giovedì, marzo 30, 2006

Conversación y cerveza

“Con la cerveza se levanta uno a cada rato y eso interrumpe mucho la conversación”

(Juan Rulfo: Luvina, en El Llano en llamas)

mercoledì, marzo 29, 2006

El Papa, abatido por un meteorito



Prosiguiendo con mis intentos de poner en orden la Sala de Armas, he hallado una foto de este montaje del italiano Maurizio Cattelan. Se llama, si no recuerdo mal, El Papa, abatido por un meteorito. Quizá Cattelan no sea un gran artista y tan farsante como Tàpies, pero al menos es divertido.

martedì, marzo 28, 2006

La Sala de Armas

He pasado buena parte de la mañana intentando poner un poco de orden en casa. He decidido empezar por la Sala de Armas, que es como la Nueva y yo llamamos a la segunda y última habitación de la casa, para impresionar a los conocidos poco conocidos, y que en realidad es una pequeña covacha en la que no hay nada que pudiera servir de arma si no es un gigantesco llavero de madera con la efigie de Papa de Roma (el de siempre, Wojtyla, y no el de ahora, que parece un señor disfrazado de Papa de Roma) y con la críptica inscripción Mundial de Italia 1990, que hallamos comprensiblemente olvidado en un cajón cuando nos trasladamos a vivir a este piso. A la Nueva y a mí la Sala de Armas nos sirve en realidad de cuarto trastero y allí guardamos todo tipo de objetos, baratijas, cachivaches, muebles y trebejos, y en un futuro espero que aún lejano tenemos pensado guardar a una hipotética niña que se llamaría Mireia.
Al entrar en la Sala de Armas me he dicho: “Coño”. Y acto seguido: “¿Por dónde empiezo?”. Apoyado en el quicio de la puerta como James Dean en aquella película en que hace de niñato tonto peleado con todo el mundo, por un momento he estado a punto de rendirme y volver al sofá a ver la tele. Pero luchando contra mi titánica desidia, he tomado un fajo de viejos papeles abandonados encima del teclado del piano y que impedía hasta hoy tocar las notas más agudas. Eran recortes de prensa que fui guardando con los años. “Voy a ver qué se puede tirar”, me he dicho a mí mismo. Había un poco de todo: algunas crónicas cantando viejas y épicas victorias del Barça, necrológicas de escritores que algún día leí (o no), reportajes acerca de extintos países (o sea, la URSS y Yugoslavia), reseñas de películas y, ¡oh sorpresa!, una entrevista con el célebre Antoni Tàpies.
“¿Para qué guardé esta mierda?”, he pensado al ver la fotografía del pintor debajo del titular. Mi simpatía por Tàpies es similar a la que siento por Pol Pot o Roberto Carlos (el futbolista), así que mi desconcierto no ha tenido límites. Para hallar una explicación a mi aparentemente absurda decisión de archivar en su día esa entrevista no he tenido más remedio que leerla. Y, claro, todo tiene una explicación. Después de una inacabable serie de sandeces, Tàpies cuenta al entrevistador:

“Cuando me pongo filosófico, mi mujer me devuelve la importancia de las cosas cotidianas. Una tarde entré en la cocina abrumado por una cuestión filosófica y comencé a hablarle. Ella me frenó: “Un momento, estoy haciendo una salsa que necesita concentración”.

Entre risas silenciosas, he recordado que conservé esa entrevista como parte de una abandonada investigación que hace años realicé con la intención de escribir un ensayo sobre la cara dura. Y además, qué coño, me divierte imaginar a Tàpies entrar en la cocina “abrumado per una cuestión filosófica”. Farsante.

venerdì, marzo 24, 2006

Rebeca


Ninguna de las dos es Rebeca

La Nueva y yo estuvimos viendo “Rebeca”, de Alfred Hitchcock. Hacía años que yo no la veía y tenía interés en comprobar algo que había leído no se dónde: que a la protagonista (Joan Fontaine) no se la llama nunca por su nombre. Así, la película acaba sin que el espectador llegue a saber cómo se llama la heroína. Y en contrapartida, la Rebeca que da título al film, de la que todos los personajes habla continuamente y que domina sus acciones, nunca aparece en pantalla, porque cuando se inicia la narración ya está muerta. Eso me hizo pensar en algo que leí en un librito de Umberto Eco acerca de los títulos de las historias. Eco se refería en particular a “Los tres mosqueteros”, que en realidad es la historia del cuarto, de D´Artagnan.
Bueno, en fin, tampoco tenía yo ninguna intención de hacer un sesudo estudio, sólo que me llamó la atención y de una cosa pasé a otra. Como siempre.

