martedì, settembre 29, 2009

El sistema educativo

¿Quién, en este estruendoso y loco mundo en que vivimos, podría no darme la razón? Llevo años reflexionando sobre la educación de nuestros jóvenes y ahora, cuando la responsabilidad de la paternidad ha recaído sobre mis cansados hombros, me he decidido a proponer a la humanidad el revolucionario sistema educativo que, estoy seguro, acabará con la asnal ignorancia e indolencia que caracteriza a nuestra juventud. Es una propuesta basada en dos ejes fundamentales -la lotería y la enciclopedia- y que garantiza la autoeducación del estudiante. Elimina para siempre, de paso, esas lacras que son el colegio y el maestro y permite al Estado desviar los fondos que dedica ahora para su manutención a necesidades más perentorias: autopistas, cárceles, bibliotecas o jardines públicos, por ejemplo.
La lotería y la enciclopedia, como he mencionado de pasada, son los ejes de mi sistema educativo. El niño, o el joven -la educación sería obligatoria hasta los 20 años- estudiaría en casa y lo haría a través de la reposada lectura de artículos de enciclopedias que un sistema informático-lotero le iría señalando. Por las mañanas, el muchacho leería las entradas de la enciclopedia dedicadas, por ejemplo, a los moluscos bivalvos, a Robespierre y al feudalismo. Por la tarde, dedicaría el tiempo a satisfacer su curiosidad personal y ampliaría sus conocimientos sobre lo leído por la mañana. ¿Quién, por ejemplo, no querría saber más sobre Danton, Marat y la Revolución Francesa después de haber leído una breve reseña sobre Robespierre? ¿O quién no se adentraría sin remilgos en el secreto del barbecho o el derecho de pernada si un día se le hablara por primera vez en su vida del feudalismo?
Se me dirá, sin duda, que la curiosidad intelectual de nuestros jóvenes es muy limitada y que, sin la autoritaria figura del maestro, el muchacho perdería el tiempo jugando a la Play mientras su enciclopedia acumula polvo sobre polvo en sus tapas. ¡No! Por supuesto, se mantendrían los exámenes -de carácter trimestral-, en los que el alumno debería demostrar que domina al dedillo los temas que la lotería le ha ido indicando en los meses anteriores. En caso de suspender, el joven tendrá que repetir la prueba al cabo de otros tres meses y sus progenitores pagarán una multa con cuyo importe el Estado sufragará las enciclopedias, que serán de carácter gratuito. Si el suspenso se mantiene en la segunda convocatoria, el alumno será examinado por un cuerpo médico independiente y, en caso de no encontrársele ninguna anomalía mental que le exima, será fusilado, por vago. Sus padres, por supuesto, deberán devolver la enciclopedia, para el feliz aprovechamiento de otro niño.

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giovedì, settembre 17, 2009

Músicas

 

No estoy seguro de la exactitud de la sentencia ni de quién fue su autor: quizá fue Napoleón pero también podrían haber sido Louis Armstrong o Eddy Merckx. El caso es que yo se la oí decir a uno de mis maestros, hace ya muchos años y volví a pensar ayer en ella viendo a Umbrello manipulando mi vetusto aparato de música con la intención de acallar la grave voz de Johnny Cash. ¿Es que no le gusta?, pensé. Y entonces recordé:

Jamás entenderás a la juventud; son hijos de otras músicas
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martedì, settembre 15, 2009

Seis grados

Esta mañana, pese al interés de Umbrello en que no lo hiciera, estuve viendo un documental televisivo acerca de la cada vez más popular teoría de los seis grados de separación: aquella que sostiene que todas las personas del mundo están conectadas entre sí por no más de seis contactos intermedios. Yo había pensado una vez en eso y descubrí, para mi asombro, que yo sólo necesitaría cuatro personas para hacerle llegar un mensaje al presidente de los Estados Unidos (si alguna vez tuviera esa intención).
Este verano, sin embargo, llegué a la conclusión de que la teoría de los seis grados de separación no tiene nada ni de novedosa ni de revolucionaria. Ya nuestros ancestros sabían de sus peculiaridades y eso me lo demostró hace unas semanas una de las tías de la Nueva.
Fuimos a visitar a la anciana al pueblo y le contamos que, accidentalmente, habíamos conocido en Barcelona a una lejana prima suya. La tía no se sorprendió en absoluto.

-Es que hablas con gente y sales pariente -dijo.