mercoledì, maggio 31, 2006

Biografías innecesarias (2)

FUTBOL/BIOGRAFIAS INNECESARIAS
2.KARL-HEINZ RUMMENIGGE
Karl-Heinz Rummenigge fue el mejor futbolista de la historia. Ni Pelé ni Maradona ni hostias: nadie como Rummenigge me hizo gozar tanto del fútbol como este señor por cuya culpa, en los Mundiales, me olvido de mis orígenes británicos y voy con Alemania (lo cual no deja de ser una cierta garantía de, como mínimo, llegar a semifinales).
Lo más grandioso de Rummenigge es que, en las citas más importantes, siempre estaba lesionado. Alemania empezaba el encuentro sin él, los rivales se adelantaban en el marcador y, casi al final, el entrenador miraba al banquillo y decía: “Tú, sal”. Y Kalle (así le llamaban) salía cojeando o en silla de ruedas y daba un pase de gol, o lo marcaba él mismo, y Alemania remontaba y se iba a la prórroga y el partido duraba media hora más y yo me retorcía de placer.
El gran momento de Rummenigge fue en 1982, en la semifinal contra Francia, el mejor partido de la historia del fútbol. Como siempre, Kalle estaba lesionado, el partido acabó 1-1 y se fue a la prórroga. Nada más empezar marcó Francia el 2-1. Fue entonces cuando el seleccionador se acordó de él y le llamó. Justo al salir al campo, Francia logró el 3-1. ¿Todo estaba perdido? ¡No! Haciendo caso omiso de sus múltiples amputaciones, Rummenigge consiguió el 3-2 y levantó el ánimo de sus compañeros, que acabaron empatando 3-3. Se fue a una agónica tanda de penaltis, en la que Kalle, por supuesto, no falló. Tras su lanzamiento (era el 4-4) y el error de Bossis, aquella bestia tremebunda que era Horts Hrubesch clasificó a Alemania para la final. Ahí Rummenigge ya casi ni podía andar y nada pudo hacer para que Italia ganara el Mundial y se iniciara la época del turismo italiano en masa por España, que aún perdura.
Cuatro años más tarde, en México 86, Rummenigge seguía lesionado pero Alemania se había vuelto a clasificar para la final. Argentina ganaba 2-0, faltaban 15 minutos y todo parecía decidido cuando Rummenigge (que jugó desde el principio, pese a que le faltaba una pierna) tomó su silla de ruedas y marcó el 2-1, lo que despertó a sus compañeros tal como lo había hecho en 1982 contra Francia. Voller empató en el 81. Que luego Argentina volviera a marcar (tenían a Maradona, que no era tan bueno como Rummenigge pero no estaba lesionado) no tiene la más mínima importancia.
Sólo he pedido tres autógrafos en mi vida. El de Rummenigge es uno de ellos. Se lo pedí no hace mucho. Estaba algo fondón, no creo que pudiera driblar ni a una columna, pero yo me emocioné mucho. Los otros dos autógrafos los pedí hace ya muchos años, uno a aquel defensa del Barça llamado Moratalla y el otro al doctor Cabeza. En ambos casos yo estaba borracho (el doctor Cabeza me parece que también).
Creo que sólo vi jugar en directo a Rummenigge una sola vez. En 1980, en el Camp Nou, en un partido benéfico. Formaba parte de una selección de estrellas mundiales (y lo eran: estaban Platini, Cruyff y él. ¡Y Arkonada!). De ese día me acuerdo que el burro del árbitro expulsó a Cruyff por protestar (¡en un partido benéfico!). He leído en la hemeroteca que a Rummenigge le sustituyó un tal Kanamoto. No recuerdo que Kalle hiciera gran cosa. Quizá es que no estaba lesionado. Posted by Picasa

martedì, maggio 30, 2006

Biografías innecesarias (1)

En poco más de una semana va a empezar el Mundial de fútbol. Para celebrarlo, he considerado necesario añadir a este blog una serie de Biografías Innecesarias sobre una serie de futbolistas que, a lo largo de mi vida, por una u otra causa, me han proporcionado tanto placer como me hayan podido dar un buen libro, una buena película, un amigo o un bote de nocilla. Es algo así como mi álbum de ídolos ocultos.


