martedì, ottobre 25, 2005
giovedì, ottobre 20, 2005
mercoledì, ottobre 19, 2005
De Heathrow a Londres
“El trayecto en metro desde el aeropuerto de Heathrow hasta Londres pasó como un suspiro. Hounslow, Osterley, Boston Manor, Northfields, South Earling, Acton Town, Hammersmith… ¡Qué hermosa sonoridad! Con nombres así, uno ya tiene medio hecha una novela de pasión e intriga. Piccadilly Line: ya no se fabrican denominaciones tan elegantes para las líneas suburbanas”.
(Enric González: Historias de Londres)
(Enric González: Historias de Londres)
martedì, ottobre 18, 2005
Fútbol para ciegos
He estado viendo unas imágenes de un partido de fútbol para ciegos. Esta es una modalidad de fútbol adaptada lógicamente a las características personales de sus practicantes. Así, por ejemplo, el balón lleva incorporado una especie de cascabel para que los jugadores sepan dónde se encuentra; las porterías y el terreno de juego tienen unas dimensiones diferentes, etc. Pero curiosamente, y al contrario de lo que ocurre en el fútbol normal, los árbitros no son invidentes.
lunedì, ottobre 17, 2005
Panderetas
Mr. Rodríguez, observando con preocupación el temblor de sus manos mientras servía un café a sus invitados: “Estoy yo como para ir a robar panderetas”.
sabato, ottobre 15, 2005
Meando en Harrods
Tengo un entrañable aprecio por los cuentos de Hector Hugh Munro (1870-1916), que firmaba con el pseudónimo de Saki. Su obra no es muy extensa y creo que está traducida casi por completa al catalán o al castellano. A Saki se le conoce sobre todo por sus cuentos, de una exquisita elegancia inglesa. Son fantásticas parodias de su estilo de vida, de un humor suave que, a veces, de vez en cuando, cuando menos uno se lo espera, se convierte en bárbaro. Un ejemplo al azar: “Waldo es una de esas personas que mejoraría enormemente con la muerte”.
A mí siempre me ha parecido que Saki, por cierto, es un alias de lo más mediocre, especialmente si uno tiene un nombre tan asombroso como Hector Hugh Munro. Y, sobre todo, si ha demostrado en sus cuentos que posee una imaginación tan desbordante para inventar pseudónimos mucho más extraordinarios. Como en el cuento El soñador, cuando unos grandes almacenes llevan el augusto nombre de Walpurgis and Nettlepink, o en Piel, donde el nombre de otro establecimiento de lujo es el impagable Goliath and Mastodon.
Son nombres que, evidentmente, parodian y ridiculizan la grandeza y fastuosidad de instituciones comerciales de Londres com Fortnum and Mason o los mundialmente famosos Harrods. Y aquí quería llegar, y es que precisamente pensaba en esto, en Saki y en sus nombres imposibles, cuando, no hace mucho, me hallaba en un WC de Harrods, esforzándome no para mear, sino para no reír demasiado y no pasar por un inculto latino que hasta ayer llevaba taparrabos y chancletas, lo cual, por cierto, es lo que soy.
Y si explico todo esto es para que sepáis que, aunque sea un pobre hombre, he estado en Harrods y me he paseado por sus insufribles salas, repletas de rampoines que ni en mis más salvajes delirios compraría, rampoines como un bote de aceitunas birmanas, una corbata de seda de mosca del Kirguistán o una mesa de madera, cristal y acero garantizada por Harrods hasta el año 2666. Y para que sepáis que tras un par de horas deambulando por el enorme edificio, siguiendo los pasos de una extasiada Abril, tuve el inaplazable deseo de mear, para lo cual me puse a la búsqueda de un WC, porque los latinos, al menos en el extranjero, no nos meamos encima ni sobre el primer palo que se nos presenta.
Me costó bastante, pero en la sección de mantas, almohadas y colchones localicé un WC de luxe, según anunciaba un rótulo. Dudé un poco por lo de luxe, pero al ver entrar otros turistas sin complejos, me dije qué cojones, yo también. Al atravesar la puerta del WC de luxe me recibió un joven uniformado, negro por cierto, y no es por ser racista pero es que me hizo gracia, que me saludó ceremoniosamente y me indicó con un gesto de su mano derecha dónde podía mear cómodamente, indicación que podría haberse ahorrado, pues yo he meado otras veces en WC públicos y sé dónde puedo hacerlo y dónde no. Pero me divirtió tanta tontería y mientras meaba me aguantaba el miembro con una mano y con la otra buscaba en mi bolsillo alguna moneda para recompensar al uniformado que tan amablemente desperdiciaba su vida en el meadero de Casa Dodi.
