mercoledì, novembre 19, 2008

Debo evitar los motines

La entidad bancaria que juega alegremente con mis ahorros me envió ayer una carta en la que me comunica que, asociado con mi tarjeta de crédito, dispongo de un seguro de vida de accidentes. Si fallezco en accidente mis descendientes, es decir, Umbrello, recibirán la bonita suma de seis mil euros. En la carta me explicaban las condiciones de la póliza, esa letra pequeña que nadie se lee pero que ayer yo leí mientras con el rabillo del ojo vigilaba cómo Umbrello destripaba un oso de peluche.
Queda claro que la póliza cubre mi muerte por un accidente. Pero... ¿de qué formas puedo morirme para que Umbrello cobre? De varias, me explican: en un atentado, por descargas eléctricas -el rayo inclusive, especifican-, por mordeduras de animal y de picadura de insecto -pero no por las infecciones que éstos produzcan, así que deduzco que si me pica un insecto lo más práctico para mí y para Umbrello es palmarla inmediatamente sin esperar a la infección-, los envenenamientos debidos a un acto criminal de terceros, las distensiones musculares aunque sólo sean consecuencia de un súbito esfuerzo propio (?), etcétera, etcétera.
¿Y de qué formas no me está permitido morir sin poner en peligro el futuro económico de Umbrello? Hay varias situaciones que debo evitar y, si no es posible, estoy obligado a sobrevivirlas. Por ejemplo, los accidentes ocurridos en ocasión de guerras, motines y revoluciones, la práctica de la lucha libre y artes marciales en general y la muerte o lesiones producidas por la desintegración nuclear.
Lo de la desintegración nuclear me preocupa más bien poco, porque si me desintegro nuclearmente lo más probable es que Umbrello y la Nueva se desintegren conmigo y, con nosotros, el tío del banco y la aseguradora.
Lo que me emociona mucho es darme cuenta de que debo evitar morir en un motín. Hasta ahora yo era un irresponsable que si iba por la calle y veía un motín, ¡zas!, me metía en él inmediatamente. La de motines que he vivido. Qué burro he sido. Ahora viviré de forma prudente y me alejaré de los motines. Todo sea por el bienestar de Umbrello.

giovedì, novembre 13, 2008

Lotería

Estoy acumulando ya, desde octubre y ante el espanto de la Nueva, numerosas participaciones de la Lotería de Navidad. Ella insiste en que el ahorro es la vía más segura hacia el bienestar familiar y que todo ese dinero que estoy gastando en números, décimos y participaciones deberíamos dedicarlos a los estudios universitarios de Umbrello, como si fuéramos estadounidenses de telefilm. Quizá a la Nueva no le falte razón, pero siempre he sentido una irresistible atracción hacia la Lotería de Navidad. Y digo que quizá no le falte razón porque los grandes maestros (los novelistas, los de antaño y los de ahora) han advertido al vulgo de los peligros y falsedades de la lotería.
Lo hizo Stendhal, por ejemplo, en Rojo y negro: “La lotería: engaño cierto y felicidad buscada por locos”, nos dejó escrito. O George Orwell, en 1984: “La lotería, que pagaba cada semana enormes premios, era el único acontecimiento público al que los proles concedían una serie atención. Probablemente, había millones de proles para quienes la lotería era la principal razón de su existencia. Era toda su delicia, su locura, su estimulante intelectual. En todo lo referente a la lotería, hasta la gente que apenas sabía leer y escribir parecía capaz de intrincados cálculos matemáticos y asombrosas proezas memorísticas. Toda una tribu de proles se ganaba la vida vendiendo predicciones, amuletos, sistemas para dominar el azar y otras cosas que servían a los maniáticos. Winston (..) sabía perfectamente (como cualquier miembro del Partido) que los premios eran en su mayoría imaginarios. Sólo se pagaban pequeñas sumas y los ganadores de los grandes premios eran personas inexistentes”.
¿Quizá la lotería es un montaje? ¿Cómo Bin Laden, los asombrosos resultados del Barça actual o la religión? Borges lo asegura en La lotería en Babilonia, en la que insinúa que la Compañía que reparte fabulosos y extrraños premios en realidad no existe más que como justificación de la gris vida de los babilónicos. Según mi querido Chéjov la lotería sí existe, pero sólo para desesperar aún más a los necesitados. En el cuento El billete de lotería, el miserable protagonista se cree millonario por unas horas hasta que descubre que ha leído mal el número ganador; es posible que algún día me ocurra eso a mí, que ayer viendo las noticias leí mal un titular que rezaba: “Los peligros de consumir cannabis”. Ante mi propio pasmo, leí: “Los peligros de consumir caníbales”. En fin. Pelegrí, el pobre protagonista de Les garses, una obra teatral del modernista catalán Ignasi Iglésias, ve como se estropea su vida en cuanto le toca la lotería: pierde la confianza en todos aquellos que le rodean.
Apenas hay referencias sobre la felicidad que proporciona la lotería (la premiada, claro). Recuerdo que en La hora de la cerveza, de Anthony Burgess, el borrachín Nabby Adams pierde su billete pero alguien le regala otro: el ganador. Nabby promete dedicar todo el dinero a beber y a ayudar a sus amigos: felicidad completa. Y también recuerdo, pero muy vagamente, que en una novela de Julio Verne (Por un billete de lotería, creo que se llamaba) hay dos enamorados, un naufragio, un Robinson Crusoe enamorado, una novia desconsolada, un billete de lotería guardado durante años como prenda de amor, un oportuno rescate y una alegría final sin precedentes y con boda por todo lo alto.
Prefiero esa visión de la lotería, la de Burgess y la de Verne, que las anteriores. Aunque también sospecho que la Lotería de Navidad es un fraude y que ese palurdo que el día del sorteo aparece borracho botella de champán en mano en todos los telediarios del país diciendo que ha ganado 20 millones es un actor. Siempre el mismo. Muy malo, por cierto.

PD: Agradecería nuevas aportaciones sobre el tema lotero en la literatura. Estoy escribiendo una monografía. Sobre actores borrachos.

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