FUTBOL/BIOGRAFIAS INNECESARIAS
1.THOMAS RAVELLI
Thomas Ravelli fue el portero de la selección sueca durante los años 90. Mi admiración por él se debe a su nombre. A mí, que un sueco se pudiera llamar Ravelli ya me llenaba de emoción. Recuerdo otros casos en el que admiré a ciertos jugadores primando lo extraño de su nombre a sus reales bondades futbolísticas: así, elevé a los altares a aquel italiano llamado Pietro Vierchowood (por no hablar de Cuccureddu o Manfredonia, qué jugadorazos), el alemán Bruno Labadia, el holandés Rinus Israel o el escocés Maurice Malpas. Sé que no soy el único que comete esas frivolidades; hace unos años, le preguntaron nada más y nada menos que a Johan Cruyff cuál era el guardameta al que más había admirado. El profeta habló y dijo: “A Gilmar, el brasileño. ¿Por qué? Por su nombre”.
Ravelli, que además de ser un gran portero y de tener un nombre fantástico (para ser sueco, claro, si fuera italiano sería un coladero), tenía también unos ojos que le conferían pinta de loco. En sus inicios muchos se fijaron en Ravelli por eso y él lo sabía, así que con los años fue acrecentando voluntariamente (estoy seguro de eso) su mirada trastornada. Fue una excelente forma de autopromoción. De la selección sueca de los años noventa, siempre recordamos a dos jugadores: a Henrik Larsson, nuestro amado Larsson, que en esos años no era calvo sino que lucía una magníficas rastas, y en el loco Ravelli. Suecia tenía otros grandes jugadores, pero sin consultar los libros uno sólo se acuerda de las rastas de Larsson y de los ojos enloquecidos de Ravelli. Años después, un árbitro italiano, el célebre Collina, se rapó la cabeza y puso cara de loco, y a partir de entonces todos decidieron que era un gran árbitro, qué coño, el mejor árbitro del mundo. En realidad era tan malo como los demás árbitros, al Barça le robó un partido contra el Chelsea, el muy hijo de puta.
Vi jugar muchas veces a Ravelli por televisión, pero creo que sola una vez le vi en directo. Fue en el Camp Nou, con su equipo, el Goteborg, en un partido de Copa de Europa de la temporada 1994/95. No tengo ningún recuerdo especial de Ravelli de ese día, pero sí del portero del Barça, que realizó unas intervenciones sensacionales. Se llamaba Busquets y también estaba bastante loco, sí. Si se hubiera llamado de otra manera le habría admirado bastante más. Posted by Picasa

venerdì, maggio 26, 2006

El oso curioso

El día que Abril me comunicó su intención de casarse con aquel arquitecto holandés e irse a vivir a Groningen, decidí dedicar todas mis fuerzas a autodestruirme con la mayor rapidez posible. Esa misma noche tomé varias copas en el Colfax y entre trago y trago nació en mí el irrefrenable deseo de ir de putas.
Recordaba la dirección de una casa que Sugranyes y yo habíamos frecuentado años atrás y allí me dirigí. Pese a mi evidente estado de embriaguez, no pusieron obstáculo alguno para mi entrada. Mientras tomaba una nueva copa que no necesitaba en absoluto, escogí los servicios de una joven, la que más me recordó a Abril, y que para mi sorpresa no mostró un excesivo asco ante mi aspecto. Ya en la habitación me di cuenta de que, en un rincón, un enorme oso de peluche descansaba en una silla. Me pareció que el oso nos observaba sin disimulo. Le saludé alegremente, lo que hizo sonreír a la muchacha, que ya había iniciado su tarea. Al cabo de un rato, sin embargo, la detuve.

—Espera —le dije— Ese oso me está poniendo nervioso.

Tomé mi camisa y con buena puntería se la lancé al peluche indiscreto, cubriendo con ella su cabezota e impidiendo así que siguiera chafardeando.

—Así está mejor —afirmé— Castigado. Por mirar.