Pero no le di nada, ni una moneda ni dos. Y es que al terminar mi micción, y antes de que pudiera llegar al lavamanos para adecentarme, el muchacho, con un gesto teatral y seguramente mil veces repetido, le dio al grifo para que yo no tuviera que molestarme en hacerlo. Me pareció todo tan excesivo y ridículo y me costó tanto mantener la seriedad y no romper a carcajadas, que seguramente una cosa llevó a la otra y de Harrods pasé mentalmente al Goliath and Mastodon, y recordé que Hector Hugh Munro había muerto durante la Primera Guerra Mundial al estallar un obús en su trinchera, e imaginé que en una nueva hipotética guerra mundial aquel negrito uniformado moriría seguramente en el WC de luxe de Harrods. Para qué darle propina.
A mí siempre me ha parecido que Saki, por cierto, es un alias de lo más mediocre, especialmente si uno tiene un nombre tan asombroso como Hector Hugh Munro. Y, sobre todo, si ha demostrado en sus cuentos que posee una imaginación tan desbordante para inventar pseudónimos mucho más extraordinarios. Como en el cuento El soñador, cuando unos grandes almacenes llevan el augusto nombre de Walpurgis and Nettlepink, o en Piel, donde el nombre de otro establecimiento de lujo es el impagable Goliath and Mastodon.
Son nombres que, evidentmente, parodian y ridiculizan la grandeza y fastuosidad de instituciones comerciales de Londres com Fortnum and Mason o los mundialmente famosos Harrods. Y aquí quería llegar, y es que precisamente pensaba en esto, en Saki y en sus nombres imposibles, cuando, no hace mucho, me hallaba en un WC de Harrods, esforzándome no para mear, sino para no reír demasiado y no pasar por un inculto latino que hasta ayer llevaba taparrabos y chancletas, lo cual, por cierto, es lo que soy.
Y si explico todo esto es para que sepáis que, aunque sea un pobre hombre, he estado en Harrods y me he paseado por sus insufribles salas, repletas de rampoines que ni en mis más salvajes delirios compraría, rampoines como un bote de aceitunas birmanas, una corbata de seda de mosca del Kirguistán o una mesa de madera, cristal y acero garantizada por Harrods hasta el año 2666. Y para que sepáis que tras un par de horas deambulando por el enorme edificio, siguiendo los pasos de una extasiada Abril, tuve el inaplazable deseo de mear, para lo cual me puse a la búsqueda de un WC, porque los latinos, al menos en el extranjero, no nos meamos encima ni sobre el primer palo que se nos presenta.
Me costó bastante, pero en la sección de mantas, almohadas y colchones localicé un WC de luxe, según anunciaba un rótulo. Dudé un poco por lo de luxe, pero al ver entrar otros turistas sin complejos, me dije qué cojones, yo también. Al atravesar la puerta del WC de luxe me recibió un joven uniformado, negro por cierto, y no es por ser racista pero es que me hizo gracia, que me saludó ceremoniosamente y me indicó con un gesto de su mano derecha dónde podía mear cómodamente, indicación que podría haberse ahorrado, pues yo he meado otras veces en WC públicos y sé dónde puedo hacerlo y dónde no. Pero me divirtió tanta tontería y mientras meaba me aguantaba el miembro con una mano y con la otra buscaba en mi bolsillo alguna moneda para recompensar al uniformado que tan amablemente desperdiciaba su vida en el meadero de Casa Dodi.
Pero no le di nada, ni una moneda ni dos. Y es que al terminar mi micción, y antes de que pudiera llegar al lavamanos para adecentarme, el muchacho, con un gesto teatral y seguramente mil veces repetido, le dio al grifo para que yo no tuviera que molestarme en hacerlo. Me pareció todo tan excesivo y ridículo y me costó tanto mantener la seriedad y no romper a carcajadas, que seguramente una cosa llevó a la otra y de Harrods pasé mentalmente al Goliath and Mastodon, y recordé que Hector Hugh Munro había muerto durante la Primera Guerra Mundial al estallar un obús en su trinchera, e imaginé que en una nueva hipotética guerra mundial aquel negrito uniformado moriría seguramente en el WC de luxe de Harrods. Para qué darle propina.
venerdì, ottobre 14, 2005
Memoria
“Julien tenía una de esas memorias sorprendentes, que tan a menudo van unidas a la estupidez”
(Stendhal: Rojo y negro)
Hago constar que yo tengo una memoria sorprendente.
