Esta mañana he hecho un poco de arqueología doméstica. He tomado al azar uno de mis viejos y polvorientos videos, uno que, según su cubierta, contiene la película “El último refugio” (“High Sierra”), de Raoul Walsh, uno de esos directores a los que siempre se les llama “artesanos”, nunca sé si como elogio o como insulto. “El último refugio” está interpretada por Humphrey Bogart, lo cual me indica que el video lo grabó mi hermana, que estaba muy enamorada de él. Nunca le critiqué ese gusto necrófilo, porque en esa época yo bebía los vientos por Ingrid Bergman, que ya llevaba años pudriéndose en su ataúd. Las estrellas femeninas de la película son Ida Lupino y Joan Leslie, un nombre que me ha hecho pensar en tres personas: el fantástico Leslie Nielsen, en Leslie de Los Sirex y en Leslie Howard, aquel petimetre del que incomprensiblemente se enamora Scarlett O´Hara en “Lo que el viento se llevó”.
La película es de 1941, pero el video empieza con los últimos minutos de un telediario muy posterior, en el que se informa que los líderes políticos del momento negocian la investidura de Felipe González. Descubro que el video es de 1989 y calculo con espanto mi edad en ese momento. En ese telediario aún existen la RDA, la URSS y Checoslovaquia y eso me hace pensar en Bogart, pero no en el de “El último refugio” (que en ese momento aún no he visto), sino en el de “Casablanca”. En una escena de esa película, el personaje llamado Viktor Laszlo exclama orgulloso:
-¡Soy checoeslovaco!
Menudo iluso. En los deportes entrevistan a Antonio Díaz Miguel, seleccionador nacional de baloncesto, ya desaparecido al igual que Bogart, Viktor Laszlo, la RDA, la URSS y Checoslovaquia. Es un telediario necrófilo, como los amores de mi hermana y los míos propios en esa época.
En el tiempo anuncian lluvias y borrascas, pero “El último refugio” empieza por fin con sol y buen tiempo. A Bogart insisten en llamarle “Roy Earle” y acaba de salir de la cárcel tras ocho años de condena. Eso no le impide cometer crímenes inmediatamente, como fumar en una gasolinera. Qué tiempos en los que se podía fumar en las gasolineras, ahora ni siquiera se puede poner la radio.
-Póngame diez galones de gasolina -pide Bogart y yo decido apuntar tópicos de esos que sólo salen en las películas. He apuntado varios, como “empinar el codo”, “no me dejes en la estacada”, o “¿pensabas liquidarle?”. El mejor de todos es llamar “polizontes” a los policías. En una de las últimas escenas de la película, Bogart, que sabe que va a morir porque está cercado por los polizontes, escribe una nota de despedida. La voz en off dice:
-“A los polizontes que me encuentren...”
Pero en la carta que escribe Bogart se lee:
-“To the coppers...”
Así que aprendo que “polizonte” es “copper”. Pero antes de que ocurra eso pasan muchas más cosas. Por ejemplo, que Joan Leslie hace de chica buena, pero tullida. Bogart paga una operación para que deje de serlo, lo que, por cierto, la convertirá en una estúpida borrachuza, enamorada de un merluzo por el que rechaza el amor de Bogart. Cuando Bogart se declara, ella le responde que no le quiere y añade:
-¿Pero no dejaremos de ser amigos, verdad?
Allí aprendo que los tópicos sentimentales eran los mismos en 1941 que en el siglo XXI. En el simpático abuelo de Joan Leslie reconozco al viejecito que hace de Clarence, el ángel de la guardia de James Stewart en “Qué bello es vivir”. A todo esto, Bogart está planeando un golpe: pretende robar las joyas de la caja fuerte de un hotel. Su contacto es un tal Luis Mendoza (ni Ramón ni Eduardo, sino Luis), que trabaja en el hotel y que le proporciona un plano del edificio. La cámara nos enseña el plano: es una enorme habitación, con la recepción al fondo. Como todos los hoteles, vaya. Bogart no lo dice, pero por su cara deducimos que piensa que para esa mierda de plano no le hacía falta la ayuda de Luis Mendoza.