La muchacha no dijo nada. Seguramente a peores locos que yo debía enfrentarse día a día. Al fin y al cabo yo sólo era un borracho. Me concentré decididamente en la joven, que trabajaba con el estilo frío y maquinal típicos de su profesión, como cualquier cajera de supermercado. Al terminar, y mientras me vestía, me acordé del oso.

—Ya puedes mirar —le dije al enorme peluche, recuperando mi camisa. Fue entonces cuando me di cuenta de lo inadecuado que resultaba su presencia en ese lugar.
—¿Es tuyo? —le pregunté a la muchacha.
—No. Ya estaba ahí cuando empecé a trabajar aquí. Creo que se lo dejó un cliente hace años.
—Qué raro, ¿no? —dije.
—Es que hay gente muy rara —dijo ella.
—Ajá.
—Se llama Damien —añadió.
—¿El oso? ¿Le llamáis Damien al oso?
—Por la tarjeta —explicó.
—¿Eh?
—En su pata.

Me acerqué y vi que, efectivamente, un típico tarjetón de felicitación colgaba de una de sus patas. En francés, un papá y una mamá desconocidos felicitaban a su hijo Damien por su sexto cumpleaños.
De camino hacia casa me detuve de nuevo en el Colfax a tomar otra copa. Sentado solo en la barra, pensé en la muchacha con la que acababa de acostarme. La había escogido entre sus compañeras por que se parecía levemente a Abril, pero me era imposible ya recordar su rostro. Luego pensé en la propia Abril, en su arquitecto holandés, en cómo sería su vida en Groningen, en cómo sería Groningen. Luego me acordé del enorme oso de peluche que alguien que se fue de putas se olvidó sentado en una silla. Hay gente muy rara, había dicho la chica. Sí. Y un niño se quedó sin oso, pensé, y empecé a llorar absurda e inconsolablemente.

Capítulo 1 de “El día que me quieras”

giovedì, maggio 25, 2006

Pere Calders


Una vez sometieron al inigualable Pere Calders al Cuestionario Proust, que por si alguien no lo sabe es una lista de unas treinta preguntas, del tipo “¿Su principal defecto?”, “¿Su compositor favorito?”, “¿Qué flor prefiere?”, “¿Su héroe en la vida real?”, “¿Cuál es su lema?”, etcétera. Cuando uno responde al Cuestionario Proust, intenta dar una buena imagen de sí mismo, así que corre el riesgo de dar respuestas interesantes, trascendentes y poéticas, hasta petulantes. No fue el caso de Pere Calders, que respondió al cuestionario con la misma genialidad que, en mi opinión, reflejó en sus libros. Por ejemplo, en estas preguntas:

-¿Cuál es su pájaro preferido?
-Las perdices a la vinagreta.

-¿Dónde desearía vivir?
-En Barcelona, pero no encuentro piso.

-¿Qué flor prefiere?
-Cuando me fijo, me gustan casi todas las flores, pero después me distraigo y pienso en otras cosas.

-¿Mi compositor preferido?
-Podría apuntar tres o cuatro nombres seguros que me evitarían mentir, pero voy a arriesgarme hasta mi propia destrucción: me gusta Schubert. Es una de esas opiniones que desacreditan para toda la vida y espero que eso me permita para siempre no tener que decir que yo no entiendo.

-¿Qué hecho militar admira más?
-La desmovilización al final de cada guerra.

-¿Cómo le gustaría morir?
-He pensando mucho en ello, y no me gustaría morir de ninguna manera. Es más, me parece antipática la idea.

-¿Qué hechos le inspiran más indulgencia?
-El contrabando. Sólo yo sé lo que sufrí para pasar una cafetera italiana de seis tazas, y eso que en la aduana no se la miró nadie. Posted by Picasa

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martedì, maggio 23, 2006

Acabó la asombrosa impunidad

A un pariente mío le dolía un poco la rodilla y pese a mis prudentes consejos acudió al médico, de donde salió con una estricta prohibición de tomar carnes rojas, pescados azules, frutas verdes, postres amarillos y blancos helados y, por supuesto, cualquier tipo de alcoholes. Lo lamento. Yo, que desde mi juventud estoy castigado a varias extrañas dietas y desterrado para siempre del mundo del alcohol, cada vez que comía con este pariente mío contemplaba con envidia su pantagruélico estilo de engullir y beber y pensaba en ese comentario de Lytton Strachey sobre no recuerdo qué personaje, alguien que “bebía y comía con asombrosa impunidad”.