(Stendhal: Rojo y negro)
Hago constar que yo tengo una memoria sorprendente.
Etichette: Stendhal
giovedì, ottobre 13, 2005
When I die...
“When I die, I´m going to leave my body to science ficción”
“Cuando me muera voy a dejar mi cuerpo a la ciencia ficción”
(Steven Wright, actor y autor estadounidense. Debo decir que no sé quién es, pero encontré la frase navegando por ahí y me pareció estupenda)
“Cuando me muera voy a dejar mi cuerpo a la ciencia ficción”
(Steven Wright, actor y autor estadounidense. Debo decir que no sé quién es, pero encontré la frase navegando por ahí y me pareció estupenda)
venerdì, ottobre 07, 2005
Se ha caído el 3
Se ha caído el 3 del reloj de la pared del comedor. No sé cuándo ocurrió tal suceso; me he dado cuenta esta mañana, cuando he visto que entre las 2 y las 4 no había nada, sólo el ligero rastro dejado por el número caído. El 3 se encuentra ahora debajo del 6, donde cómo es lógico fue a caer tras despegarse de su sitio habitual. Ahora parece una letra omega minúscula al revés o, para que nos entendamos, la parte superior de un dromedario, con sus jorobas asomando desde la parte inferior de mi reloj de pared.
El suceso, tan curioso como banal, me ha hecho recordar la historia de ese reloj y, sobre todo, las historias vividas hace años en París en compañía de Mister Flash y otros sujetos de dudosa catadura. El reloj lo robamos precisamente Flash y yo de la Gare d´Austerlitz una noche de mucho vino y ninguna rosa. Ese gigantesco reloj parecía de dimensiones humanas colgado en la pared de esa estación ferroviaria parisina, pero ya en nuestras manos nos indujo a imaginarnos a nosotros mismos como personajes de “Cariño, he encogido a los tontainas”. En el comedor de casa me pareció siempre un enorme ojo del pasado que me vigila. Muchas veces he pensado en deshacerme de él, pero nos reímos tanto al robarlo que sería una lástima. A menudo disfrutamos Flash y yo recordando el robo, el mayor robo de la historia de los relojes ferroviarios. Su ejecución, nada planificada y fruto exclusivamente de la improvisación alcohólica, no fue tan complicada, en realidad, como lo fue su posterior traslado por las atestadas calles de París ni, unos meses después, el paso por la aduana, donde un gendarme se mostró especialmente interesado en dónde y cómo habíamos conseguido el reloj, lo que me obligó a inventar una imposible historia que, contra todo pronóstico, convenció al puntilloso agente.
Bueno, en cualquier caso se ha caído el 3 del reloj. Llevo toda la mañana observándolo con detenimiento. Jamás me había dado cuenta de que es obra de la relojería Vercruyssen, Bruxelles, y que debajo del 12 hay un pequeño escudo serigrafiado -lo que descarta su futura caída- en el que se aprecia una especie de unicornio trotando por los cielos. Quizá se trata del dios del tiempo o, más posiblemente, el logo de los Vercruyssen.
No voy a arreglarlo. Voy a dejar el 3 donde está, tumbado debajo del 6. Y voy a organizar una serie de apuestas. Yo apuesto a que será el 7 el próximo número en caer. Tengo esta intuición. Esta tarde vendrá Flash a examinar el reloj para hacer su apuesta: estoy seguro de que elegirá el primer 1 del 11, o el 2 del 12, siempre ha sido así de complicado. Creo que voy a sacar una buena pasta con esto de las apuestas. Y si no, me distraeré. En fin y al cabo, eso es la vida, ir pasando lo mejor posible hasta que oigamos el timbre la puerta y al abrir nos encontramos con un gendarme francés cuya cara nos suena de algo y que, con apoyo de la Interpol, viene a reclamar un reloj desaparecido hace unos años en misteriosas circunstancias de la Gare d´Austerlitz, París y que además, claro, pretende que saldemos cuentas con la justicia.
El suceso, tan curioso como banal, me ha hecho recordar la historia de ese reloj y, sobre todo, las historias vividas hace años en París en compañía de Mister Flash y otros sujetos de dudosa catadura. El reloj lo robamos precisamente Flash y yo de la Gare d´Austerlitz una noche de mucho vino y ninguna rosa. Ese gigantesco reloj parecía de dimensiones humanas colgado en la pared de esa estación ferroviaria parisina, pero ya en nuestras manos nos indujo a imaginarnos a nosotros mismos como personajes de “Cariño, he encogido a los tontainas”. En el comedor de casa me pareció siempre un enorme ojo del pasado que me vigila. Muchas veces he pensado en deshacerme de él, pero nos reímos tanto al robarlo que sería una lástima. A menudo disfrutamos Flash y yo recordando el robo, el mayor robo de la historia de los relojes ferroviarios. Su ejecución, nada planificada y fruto exclusivamente de la improvisación alcohólica, no fue tan complicada, en realidad, como lo fue su posterior traslado por las atestadas calles de París ni, unos meses después, el paso por la aduana, donde un gendarme se mostró especialmente interesado en dónde y cómo habíamos conseguido el reloj, lo que me obligó a inventar una imposible historia que, contra todo pronóstico, convenció al puntilloso agente.