Antes de todo esto ha aparecido Angernon, que es un negro encargada de la parte cómica de la película. Sin embargo, la vis cómica de ese actor es tan limitada que sospecho que tras “El último refugio” abandonó el mundo del cine y sobrevivió robando gallinas. Angernon, además, le regala a Bogart un chucho apestoso que le traerá toda la mala suerte del mundo. Más o menos en esos momentos, Bogart afirma:
-No hay nada como un buen sueño para ponerse en forma.
Mi madre solía decir lo mismo, pero las similitudes entre Bogart y mi madre acaban ahí. Luego Bogart pasea en su coche por la ciudad y ve como la familia de la chica tullida ha tenido un pequeño accidente. Se ha congregado una multitud de curiosos, llega un policía y les dispersa diciendo:
-Vamos, vamos, ¡circulen!
¡Qué inmenso error! En las películas, lo que un policía debe decir para dispersar a los curiosos es:
-Vamos, vamos, ¡vayan a sus casas!
¿En qué pensaba el artesano Raoul Walsh? En fin. Luego, Bogart visita al jefe de los gángsters, que está muy enfermo y que le entrega una carta diciéndole que la abra cuando él haya muerto para saber qué tiene que hacer. Ahí se demuestra la entereza de Bogart, que se guarda la carta. Si a mí me dan un documento similar con esas instrucciones, no tardaría ni diez minutos en rasgar el sobre para curiosear. Por cierto, cuando después el gángster muere y Bogart abre la carta, ésta sólo le dice que llame a otro tipo. Para eso podría habérselo dicho en persona.
Más tarde Bogart habla con Ida Lupino, la chica mala, que le confiesa que su padre se emborrachaba “dos veces por semana” y yo pienso que eso es un borracho metódico, no como los de ahora. En cualquier caso, al final se produce el robo al hotel que es la chapuza mayor de la historia, indigna de Bogart. El mata a un policía, sus compinches se equivocan de carretera y mueren en un accidente de tráfico (pese a que no les persigue nadie), Bogart entra a comprar cigarrillos y coincide con otro policía al que no recuerdo si mata o no y, finalmente, cuando va a entregar las joyas al jefe de los gángsters, éste ha muerto de la enfermedad esa que tenía y Bogart tiene que matar al ayudante del jefe que se pone pincho.
Poco después, los diarios publican la foto de Bogart, identificado como el autor del robo. Bogart se pone furioso, pero no por eso sino porque en el periódico le llaman “Mad Dog”.
-¡Malditos periodistas! ¡Me llaman “Perro rabioso”! -exclama.
Luego le confiesa a Ida Lupino que “mis padres se pelearon como energúmenos durante cuarenta años y yo no daría un centavo por una mujer sin temperamento”. Dicho esto, se enamoran por fin. Pero las cosas van a peor: ella se va a no sé dónde en autobús y nada más llegar decide volver, lo que da pie al conductor a decir:
-Como todas las mujeres: nunca saben si van o vienen.
Mientras, Bogart huye de la policía por una carretera de montaña (la “High Sierra” del título en inglés) que a mí me recuerda por momentos la subida a la ermita de Chalamera, en el Bajo Cinca. Allí arriba los polizontes le matan y, contra todo pronóstico, Ida Lupino acaba sonriendo porque piensa que para Bogart la muerte ha sido una liberación.
Allí acaba la película. El video prosigue con unos minutos musicales de un grupo infame que no identifico y posteriormense empieza un episodio del programa “La Luna”, presentado por Julia Otero, que cuenta con las interpretaciones musicales (no es broma) de María Dolores Pradera y Los Sabandeños y en el que se entrevista a Manuel Gutiérrez Mellado. Recuerdo que el general falleció hace unos años en un accidente de tráfico, pero Julia Otero nos informa que, si queremos preguntarle algo a Gutiérrez Mellado, podemos llamar a los números 93-300 93 03 y 93 309 74 37. Por un momento estoy tentado de llamar, pero me da cierto miedo.
El video acaba aquí.
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