giovedì, maggio 18, 2006

Anoche

En el magazine del diario L´Equipe (1-12-2001), Woody Allen hablaba de su amor por el deporte:

“El deporte es todo lo que el teatro debería ser y no termina de ser. Cuando vas al teatro, te dejas llevar pero intuyes hacia dónde te está llevando la historia. Hay momentos de placer, pero no son demasiado sorprendentes. Sin embargo, si vas al Madison a ver a los Knicks la proporción es a la inversa. El partido puede ser divertido o aburrido, pero en general eres incapaz de prever lo que va a suceder. ¿Conocen alguna película o alguna obra de teatro que pueda decidirse como un campeonato en cinco o diez segundos?”.

Anoche confirmé algo que ya había intuido. Si Woody Allen conociera a Juliano Belletti le daría un papel en alguna película, tanto por su talento cómico, siempre injustamente denostado por mí, como por su capacidad para la sorpresa.

Força Barça! Força Belletti!
Campions de Lliga 2005/06
Campions d´Europa 2006

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martedì, maggio 16, 2006

Entrevista

He leído esto, y me parece sensacional. De hecho, pienso que todas las entrevistas deberían ser así, la de puntos de vista nuevos que descubriríamos.

Un taxista es entrevistado por error en la BBC como experto en informática
Londres.- Un taxista fue accidentalmente expuesto en directo a complejas preguntas de informática de una periodista de la BBC, que lo tomó por el experto con quien la prestigiosa cadena británica había acordado la entrevista, reconoció el sábado la entidad pública.Guy Kewney, periodista y experto en informática, se encontraba el lunes pasado cómodamente instalado en una sala del edificio de la televisión de la BBC a la espera de entrar en el estudio de News 24 para exponer sus conocimientos acerca del juicio entre Appel Computer y Appel Corps, la discográfica de los Beatles. Su sorpresa llegó cuando, en una pantalla cercana, vio a la periodista Karen Bowerman interpelarle en directo con preguntas. Sin embargo, el hombre que respondía no se le parecía en nada: en vez de un individuo blanco con barba, se trataba de un hombre negro aparentemente incómodo con el interrogatorio. El falso experto era en realidad el taxista que había venido a buscar a Kewney al estudio y que se vio escoltado hacia el estudio, donde le colocaron el micro y empezaron a acribillarle a preguntas. La entrevista tan sólo duró unos segundos, antes de que la cadena se percatara del error. Sin embargo, la BBC presentó el sábado sus excusas en un comunicado, en el que reconocía que “la persona equivocada fue brevemente entrevistada en directo”.

En otras versiones de la misma noticia, se afirma que “lejos de achantarse por la temática del espacio, el taxista confirmó ser Guy Kewney a los trabajadores de la televisión británica, quienes sospecharon que tenían mal la descripción de su invitado”.

La entrevista:

http://youtu.be/UYg2Z73_KfY

lunedì, maggio 15, 2006

Reformas

A la Nueva y a mí nos dio por hacer reformas en el baño. Lo admito, es una idea descabellada y cara, pero a veces, en la vida, uno tiene que arriesgarse y dar un paso al frente y gritar sin miedo: “¡Voy a reformar el baño! ¡Coño!”. Durante días, recogimos informaciones y catálogos, recorrimos tiendas especializadas y ferias del sector, contactamos con todo tipo de albañiles y hasta consultamos a un japonés experto en ese arte cuyo nombre jamás recuerdo (¿Feng Shui, quizá?) que permite situar los objetos, muebles, paredes y ventanas de la forma más idónea para que, en el caso concreto de un baño, a la hora de ducharse, por ejemplo, los espíritus positivos influyan mejor sobre la roña que lleves en el cuerpo y los espíritus malignos se vayan por el desagüe.
Tras sufrir muchas decepciones y recibir varios desaires, hallamos lo que buscábamos: el baño perfecto y la grifería deseada, a unos precios ajustados, en una tienda ideal regentada por el profesional sin tacha que, por si fuera poco, nos proporcionaba al albañil soñado. Satisfechos, pagamos por adelantado y el vendedor nos dio un número de teléfono:

-Es el número del señor Venancio, el albañil -nos dijo- Llamadle y poneos de acuerdo para el día y la hora en que mejor os vaya.