Bueno, en cualquier caso se ha caído el 3 del reloj. Llevo toda la mañana observándolo con detenimiento. Jamás me había dado cuenta de que es obra de la relojería Vercruyssen, Bruxelles, y que debajo del 12 hay un pequeño escudo serigrafiado -lo que descarta su futura caída- en el que se aprecia una especie de unicornio trotando por los cielos. Quizá se trata del dios del tiempo o, más posiblemente, el logo de los Vercruyssen.
No voy a arreglarlo. Voy a dejar el 3 donde está, tumbado debajo del 6. Y voy a organizar una serie de apuestas. Yo apuesto a que será el 7 el próximo número en caer. Tengo esta intuición. Esta tarde vendrá Flash a examinar el reloj para hacer su apuesta: estoy seguro de que elegirá el primer 1 del 11, o el 2 del 12, siempre ha sido así de complicado. Creo que voy a sacar una buena pasta con esto de las apuestas. Y si no, me distraeré. En fin y al cabo, eso es la vida, ir pasando lo mejor posible hasta que oigamos el timbre la puerta y al abrir nos encontramos con un gendarme francés cuya cara nos suena de algo y que, con apoyo de la Interpol, viene a reclamar un reloj desaparecido hace unos años en misteriosas circunstancias de la Gare d´Austerlitz, París y que además, claro, pretende que saldemos cuentas con la justicia.
lunedì, ottobre 03, 2005
Graffiti garrulo
Graffiti garrulo visto ayer en un contenedor de la calle Sicilia:
“Rubia de bote: chocho moreno”
“Rubia de bote: chocho moreno”
domenica, ottobre 02, 2005
Sobre diccionarios y enciclopedias
Leído en un anuncio de la Enciclopedia Británica:
“Alguna vez oí decir que Aldous Huxley había leído hoja por hoja los 30 volúmenes de la Encyclopaedia Britannica y durante años soñé con repetir esa proeza agotadora y fructífera”
(Gabriel García Márquez).
Y leído en una entrevista a Jorge Luis Borges:
“ -¿Cuál es su género literario favorito?
-Lo que más me gusta es la enciclopedia. Es la mejor lectura para un hombre ocioso y curioso. Cuando empecé a ir a la Biblioteca Nacional, era muy tímido, así que sacaba un tomo de la Enciclopedia Británica y empezaba a leer. La letra D la leí entera”
(La Vanguardia, 2 de juny de 1985):
Y más sobre diccionarios y enciclopedias: uno de los protagonistas de la novela “The Captain and the enemy”, de Graham Greene, explica que la única distracción que tenía durante su cautiverio en un campo de concentración eran unas pocas páginas de un diccionario, las que van de la F a la G. Por ese motivo al personaje le quedó la costumbre de utilizar continuamente, y fuera de contexto, palabras como “funámbulo”, “fuliginoso”...
“Alguna vez oí decir que Aldous Huxley había leído hoja por hoja los 30 volúmenes de la Encyclopaedia Britannica y durante años soñé con repetir esa proeza agotadora y fructífera”
(Gabriel García Márquez).
Y leído en una entrevista a Jorge Luis Borges:
“ -¿Cuál es su género literario favorito?
-Lo que más me gusta es la enciclopedia. Es la mejor lectura para un hombre ocioso y curioso. Cuando empecé a ir a la Biblioteca Nacional, era muy tímido, así que sacaba un tomo de la Enciclopedia Británica y empezaba a leer. La letra D la leí entera”
(La Vanguardia, 2 de juny de 1985):
Y más sobre diccionarios y enciclopedias: uno de los protagonistas de la novela “The Captain and the enemy”, de Graham Greene, explica que la única distracción que tenía durante su cautiverio en un campo de concentración eran unas pocas páginas de un diccionario, las que van de la F a la G. Por ese motivo al personaje le quedó la costumbre de utilizar continuamente, y fuera de contexto, palabras como “funámbulo”, “fuliginoso”...
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