El otro día, nada más servirme la Nueva uno de sus apetitosos guisos, le dio por sonar al timbre de la puerta. Dije el clásico y retórico
y ahora quién será, y presto y veloz y hasta contento me dispuse a abrir, porque la Nueva y yo no tenemos aún muchas visitas, y menos a la hora de comer. Así que abrí la puerta y un carné con el escudo del país se plantó ante mis narices y una voz anunció:
Mossos d´Esquadra. Con el riesgo de parecerme a Julio Verne o a Emilio Salgari, interrumpiré la narración y haré un inciso para explicar que los Mossos d´Esquadra es el nombre que recibe la policía autonómica catalana, que recién acaba de desplegar sus flamantes efectivos en la ciudad en que transcurren los hechos, es decir, Barcelona.
Ante mi sorpresa, el escudo del país desapareció de mi vista y un joven de paisano y para nada vestido de Mosso d´Esquadra me tranquilizó:
-Tranquilo -dijo, en efecto.
A su lado, otro joven me explicó:
-Estamos investigando unos sucesos acaecidos en esta finca la noche del pasado domingo.
-Estoy dispuesto a colaborar -anuncié, aunque la juventud de los mossos me hacía dudar de que en realidad fueran mossos. Eran realmente jóvenes, mucho más jóvenes que yo, de una juventud insultante. De una juventud cósmica. Bueno, claro, pensé, en realidad son mossos, palabra con que en catalán solemos denominar a los jóvenes, y no a los maduros.
El caso es que los mossos buscaban a un individuo que en fechas pasadas había frecuentado la finca que la Nueva y yo habitamos, y al que tanto ella como yo admitimos conocer. El individuo, al que la Nueva y yo siempre habíamos llamado El Negro a causa de la particular pigmentación de su piel, había protagonizado la noche del domingo un desagradable y violento incidente con otro señor desconocido por nosotros, y a consecuencia de ello este desafortunado señor se hallaba en el hospital, al parecer muriéndose. El mosso me preguntó si estaría dispuesto a firmar una declaración admitiendo todos estos hechos.
-¿Cuáles? -quise puntualizar yo.
-Que en varias ocasiones vio al individuo que usted llama El Negro por esta finca. Sólo eso.
-Lo admitiré, sí -feliz en mi papel de ciudadano ejemplar.
El caso es que firmé la declaración. Los jóvenes mossos se fueron, la Nueva y yo comentamos que El Negro siempre nos había parecido algo inquietante, ella me acusó en broma de mi condición de delator, yo hice varias bromas acerca del Negro y la Nueva recalentó su apetitoso guiso. Comimos entre risas que poco a poco desembocaron en silencio. Al terminar nos quedamos en el sofá, viendo la tele, sin hablar. Se oyó un pequeño ruidito en el rellano, la Nueva y yo nos miramos con disimulo y en ese momento supe que el miedo al Negro había llegado a nuestras vidas.
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