Eso fue el viernes por la tarde. Esta mañana, lunes, felices como unas pascuas, hemos llamado al señor Venancio. Se ha puesto su mujer, que nos ha comunicado, entre sollozos, que su marido murió anoche a causa de no sé qué inesperados pólipos salvajes. Por supuesto, le hemos dado nuestras más sinceras condolencias. Hace un rato he llamado a la tienda ideal. Están rotos, por supuesto. El señor Venancio llevaba años trabajando para ellos y, claro, era ya como de la familia. He quedado en volver a llamar la semana que viene, no es cuestión de molestar en estos tristes momentos con cuestiones tan mundanas como nuestro nuevo baño, pero ya me han avisado que será difícil encontrar un albañil tan competente como el difunto.
Ay, la muerte, me he dicho tontamente a mí mismo, mientras tumbado en el sofá contemplaba el blanco techo de nuestro hogar y dejaba volar mis pensamientos. Y he recordado que, en mi juventud, trabajé brevemente en la redacción de un semanario deportivo. Una de mis tareas, los domingos, consistía en llamar a los corresponsales para conseguir las crónicas de los partidos jugados ese día. Me ocupaba yo del fútbol más modesto, nada de Barça o de Madrid, no; las crónicas que yo recopilaba narraban, por ejemplo, las proezas del Mangonells Atlètic en el campo del Esportiu Sucarons. Una tarde, llamé al veterano corresponsal que teníamos en Mangonells. Se puso su nieto.

-Buenas tardes -dije- Quería hablar con el señor Ramón, para la crónica del partido.
-Es que mi abuelo se murió el miércoles.
-¡Vaya! -dije, sin que me salieran más palabras, ni de consuelo ni deportivas.
-Pero no se preocupe -dijo el nieto del señor Ramon- La crónica se la daré yo.

¡Qué familia tan profesional!, pensé. En fin. Entre otras muertes inesperadas y la previsible ausencia de ventas en los kioscos, aquel semanario cerró pronto sus puertas, dejándonos a deber poco sustanciosas cantidades que, sin embargo, reclamamos por vía judicial para lo que contratamos los servicios de un abogado laboralista, el señor Murciano, que muy eficazmente inició los trámites para presentar nuestras denuncias. Regularmente, contactaba yo con el señor Murciano, en mi condición de miembro del Comité de Empresa del fenecido semanario. Un día le llamé, pues había recibido unas informaciones que podían ser muy valiosas en nuestro proceso judicial.

-Desearía hablar con el señor Murciano -le dije a su secretaria.
-El señor Murciano falleció la semana pasada -me informó amablemente.

En fin, que recordaba yo todo esto esta mañana mientras en el sofá contemplaba nuestro blanco techo y unas incipientes ganas de utilizar el viejo baño de siempre, y me temo que será el mismo por mucho tiempo, nacían en mi cuerpo viejo y cansado. Ay, la muerte, repetí refunfuñando arrastrando mis pantunflas por el pasillo.

mercoledì, maggio 10, 2006

No juzguéis

A Sam Cooke le asesinó el conserje de un motel. A Marvin Gaye, su propio padre. Otis Redding falleció al estrellarse su avión, igual que Buddy Holly, John Denver o Ricky Nelson. El accidente de Steve Ray Vaughan fue en helicóptero. Dicen que Elvis murió por sobredosis de barbitúricos, más o menos como Janis Joplin, Jimi Hendrix, Keith Moon, Sid Vicious y tantos otros. A John Lennon le mató un imbécil. Freddy Mercury murió del sida. Kurt Cobain se pegó un tiro. Jim Morrison murió por una insuficiencia cardiaca relacionada, seguramente, con el consumo de drogas. Eddie Cochran, en un accidente de tráfico. Cass Elliott, la popular Mamma Cass, se asfixió. Rory Gallagher, Gene Vincent y Bill Haley, alcoholizados.

