Uno. El Instituto Nacional de Estadística (INE) se ha fijado en mí y en mi humilde familia para que participemos –de forma obligatoria- en el nuevo Censo de Población y Viviendas español. Aparentemente, la cosa es fácil: la encuesta se puede responder por internet. Decido cumplir con mis deberes como ciudadano e intento satisfacer las inquietudes del INE acerca de las características de mi hogar y de mi familia. Fracaso en el primer intento: el moderno sistema informático del INE parece haber fallecido, pues no da señales de vida. “Probaré mañana”, me digo. Iluso. Mañana –que es hoy- el sistema ha resucitado, pero sólo se digna a preguntarme en qué idioma prefiero responder. Le digo que en catalán y, al parecer, muere de un patatús pues no vuelve a dirigirme a palabra. No volveré a equivocarme por tercera vez. Mando a la mierda al INE, a los mentecatos de sus dirigentes y a los merluzos de sus informáticos y decido esperar a que, ante mi silencio, me envíen a un probo funcionario con un bolígrafo para que me haga las preguntas de rigor, como siempre se habían hecho los censos.
Dos. Mamá me pide que haga en su nombre una gestión burocrática en la Agrupació Mútua, entidad catalana de histórico pasado y, por lo que he leído, de negro futuro. Aparezco en su sede, presento los papeles de los que disponía y que supuse que serían necesarios para completar el trámite. Falta uno, un certificado de matrimonio: hay que ir al Registro Civil a buscarlo, con lo que pierdo otra mañana. No me quejo, por que es culpa mía: debería haber preguntado qué papeles se requerían antes de iniciar los trámites. En fin, que obtengo el dichoso certificado de matrimonio, vuelvo a la Agrupació Mútua y lo presento: todo está en orden, me dicen, en unos días mamá recibirá en casa la resolución que le urge. Y un cojón. Lo que ha recibido, esta mañana, es una carta de la Agrupació Mútua en la que le exigen, para cumplimentar su solicitud… un certificado de matrimonio. Entiendo lo del negro futuro.
Tres. El domingo por la noche el pequeño Fratello empieza a vomitar. No parece grave, pero pienso que será conveniente que el lunes le vea su pediatra. Llamo a Sanitat Respon, el servicio oficial que, en Catalunya, concede las citas previas con los médicos del Seguro, pediatras incuidos. ¡Perfecto! Me dan hora para el lunes a las 10 de la mañana. Fratello pasa la noche algo intranquilo pero yo no porque sé que a las 10 le verá la doctora. Sin embargo, a las ocho de la mañana, quien empieza a vomitar es… ¡Umbrello! Vaya. Llamo a Sanitat Respon: Tengo hora para Fratello, les cuento, pero no para Umbrello, que ahora tambien está enfermo. ¿Sería posible obtenerla? No, me dicen, porque la pediatra de mis hijos está desde esta mañana de baja. ¿Y quien visitará a Fratello, digo yo? Una sustituta, no se preocupe, me dicen ellos. ¿Y puede visitar ella a Umbrella? ¡No!, afirman. Como su pediatra está de baja su agenda está cerrada. No pueden darme nuevas horas para mis hijos. Debo ir con ellos al Centro de Atención Primaria (CAP) y ya me dirán allí el qué. Pues vaya, pienso, pero no protesto. Antes de ir al CAP, sin embargo, les llamo y les cuento el caso. Tengo hora para Fratello pero no para Umbrello. ¿Podrá visitarlos juntos la doctora sustituta? Uff, eso no pueden decirlo. Tengo que ir allí y presentarme en el mostrador. Los niños están vomitando, digo, no quiero pasarme toda la mañana allí con ellos. Es la única manera, insisten ellos. Pierdo los nervios y les digo lo que pienso, de ellos y del mundo. Pues vale, me dicen. En fin: ya estoy en el Centro de Atención Primaria con mis vomitones hijos. Todas las dificultades habidas y por haber a través del teléfono parecen haber desaparecido, aunque la persona con la que hablo es la misma que me atendió por teléfono. “Pase con los dos niños juntos”, me dice, en un increíble alarde de lógica.
Cuatro: ¿Sigo? ¿Les cuento que las reformas que la Nueva y yo realizamos en nuestro hogar, hace ahora solo un año, van pareciéndose cada vez más al Muro de Berlín, por su aspecto cochambroso y deteriorado, y no precisamente por culpa de Umbrello y Fratello, sino por culpa de Pepe Gotera y Otilio, chapuzas a domicilio? ¿Que la garantía del coche de segunda mano que compramos también hace ahora un año, que era entonces de 365 días, como repitió el vendedor a mis preguntas, es ahora de solo seis meses y que el responsable de ese milagro inaudito soy yo, por no leerme la letra pequeña, como me dijo anteayer ese mismo vendedor con su cara de cemento armado y sonrisa de hiena? ¿Sigo? ¿Les cuento lo que me ocurrió hace unas semanas con ONO? ¿Y con Endesa?
Dicen los periódicos que igual vienen los europeos y nos rescatan. Por favor, ¡no! ¡No rescaten a España! Dejen que nos hundamos en nuestras heces y no permitan que acabemos de contaminar a la civilización occidental con nuestra ignorancia, nuestra incompetencia y nuestra incultura. Sálvense ustedes.