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giovedì, marzo 23, 2006

Philip Larkin

Uno de mis más queridos amigos virtuales (ese al que la Nueva, en su feliz confusión de nombres y lugares llama “tu amigo Mariñas”), me mandó este mensaje:

Y nada entiende. Siendo tan inglés (tú) y habiendo llegado la primavera te mando este poema de Philip Larkin:

LLEGADA
Se alargan las tardes,
y amarillenta y fría
la luz baña las quietas
fachadas de las casas.
Canta un tordo entre hojas
de laurel en el hondo
jardín poco arbolado
y le asombra a la tapia
su fresca voz desnuda.
Ya pronto es primavera,
ya pronto es primavera.
Y uno, cuya niñez
es un tedio olvidado,
se siente como un niño
que interpreta una escena
de reconciliación
adulta y nada entiende,
salvo la extraña risa,
y empieza a ser feliz”

Mis amigos presenciales sabéis que, en realidad, la poesía y yo nunca hemos sido buenos amigos, y que a mí, quitando La vaca cega y los cien cañones por banda y poca cosa más, la poesía no suele llegarme, como se dice. Pero sospecho que Mariñas sospechaba que eso de que “y nada entiende” sí me conmovería. Y claro que me ha conmovido, cómo no, si yo suelo sentirme como el adulto del poema que a su vez se siente como un niño que “nada entiende, salvo la extraña risa, y empieza a ser feliz”. Gracias, amigo Mariñas.
Luego quise saber algo acerca de Larkin, porque a pesar de ser británico (más que inglés), mi cultura tiene lagunas tipo Ness. Philip Larkin me sonaba, sí, pero no sé si como poeta, como pintor o como marca de cigarrillos rubios. Leyendo en Google, que es como una enciclopedia que un encuadernador loco ha barajado sin ningún orden entre otras enciclopedias apócrifas y falsas, me he hecho una idea más o menos leve acerca de Larkin.
Entre otras cosas que no vienen a cuento, he leído esto que me hizo sonreír, en una página no sé si de la enciclopedia real o una de las apócrifas. Hablaba alguien de las formas en que se puede viajar, a través de la inmersión en los lugares que se visita, o como Larkin, que decía que “no me molestaría visitar China si pudiera volver el mismo día”.

Bueno, en fin, también encontré “La llegada” en versión original:

COMING
On longer evenings,
Light, chill and yellow,
Bathes the serene
Foreheads of houses.
A thrush sings,
Laurel-surrounded
In the deep bare garden,
Its fresh-peeled voice
Astonishing the brickwork.
It will be spring soon,
It will be spring soon –
And I, whose childhood
Is a forgotten boredom,
Feel like a child
Who comes on a scene
Of adult reconciling,
And can understand nothing
But the unusual laughter,
And starts to be happy.

Philip Larkin, 25 Feb 1950

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mercoledì, marzo 15, 2006

Sombras


A la Nueva y a mí nos dio por coger el coche y visitar un pueblo. Uno cualquiera. Encontramos uno rápidamente, que confirmó mi idea de que los pueblos están para amar aún más a las ciudades. Vimos el ayuntamiento, la escuela, a un niño en bici y saludamos amablemente a varios ancianos, e incluso entramos en la iglesia. La Nueva lo fotografió todo; sospecho que está preparando un Vademécum de horrores humanos. Lo que más me gustó es esta foto que les hizo a nuestras sombras. Veo mi sombra y, absurdamente, me recuerda a John Lennon en la portada del Abbey Road. No tiene sentido, yo era más de Harrison.

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martedì, marzo 14, 2006

Me corto el pelo una y otra vez

Hasta hace dos años yo era como aquel personaje de la canción de El Ultimo de la Fila que decía que “me corto el pelo una y otra vez”. A mí me encantaba ir como el muñeco de Big Jim, vaya, con el pelo muy corto, en plan cepillo. Me gustaban las barberías de barrio (barberías, eh, no peluquerías), de esas en las que entras y te dicen “Bueenas” y en una mesilla tienen números atrasados del “Interviú” y del “El Jueves” y un espejo enorme y tres sillas, dos de ellas siempre ocupadas, una por un niño al que peinan como para una primera comunión de los años 30 y otra por un anciano calvo que se hace cortar los pelos inexistentes y que al irse se despide de todos cómo sabiendo que esa ya es la última vez. Yo me sentaba en la silla vacía y un barbero me preguntaba invariablemente “¿Como siempre?”, aunque es posible que yo jamás hubiera entrado allí, y yo decía “Sí, al dos, por favor”, y me leía “El Jueves” y disfrutaba al ver como mis propios cabellos caían encima de la revista y malignamente los iba encerrando entre las páginas, como quien deja los pétalos de una rosa dentro de un libro para que se marchiten con el tiempo, vaya tontería.
Pero todo eso ya es pasado. Hace dos años que no voy a la barbería.

-¿Por qué llevas esas greñas? -me preguntó un día la Nueva.
-Es una larga historia -dije yo.
-Cuéntamela -dijo ella.