En fin, digamos que la lista de músicos fallecidos prematuramente es larga. Hace unos días, Keith Richards, conocido por su estilo de vida peligrosa y su asombrosa capacidad para sobrevivir, fue ingresado en un hospital y ahora se ha sabido que tuvo que ser operado de urgencia y que su estado llegó a ser muy grave. Se había caído de un cocotero. Hace años, otro stone, Brian Jones, que murió ahogado en una piscina, dejó escrito algo así como su propio epitafio: “No me juzguéis de forma demasiado severa”. Pensando en Richards y en Brian Jones se me ocurrió esta tontería:

KEITH RICHARDS
(1943-2006)
Falleció al caer de un cocotero
“No me juzguéis de forma demasiado severa”

lunedì, maggio 08, 2006

Curioso

Este fin de semana la Nueva y yo cogimos el coche con la intención de dirigirnos a cualquiera de las bellas playas de la costa catalana e iniciar nuestro proceso de bronceamiento de cara a la nueva temporada estival, para poder lucir ella sus nuevos tops y yo mis flamantes camisetas imperio de estilo italianizante. Sin embargo, y debido a una serie de trágicos errores en la lectura de los mapas de carretera, fuimos a parar a un minúsculo pueblo de la provincia de Huesca, a escasos kilómetros de Fraga y bastante lejos de Salou, Roses, Cunit o cualquier otra localidad que contara entre sus atractivos con una playa. Tras superar el lógico desespero y varias discusiones matrimoniales, la Nueva y yo decidimos emular al gran Josep Maria Espinàs y aprovechar el viaje para, al menos, pasear por los andurriales y, dado que el hambre ya apretaba, degustar las viandas del país en alguna casa de comidas que allí hubiere.
No la hubiere, o al menos no la vimos, así que nos dirigimos en busca de información a un amable anciano que tomaba el sol bajo un ciprés como si esperara que alguien le diera cristiana sepultura allí mismo y que, tras indicarnos que allí fonda no había pero sí en un pueblo cercano distante a varias jornadas de camino, nos preguntó que de dónde procedíamos y que dónde nos dirigíamos y nos informó que allí en el pueblo vida no había mucha pero sí la hubo en tiempos pretéritos y nos contó por qué y cómo llegó la decadencia, cual Macondo se tratara, y nos narró los tristes hechos que allí acaecieron durante las guerras del francés y la Civil y que él se llamaba José y se apellidaba no recuerdo cómo y que a su casa le denominaban la casa de la Curiosa porque su abuela, ya muerta y enterrada muchos años atrás pero no bajo ese mismo ciprés sino otro, le caracterizó siempre su limpieza y orden.
Mucho más tarde, mientras volvíamos a Barcelona errando de nuevo en la interpretación de los mapas, lo que nos permitió conocer la industriosa Andorra, la de Teruel, le comenté a la Nueva que no veía la relación entre la limpieza de la abuela del señor José y el apodo de la Curiosa. Pero discurriendo y discurriendo entre peaje y peaje tuve una intuición: se me ocurrió que quizá curiosa, además del uso habitual que damos a la palabra, significa también persona que tiene cura de las cosas, o de sí mismo, o vaya a saber de qué. Y sí, coño, eso es lo que quería contar, pero desde este fin de semana me he contagiado de los vericuetos verbales del señor José y me enrollo como un oscense bajo el sol. Dice la Academia, que consulté ya en casa, que curioso, además de curioso, significa:

Limpio y aseado.
Que trata algo con particular cuidado o diligencia.
Persona que tiene habilidad manual.

Y, por si fuera poco:

Persona que realiza cualquier oficio.

Bueno, e-e-eso es todo, amigos. Ahora tengo que salir, voy a comprar un GPS.

mercoledì, maggio 03, 2006

Kylie Minogue

Leí hace unos días que la cantante Kylie Minogue ha superado un cáncer y que vuelve a trabajar. Me alegro mucho. Como además estoy aquejado de una vagancia tremebunda, aprovecho para rescatar en su honor Un himno mundial, el capítulo 2 de El día que me quieras.


