venerdì, febbraio 25, 2011

La caja negra



La última visita del Papa Benedicto a Barcelona, en noviembre pasado, se vivió en casa con intensa indiferencia. Creo recordar que la Nueva dormitaba en el sofá mientras la televisión emitía el apresurado desfile papal por las calles de Barcelona, a escasos minutos de nuestro hogar, mientras que yo, con el rabillo del ojo, vigilaba por si se caía finalmente la Sagrada Familia o algún fanático disparaba sobre el pontífice, aumentando así la bien ganada fama de mi ciudad como nueva Babilonia mundial, refugio de maleantes, vagos, borrachos y parásitos de toda índole.
No recuerdo que Umbrello, que contaba dos años y medio en aquel entonces, se interesaba en exceso por la figura de Benedicto XVI ni por sus andanzas por las calles adyacentes.

-Mira, Umbrello, la Sagrada Familia -quizá le dije.
-Mmm -quizá dijera él.

No sé. Pero lo cierto es que, esta mañana, mientras le acompañaba a él y a su hermano Fratello a la guardería, noté que su pequeña mano apretaba la mía de repente con fuerza inusitada.

-¿Qué ocurre? -le he preguntado.
-¡Mira, mira!
-¿El qué?
-¡Un papamóvil! -ha exclamado, señalando un vehículo muy similar al de la fotografía que precede a estas líneas.

Ha sido la confirmación de algo que sospechaba desde hace tiempo: la mente de Umbrello es como una gigantesca caja negra que registra todo lo que ocurre a su alrededor, aunque en la mayoría de los casos lo haga con disimulada y elegante indiferencia. Soy feliz: sé que mi tenaz adoctrinamiento acerca de las virtudes del Barça en general y de Leo Messi en particular no ha caído en saco roto, aunque Umbrello, por ahora, simule preferir su taxi de juguete a extasiarse con los últimos goles del fenómeno argentino.

mercoledì, febbraio 23, 2011

Deseo doloroso de regresar a Berna

Nostalgia: nos cuenta el Breve Diccionario Etimológico de Joan Coromines que es una palabra inventada en 1866 por Johannes Hofer sumando los términos griegos nóstos (regreso) y álgos (dolor). Hofer, un médico suizo, diagnosticó tal supuesta enfermedad a un dolorido joven que poco antes había abandonado Berna para estudiar en Basilea: “Usted sufre el deseo doloroso de regresar a Berna. Le llamaremos nostalgia”, dictaminó Hofer ante la sorprendida, imagino, mirada de sus colegas.
Pero lo importante ahora es lo que Coromines no dice: que yo no acostumbro a sufrir nostalgias. En ocasiones sí he sentido algún ligero y poco doloroso deseo de regresar a un sitio (jamás a Berna) o de volver a ver algún viejo amigo que se fue de mi vida; con el odioso facebook, en realidad, ya ni eso.
En cualquier caso, me gustan las palabras que tienen autor conocido. Como nostalgia. Serendipia. O Vanessa.

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lunedì, febbraio 14, 2011

Viejas creencias rusas

Leía ayer:

"Maria Pávlovna, esforzándose en no darle importancia, mencionó el hecho de que aquel año no nacían más que chicos, lo cual era presagio de una próxima guerra".

Esta mañana me he dado cuenta, contemplando en la guardería a los compañeros de clase de Umbrello y Fratello, de que en 2008 y en 2010 apenas nacieron niñas. O al menos en mi barrio. La cita es de El diablo, del viejo Tolstoi.

mercoledì, febbraio 02, 2011

Adiós para siempre, Lidia

En nuestros tiempos escolares, Lidia era menuda, suave y de unos ojos semitransparentes que a mí, borrego sentimental, me parecía que emanaban poesía. Al dejar la escuela nos vimos de vez en cuando en alguna de esas horrendas cenas de ex alumnos hasta que, hace ya bastantes años, la perdí de vista. Hasta ayer, cuando me la encontré paseando por el Turó Park, en compañía de su esposo, un individuo de inquietante frialdad -en su mirada y en su austero apretón de manos- cuyo nombre no recuerdo y nada más y nada menos que sus tres hijas, tres enanitas que revoloteaban alrededor de la extraña pareja. Mientras compartía con Lidia los habituales hola qué tal y cuánto tiempo, vigilé con el rabillo del ojo a su marido, que se había apartado unos metros para regañar a través del móvil, con educadas y terribles amenazas, a un tal Borderas. A juzgar por las joyas, relojes y ropa de marca que lucía la familia entera, las cosas les iban la mar de bien. El marido apagó el móvil y encendió un cigarrillo con seguridad de alto ejecutivo. Lidia le miró, como buscando permiso para algo y luego me miró a mí.

-Estas son Aroa, Ainara y Aidar -dijo ella más o menos, señalando a las niñas.

La miré incrédulo y luego miré a su marido, que me miraba a mí con desafiante orgullo, repasando con sus ojos de halcón mi viejo abrigo, mi bufanda, mi despeinada melena y mi barba casi afeitada.

-Aroa, Ainara y Aidar. Más que niñas, parecen Seats -me vengué.

Tras un leve silencio, Lidia insinuó una risita que cortó tajante su marido.

-Tenemos prisa -dijo, llevándose a Lidia o, para ser exactos, al brazo de Lidia y después al resto de su cuerpo.

¿Quién era esa?, pensé, viendo al menudo cuerpo de Lidia, ya a lo lejos, ondeando cual bandera en torno al alto ejecutivo y sus tres niñitas.