Y se la conté. El problema, le conté, es que ya no puedo entrar en las barberías. Hace dos años, paseando por la Gran Vía, encontré una en la que jamás había estado y pensé que era un buen momento para cortarme el pelo otra vez. Entré e inmediatamente noté la sensación más horripilante que jamás había experimentado en la vida. El suelo estaba alfombrado por dos o tres centímetros de los cabellos de los clientes que habían ido pasando por allí durante toda la mañana, cabellos canos, negros, rubios y castaños, teñidos o no, en tirabuzones o sin ellos. Y era verano, y yo llevaba sandalias y sin calcetines, porque no soy francés. Y los pelos se me metieron entre los dedos de los pies, como la puta arena de la playa, pero calentitos, cosquilleantes y gusaneantes. Salí de allí como se sale del mar frío, dando saltitos tontos y diciendo “ay, ay”, y convencido de que jamás podría volver a entrar en una barbería sin que ese monstruoso recuerdo me produjera incontrolables náuseas y vómitos y con el pelo sin cortar y con la convicción de convertirme en hippy, al menos capilarmente.

-Bueno, no vayas a las barberías de barrio. Hay peluquerías, limpias y modernas -dijo la Nueva.
-¡Ja! ¡Peluquerías modernas! -protesté yo- Eso sería como dejarse cortar el pelo por Ferran Adrià.

venerdì, marzo 10, 2006

6-2

Mientras desayunábamos, la Nueva me recordó que se celebraba el Día de la Mujer Trabajadora, y me explicó que las mujeres aún están marginadas de los puestos de dirección políticos, económicos y sociales en todo el mundo, ocupados muy mayoritariamente por hombres. Su anuncio coincidió con la aparición en la tele de Condoleeza Rice y a mí me salió el espíritu de la boina y dije sarcástico que con ejemplos como esa señora quizá mejor así y que esa mujer era una lerda, una incompetente, una asesina y que por si eso fuera poco me caía mal y que por favor me sirviera otra tostada con mantequilla. Pero luego como cada mañana salieron Acebes y Zaplana y arrebaté de las manos de la Nueva la tostada aún medio enmantequillar y le dije que perdón, que ya lo hacía yo, que con Acebes y Zaplana ya ganaba ella 2-1, y tras aparecer Bush reconocí que eso era un golazo, 3-1, que a partir de esa mañana hasta mi muerte las tostadas con mantequilla me las prepararía yo. Y cuando mostraron imágenes de un obispo con cara de tontaina acusado de pederastia admití el 4-1 y anuncié que quizá osaría explorar las maravillosas posibilidades del mocho y la escoba. Y después apareció el bobo del alcalde, la Nueva dijo “5-1” y yo me puse una nariz de payaso para estar a la altura del edil y afirmé que no me la quitaría en todo el mes y que esa misma mañana estudiaría el complicado funcionamiento de la XV224, nuestra sofisticada lavadora. El inesperado 6-1 llegó al oír las palabras de un empresario convencido de lo positivo que sería dejar en la calle a 3.000 trabajadores y yo admití que ese resultado sería difícil de remontar en el partido de vuelta y pregunté solícito a la Nueva qué le gustaría comer ese día, que había decidido adentrarme valientemente en la cocina haciendo caso omiso de los rumores que desde pequeño había oído acerca de las tremebundas alimañas que allí habitan. Al final del telediario salió Ronaldinho, respiré aliviado, le hice a la Nueva el gesto del surfero con dientes de conejo y grité tonta y felizmente: ¡6-2, 6-2!. Me quedé mirando los goles del fenómeno blaugrana mientras la Nueva me secaba la baba con su servilleta.

mercoledì, marzo 08, 2006

Vicios nuevos

“Todos los días hay un trabajo nuevo que necesita nueva atención; en cambio, desde hace veinte o treinta mil años no se ha inventado un vicio nuevo”

(Pío Baroja: La ciudad de la niebla)

giovedì, marzo 02, 2006

Pulsión

Soy consciente de que lo que voy a contar es una estupidez: esta mañana, tras una noche difícil y extraña, me he levantado con el deseo, el impulso y la pulsión de escribir un cuento que debería llamarse “La piscifactoría satisfactoria”. El problema es que del cuento sólo tenía ese título absurdo y cacofónico; agobiado por la necesidad de escribir el resto he dado vueltas por casa en busca de inspiración, hasta que en la cocina he hallado por sorpresa una remesa de polvorones abandonados desde las pasadas Navidades, y con la boca llena mi pulsión por las piscifactorías satisfactorias ha desaparecido satisfactoriamente.


pulsión. (Del lat. tardío pulsio, -ōnis). 1. f. En psicoanálisis, energía psíquica profunda que orienta el comportamiento hacia un fin y se descarga al conseguirlo. En ciertos individuos, las pulsiones se orientan hacia las piscifactorías satisfactorias.