UN HIMNO MUNDIAL

Hacía ya casi dos años que no veía a Abril y apenas sabía nada de ella, porque en mis manos el teléfono no sirve para saber nada de nadie. Y fue entonces cuando por motivos laborales tuve que viajar unos días a Amsterdam. Era la ocasión que había estado esperando de forma inconfesada.
Nada más llegar a mi hotel, la llamé a su casa, a esa insólita Groningen en la que vivía desde su boda con ese arquitecto holandés. Hay suerte, pensé al oír su voz; qué digo, mucha suerte. Abril me dijo que justamente esa misma semana iba a estar en Amsterdam, porque a Kornelius (¿quién coño es Kornelius?, pensé al principio; ah, claro, el arquitecto) le daba un premio la Academia Holandesa de no sé qué. Podríamos vernos el miércoles por la tarde, propuso Abril, aunque por desgracia sería difícil que viniera Kornelius, ya se sabe, con el premio tendría muchos compromisos con la prensa especializada. Es una lástima que no pueda venir Kornelius, dije yo, sonriente a mi lado del teléfono.
En fin, llegó el miércoles, como cada semana. Abril y yo nos habíamos citado en la plaza Damm, en el centro del centro de Amsterdam, ante el hotel Krasnapolsky. Ella me pareció más bella que nunca. Buscamos un bar con terraza y lo encontramos allí mismo, en la plaza, que rebosaba de actividad, concentrando toda la chusma del planeta, patinadores adolescentes, hippies, mochileros piojosos, turistas japoneses y una muchacha rubia la mar de sexy que bailaba ante las cámaras, seguramente grabando un anuncio, pensé, en fin, gente por todos los lados, y Abril ante mí.
Hablamos de los tiempos de Barcelona, de todo aquello que habíamos vivido en esos años, de nuestros trabajos, de nuestros amigos comunes, de tantos recuerdos, del suicidio de Sugranyes. Yo le hablé de mi amor por ella, que aún seguía vivo; ella me habló de su amor por Kornelius, de sus triunfos, de su maravillosa casa, de sus planes para tener un hijo. Como un sordo, insistí de nuevo y hablé de mi amor por ella, que aún seguía vivo. Y ella, emulando mi sordera, me repitió cuánto admiraba a Kornelius, lo grandioso de su obra, la inmensidad de su casa de Groningen, la ansiedad que sentía por ser madre.
Al final sentí la imperiosa necesidad de rendirme, y también la de despedirme de forma inmediata, de salir de ahí, de huir de ahí, de todos esos patinadores adolescentes, hippies, mochileros piojosos, turistas japoneses, y de esa muchacha rubia la mar de sexy que bailaba ante las cámaras, seguramente grabando un anuncio. Y, claro, sobre todo de Abril, de olvidarme de una vez para siempre de esa mujer que sólo me hablaba de Kornelius y de su amor por él, de su magnífica casa de Groningen y de su futura maternidad.
Volví a Barcelona e inventé un plan para olvidarme de ella. Rompí fotos, eludí lugares que me recordaran situaciones del pasado, incluso evité encuentros con amigos comunes. Pasaron las semanas; mi plan parecía funcionar y algunos días hasta llegué a pasar horas enteras sin pensar en ella. Pero, ay, en mayo descubrí que aquella muchacha rubia la mar de sexy que parecía grabar un anuncio en la plaza Damm no grababa un anuncio sino un videoclip musical, que esa muchacha rubia se llamaba algo así como Kylie Minogue y que la canción del vídeo se había convertido en un éxito inesperado en toda Europa, un bombazo, vaya, y que en distintas escenas del vídeo, unas seis o siete, en los planos en los que Kylie Minogue salta hacia al cielo con los brazos abiertos y sonrisa de boba, si uno se esfuerza, a lo lejos, a la derecha, se nos ve a Abril y a mí, sentados en la terraza de un bar, hablando yo de mi amor y ella de su Kornelius.
Esa canción se ha convertido en un himno mundial y es imposible poner la televisión o entrar en un bar sin ver el vídeo o oír la canción. En diciembre, Kylie Minogue, Abril y yo ganamos varios Grammy.