cabeza solo asentía automáticamente a las explicaciones del comercial y mi ser paseaba ya por los caminos de los sueños, libre de las ataduras de las neveras de este mundo. “No Frost, No Frost, No Frost”, iba oyendo yo a lo lejos y me dio por acordarme del poeta estadounidense Robert Frost y de aquella célebre imprecación suya, lo único que conozco de él, en realidad:
Olvida, Señor, mis pequeñas bromas sobre Ti y yo perdonaré Tu gran broma sobre mí
De repente desperté y me di cuenta de que tanto el comercial como la Nueva me miraban expectantes. Intuí que esperaban de mí una respuesta a alguna pregunta cuyo contenido ignoraba. Miré a uno y a otra en busca de pistas y, finalmente, suspiré y dije:
-Sobre todo, que no falte el No Frost.
Comprobé que el vendedor me miraba como se miraría a un poeta congelado. La Nueva no, ella me ya me conoce y se limitó a sonreír.
Olvida, Señor, mis pequeñas bromas sobre Ti y yo perdonaré Tu gran broma sobre mí
De repente desperté y me di cuenta de que tanto el comercial como la Nueva me miraban expectantes. Intuí que esperaban de mí una respuesta a alguna pregunta cuyo contenido ignoraba. Miré a uno y a otra en busca de pistas y, finalmente, suspiré y dije:
-Sobre todo, que no falte el No Frost.
Comprobé que el vendedor me miraba como se miraría a un poeta congelado. La Nueva no, ella me ya me conoce y se limitó a sonreír.
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